Alito y la sentencia del PRI
Si Alito renunciara, quienes lo sucedan no tienen a dónde volver. Su lugar en el espectro ideológico presalinista no les pertenece más
La asamblea dominical del PRI sentenció el único final posible para el Partido de la Revolución Mexicana. No es digno el colofón, pero a la luz de los últimos años era su destino manifiesto. Doblan las campanas por el tricolor, aunque ha mucho su ciclo había pasado.
Imaginar un curso distinto desde el 2 de junio ayuda a dimensionar a Alejandro Moreno como una consecuencia —y a lo mucho una causa que ha acelerado, y lo hará en el futuro, la caída—, de un añoso deterioro.
El hipotético escenario de que el 3 de junio, compungido por la histórica derrota, Alito anuncia su salida inminente del edificio de Insurgentes Norte y cede su lugar a otros priistas para renovar al nieto del general Calles, abre un puñado de buenas interrogantes.
La primera es si Rubén Moreira y Carolina Viggiano se pueden quedar, así sea provisionalmente, en lugar del campechano, con quien han convivido por años. La mejor respuesta sería “renovación total”. Ergo, adiós el número uno y la número dos; y el coahuilense, de paso.
¿A quién entonces le encargarían el PRI los priistas? ¿Llamarían a Miguel Ángel Osorio para que regrese? ¿Presionarían a Beatriz Paredes a que ocupe de nuevo ese sitio? ¿A Manlio Fabio Beltrones, que justo irá al Senado? ¿A José Narro Robles, como venganza a Alito? ¡Ah! A Miguel Riquelme. Listo, si en 2023 salvó su estado —Coahuila— de la ola Morena, que ahora salve al PRI.
Asumiendo que llegara Riquelme (o alguien como él). Hay dos problemas inmediatos. El primero es que no pocos de los espacios legislativos del Congreso que se instala en mes y medio son de Alito, que también estará en el Senado.
Para seguir con esta hipótesis hay que apelar a la “institucionalidad” del PRI, y descontar que el nuevo presidente (presidenta) del partido sería de inmediato líder indiscutible de las y los legisladores tricolores (y de los dos gobernadores solo en caso de que ellos lo pongan). Va.
Incluso si lo anterior milagrosamente ocurriera, viene el segundo problema. Qué quiere el PRI en 2024, qué propone en el actual contexto y con quiénes lo propone. Entraría en un gran debate para descubrir, sin lugar a dudas, que no tiene gran cosa que ofrecer (ni con quién que sea creíble).
Andrés Manuel López Obrador derrotó hace mucho al PRI. Por años fue saqueando su vieja casa. Provocó exitosas defecciones, como la de Ricardo Monreal, y desde 2018 reclamó para su movimiento la etiqueta de herederos legítimos del nacionalismo revolucionario.
AMLO ha triunfado en su intento por reinstalar en el centro del electorado la nostalgia por el estatismo cardenista, por las nacionalizaciones de la industria eléctrica, por el modelo que los priistas abandonaron, en general, desde los años ochenta.
Si Alito renunciara, quienes lo sucedan no tienen a dónde volver. Su lugar en el espectro ideológico presalinista no les pertenece más. Y presumir la receta neoliberal está hoy mal visto, y no solo en México, como se vio hace días en las elecciones en Francia y Reino Unido.
Por eso Moreno abjuró el domingo del modelo neoliberal, y de todos los que lo criaron (aguas Rubén Moreira, los hechos avisan, así que no hay traición posible); pero ni tan superficial recurso le funcionará a Alito, porque nadie creará honesto tan efectista oportunismo.
El PRI ya no tenía salvación. Sobrevivió el 2 de junio porque se aferró al huipil de Xóchitl Gálvez, que expió algunas de las culpas del partido, deudas adquiridas en una larga noche que duró años, con o sin Alito. Esas penumbras fueron por corrupción, abusos, y fracasos gigantes.
México amaneció el 3 de junio con la constatación de que el tiempo del PRI había pasado. No es cierto que la nación sea impensable sin ellos. Necesita oposición, pero los priistas carecen de cuadros, bases, ideología y en términos generales credibilidad.
Con Alito aferrado al cetro, eso sí, se vuelven más inacompañables que antes y llegarán más pronto al final del callejón donde cada vez serán menos, en un partido-negocio que a lo más que aspirará es a que Morena lo adopte: Alito quiere ser el nuevo “niño verde” de la coalición gobernante. O sea, una rémora. Millonaria, pero rémora. Una forma de sacarle todo el jugo a unas siglas expulsadas de la historia.
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