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Ismael ‘El Mayo’ Zambada
Tribuna
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Amigo, Sinaloa es mío

El hombre mito del narco. La joya más valiosa de la Corona. Inatrapable. El último ‘old school’ del negocio de las drogas en México, Ismael Zambada finalmente llega a un acuerdo con los gringos

captura de Ismael "El Mayo" Zambada
El avión que transportó a 'El Mayo' hasta El Paso, este 25 de julio.Jose Luis Gonzalez (Reuters)

El Mayo se entrega al Gobierno estadounidense, el país que fue —y es— su cliente gigante por más de cinco décadas que se dedicó al tráfico de diferentes sustancias ilícitas, las que demandara el mercado en ese momento: marihuana, cocaína, metanfetamina, fentanilo.

Estados Unidos, los mismos con quienes jugó al gato y al ratón durante decenas de escaramuzas, aunque a veces no quedara muy claro quién era el gato y quién el ratón. La prueba mayor es que la persecución imparable termina con una entrega pactada, sin ningún tiro de por medio. El mismo país que atrapó a una buena parte de su clan: sus hijos Vicente, Ismael y Serafín, y su hermano Rey Zambada.

El Mayo construyó un imperio de la nada, literalmente. Escaló desde el sótano de una comunidad empobrecida de Sinaloa, El Álamo, hasta ser considerado el poderoso cerebro de una organización de negocios ilícitos, principalmente del trasiego de drogas a una buena parte del mundo.

El MZ, un corrido de Los Tucanes de Tijuana, abre con un diálogo para la vitrina del ego del capo:

— Oiga amigo, ¿Usted es de Sinaloa?

— No amigo, Sinaloa es mío.

Y se abre el acordeón de Los Tucanes con estrofas que resumen claramente la vida del MZ, Mayo Zambada. Lo buscan por todos lados y el hombre ni está escondido.

En enero de 2019 en Nueva York, en el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán, se reafirmó lo que en la tierra natal era un secreto a voces. El Vicentillo, hijo del Mayo, diría después de un saludo a la sinaloense a “Mi compa Chapo”, que su padre controlaba las policías de Sinaloa, locales y federales. Particularmente a su director en dos sexenios de Gobierno: de 1999 a 2004, y de 2011 a 2016. Ese director de la policía fue Jesús Antonio Aguilar Íñiguez, con nombramiento firmado por los gobernadores Juan Millán, del PRI, y Mario López Valdez, de una coalición PAN-PRD. Aunque en los hechos el nombramiento le llegaba de más arriba, quien podría afirmar que no es de Sinaloa, sino que Sinaloa es —o era— de él: el Mayo Zambada.

Desde la segunda mitad del siglo pasado, el estado de Sinaloa ubicado en el noroeste de México en el mar Pacífico, fue ganándose el mote de la cuna del narcotráfico y una reputación que se fue desperdigando por todo el mundo.

Emblemáticos hombres y mujeres implicadas como cabezas del negocio global de drogas, desde la producción a la exportación, habían nacido aquí y expandieron su negocio: Félix Gallardo, Caro Quintero, Neto Fonseca, Chapo Guzmán, los Chapitos, Cázarez, Beltrán Leyva, los Arellano, Amado Carrillo… Alimentaron los titulares desde Sinaloa para el mundo. Hoy, todos encarcelados o muertos, con la excepción de Ismael Zambada, que permanecía en activo con sus 76 años a cuestas y como cabeza principal de la organización considerada por mucho tiempo como una de las más poderosas del crimen mundial: el Cartel de Sinaloa o del Pacífico.

Este 2024 los hechos se fueron precipitando sobre Ismael Zambada. En febrero se formalizó la quinta acusación en su contra por el Gobierno estadounidense, la hizo el Fiscal Federal para el distrito Este de Nueva York, Breon Peace. En marzo capturaron en Sonora a Gilberto Martínez, El 50, su operador en esa zona. En abril, el Gobierno de Ecuador lo incluyó como un objetivo militar. Al mes siguiente, la Agencia Antidrogas, la DEA, afirmó que la salud de Zambada García no era buena y amenazaba su liderazgo.

A finales de junio y en lo que va de julio, las fuerzas federales mexicanas han capturado o abatido en Culiacán, Sinaloa, a algunos de los operadores de la organización del Mayo. Nada nuevo para el líder de la organización, que ha visto caer a su alrededor a cuanto colaborador o socio ha pasado por el negocio.

Ismael Zambada para nada se mostraba como un capo en retiro. El negocio de las drogas, siempre en guerra, obliga a tener abierto más de un frente. Las huestes de El Mayo libran desde hace cuatro años, al menos, una cruenta disputa en municipios de Zacatecas contra el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Fresnillo, Jerez, Guadalupe y la capital están convertidos en verdaderos campos de batalla por el control de su red carretera, estratégica para ambas organizaciones.

En los años 80 en Culiacán, la marca de leche pasteurizada Santa Mónica controlaba el mercado. Establos lecheros y la fábrica respaldaban la ocupación de los Zambada Niebla: ganaderos. La familia de El Mayo. Ninguna otra marca podría acercarse a la distribución, no era necesaria la amenaza, bastaba una simple restricción de sanidad a la importación del lácteo. Fue la apertura comercial, más que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que boletinó a esa y otras empresas de la familia Zambada, quien volvió ruinas la lechería.

Hoy los Zambada, sin embargo, se mantienen en el negocio de la educación particular, con enormes centros escolares en Culiacán, y deslindados por completo de Ismael Zambada a quien dicen no ver desde hace muchos años.

En 2010, Ismael Zambada le abrió su guarida al periodista Julio Scherer y hasta se fotografió colocándole la mano derecha en el hombro, como un abrazo. Antes de esa imagen solo circulaba el rostro de un hombre adusto en sus treinta años. Pasaron todavía tres lustros para que El Mayo perdiera el miedo a ser encarcelado. “Tengo pánico de que me encierren”, le respondería Zambada al periodista, para agregar “no sé si tuvieran los arrestos para matarme.”

Aquella entrevista cumplió para El Mayo su propósito, una presión para Estados Unidos sobre su hijo Vicentillo capturado en Ciudad de México y recién extraditado a Chicago. Hoy Ismael Zambada venció al pánico y no fue necesario el dilema de pegarse un tiro antes que ser atrapado. Tomó un avión, cruzó la frontera sin necesidad de visa y se entregó. Al fin y al cabo también acuñó otra frase lapidaria en caso de entregarse o ser fusilado: “Al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió.”

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