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JALISCO
Columna
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Jalisco: una presa, abucheos y jaloneos postelectorales

Osiris está hecho un profeta del desencanto. Y yo me pregunto si todos esos millones que andan en las calles están esperanzados por el futuro o, como él, nomás ven la friega diaria por sobrevivir

Claudia Sheinbaum
Germán Martínez Santoyo, Enrique Alfaro, Claudia Sheinbaum, Andrés Manuel López Obrador y Beatriz Gutiérrez Müller, en Cañadas de Obregón (Jalisco), el pasado 17 de agosto.Presidencia
Antonio Ortuño

El conductor del auto de alquiler en que vuelvo a mi casa, esta noche, tiene un nombre sensacional: se llama Osiris. Me lo presume en cuanto abordo el vehículo. “¿Ya vio este mono que llevo en el retrovisor? Es un dios egipcio que se llama como yo”. Pone a girar la figurilla. Un sobrino le hizo el adorno en una impresora 3D, refiere él, con orgullo. Y luego de maravillarse por los avances de la tecnología y sentenciar “así va la vida, un poco mejor en unos sitios y peor en otros”, procede a brindarme un repaso (no solicitado por mí) de las más destacadas noticias de las últimas horas en sus propias palabras.

“¿Ya vio lo del abucheo?”, arranca. Y me narra que el presidente que se va (le queda mes y medio en la silla), la presidenta que llega, y el gobernador que también está por irse (pero no el que le sucederá, porque es de otro partido distinto al oficial, y lo andan impugnando en tribunales, a ver si lo tumban) inauguraron en Jalisco, tierra de Osiris y mía, la presa de El Zapotillo, luego de tres lustros de obras, proyectos y conflictos con los pueblos cercanos que iban a ser inundados y al final no lo fueron. “¿No vio? Se chamaquearon al gobernador, le llenaron el lugar de morenistas y le pusieron una abucheada de aquellas”, me informa el conductor, riéndose. Él, aclara, no apoya ni a los unos ni a los otros. “Yo nomás creo en el bitcoin y ya dicen que hasta ese es fraude”, acota.

La teoría de Osiris sobre por qué el partido oficial no ha reconocido su derrota en las elecciones estatales jaliscienses o en las del municipio de Guadalajara, y ha llevado el caso ante los tribunales federales en busca de anular el resultado oficial, me resulta bastante siniestra: “Yo digo que unos trabajan con un grupo de los malos y los otros trabajan con los rivales. Y se andan peleando la plaza. Primero con votos y luego, si no sale, a balazos. Para mí todas las elecciones son una vacilada”, gruñe.

Circulamos por avenida Américas, en Guadalajara, sobre la que se construyen (o están recientemente estrenados) una serie de rascacielos y edificios horribles y vistosos a la vez. Tanta bonanza de los bienes raíces pone a Osiris inquieto. “Todo esto ha de estar hecho con el dinero de los malos y está pensando para que ellos los compren, a mí se me hace”, insinúa. “¿O quién más va a pagar lo que están pidiendo por estas cosas? Sí cuestan millones y millones, y en la ciudad no hay tantos futbolistas, y Canelo [el multimillonario boxeador Saúl Álvarez] solo hay uno”.

Le pregunto si cree que su vida cambiará con los nuevos gobiernos que se avecinan. Recibo un bufido desdeñoso por respuesta. “No, hasta cree. A mí me parece bien que le den su lanita [la beca para jóvenes] a mi sobrino, pero a uno, al que trabaja, no le toca. Y aquí en el Estado va a ser lo mismo si dejan al que ganó o si ponen a la otra, a la de ellos”.

Osiris está hecho un profeta del desencanto. Y yo me pregunto si el resto de la gente, si todos esos millones que andan en las calles, sus casas o sus trabajos están esperanzados por el futuro o, como él, nomás ven la friega diaria por sobrevivir. Voy a plantearle el asunto a Osiris, pero él ya está en otra cosa, bordando sobre las barrabasadas que dicen a cada instante los concursantes de La casa de los famosos.

A mí, qué quieren que les diga, me gustaría tener esperanza. Al menos más que Osiris.

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