Alito y la hora final del PRI
¿Estamos de verdad ante el final del PRI y el actual presidente del partido será su enterrador? No me parece que existan muchos argumentos lógicos para lamentarlo
La posible reelección como líder del Partido Revolucionario Institucional de Alejandro Moreno Cárdenas, mejor conocido bajo el campechano mote de Alito, parece estar cantada, según los expertos en el instituto, ya que su control de las estructuras y las corrientes internas priistas es notoria. A la vez, los pésimos resultados electorales que ha obtenido Alito durante su gestión de cinco años han puesto en alerta a la vieja guardia tricolor (esa suma de exdirigentes, exgobernadores y exfuncionarios que los medios entrevistan a la menor provocación), entre la que ya se habla abiertamente de la posibilidad de que el PRI, el partido que gobernó el destino de México durante buena parte del siglo XX y consiguió volver al poder en el periodo 2012-2018, ya en el XXI, desaparezca o, cuando menos, se vea reducido a la irrelevancia, como apéndice de lo que sobra del frente opositor o quizá hasta como futuro socio legislativo del gobierno.
Como muchos mexicanos, crecí en un país en el que el PRI gozaba de un aura de imbatibilidad absoluta, que se resquebrajó en los años noventa, a fuerza de magnicidios, a fuerza de levantamiento zapatista y a fuerza de “transición a la mexicana”. Nunca he tenido la menor simpatía por el partido y nunca he cruzado su logotipo en una boleta de votación. Tampoco creo aquello de que “todas las fuerzas políticas son necesarias”. La democracia, sí, requiere pluralidad y diversidad, pero también necesita que los partidos sean la expresión auténtica de una parte de la sociedad y no solamente una agencia de colocación para chambas públicas o el lobby de presión de algún poder. Una oposición que represente de modo fiel la inconformidad de muchos mexicanos con el gobierno en turno simplemente no debería estar cifrada en personas y formas que de sobra han demostrado no servir para ello.
¿A quién representa, a estas alturas, el PRI? A muy pocos, millones y millones menos de los que solía pavonearse de representar, si leemos los resultados de los comicios del pasado 2 de junio. ¿Cuál es la propuesta del PRI? Ni Dios la conoce. Desde hace varios decenios resulta arduo identificar la inclinación ideológica del partido, que pasó del nacionalismo revolucionario al tercermundismo militante y luego viró al “liberalismo social”, que es uno de los apodos del neoliberalismo (porque ningún neoliberal se llama de tal modo a sí mismo, siempre es bautizado por otros). Y con Alito resulta de plano imposible saber en qué creen los priistas. El pragmatismo fue arrastrado más allá de cualquier límite y se convirtió en mero cinismo: todo mundo sobreentiende que el PRI va a apoyar o rechazar cualquier cosa, no importa cuántas cabriolas deba de hacer, según lo que en ese momento decida que le conviene más, es decir, según lo que pacte y con quién.
La mezcla de vaivenes y malos resultados impulsaron a muchos dirigentes y militantes y, especialmente, a los operadores políticos de los estados, a buscarse el futuro en otros sitios y fuera del paraguas del partido. Y una buena cantidad de ellos, se sabe de sobra, han terminado en Morena y han contribuido a reforzar la presencia del oficialismo.
Esos miles de priistas conversos en morenistas, y la cultura política centralizada y rabiosamente jerárquica que portan como parte de su ADN, ha llevado a que muchos consideren a Morena como una continuación o reencarnación del PRI clásico, el que, según palabras de Fidel Velázquez, “si no gana, arrebata”. Pero ese es, de momento, otro tema. Lo crucial acá es que el viejo gigante ha quedado en ruinas y por los suelos, como la estatua del rey Ozymandias del poema del romántico Shelley, y que no parece haber modo de que se levante de ahí. ¿Estamos de verdad ante el final del PRI y Alito será su enterrador? No me parece que existan muchos argumentos lógicos para lamentarlo.
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