Relocalización de empresas: ¿Nafta 3.0?
México debe poner atención si quiere que la oleada de nuevas inversiones foráneas se convierta en una auténtica palanca de desarrollo
Hace unos días, la prestigiada revista inglesa The Economist publicó una nota sobre el fenómeno de la relocalización de empresas y la tituló “¿Nafta 3.0?”. Con ello, la revista trataba de sugerir que después del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN por sus siglas en español o NAFTA por sus siglas en inglés), y de su segunda encarnación, el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), el proceso de relocalización de empresas provenientes de países asiáticos ofrecía una tercera oportunidad de desarrollo para México. Y en efecto así es. Sin embargo, para que esto realmente se materialice, México necesita evitar los errores cometidos en el pasado que impidieron que el proceso original de apertura comercial e integración económica se convirtiera en una auténtica palanca de desarrollo para nuestro país. Ya en un artículo anterior mencioné brevemente lo que México debe hacer para lograr atraer mayores flujos de inversión extranjera, ahora mencionaré brevemente algunos de los temas a los que habrá que poner atención si es que queremos que esta potencial oleada de nuevas inversiones foráneas tenga mejores efectos de los que se tuvieron en el pasado reciente.
Integración de cadenas productivas. Se deben promover más y mejores encadenamientos a lo largo de toda la cadena de generación de valor de las distintas actividades productivas. Debe buscarse activamente la participación en diversas fases del proceso de creación de valor y debemos evitar concentrarnos únicamente en actividades puramente maquiladoras. Para ello requeriremos acceso a una buena infraestructura y a una variedad de insumos clave, así como una intensa y activa promoción de desarrollo de clústers, buenos servicios de proveeduría y logística, servicios de almacenamiento y transporte, etc.
Desarrollo regional más equilibrado. Existe ya mucha evidencia anecdótica de escasez de espacios y de saturación de los parques industriales en el norte del país. Esto, sin embargo, no es necesariamente una buena noticia. Debe promoverse que las inversiones se distribuyan mejor a lo largo de todo el territorio nacional. En el pasado, la fuerte concentración de inversiones en el norte del país acentuó la enorme desigual ya existente con el sur y el sureste de México. Las mejorías en capital humano que hemos tenido en todo el país, así como la posibilidad de destinar mayores recursos a la construcción y mejora de carreteras y puertos del centro y sur del país, podrían volver más atractivas las inversiones en otras zonas del país. Esto es algo que también debe promoverse activamente por parte del gobierno mexicano.
Atención a la problemática social. Debemos evitar que ocurra lo que pasó con el crecimiento acelerado de la maquila en las ciudades fronterizas. La elevada migración interna, y la presión que esto generó en esas ciudades, dio lugar a un sinnúmero de problemas sociales. La ausencia de servicios públicos (agua, luz, escuelas, clínicas, e incluso alumbrado público), combinado con la escasez de oferta de vivienda accesible, se tradujo en la expansión descontrolada de las ciudades y en la creación de amplios cinturones de miseria urbana en las ciudades fronterizas. Esto ha contribuido a lo largo de los años a generar problemas de pobreza, desintegración familiar, crimen y violencia en esas zonas marginadas de las ciudades fronterizas. Hacia delante, debemos procurar que la expansión de las ciudades receptoras de inversiones sea más ordenada y con un mayor énfasis en la atención a los factores de movilidad, calidad de la vivienda y con un buen acceso a servicios públicos.
No debemos apostar a salarios bajos. En el pasado se pensaba que uno de los factores que hacía más atractiva la inversión en nuestro país era la mano de obra barata. Esto debe cambiar. México debe buscar competir e integrarse en la economía mundial basado en otros elementos: en la calidad de su fuerza de trabajo, en su amplia red de acuerdos comerciales, en la estabilidad económica y social, en la certidumbre que puede ofrecer a inversionistas foráneas, etc. México no debería basar su competitividad en bajos salarios. Por el contrario, deberíamos aspirar a que el proceso de desarrollo venga acompañado precisamente de mejores remuneraciones y de un mejor nivel de vida para todos. Un mejor ingreso para los trabajadores mexicanos también es una fuente potencial de un mayor mercado interno y de una mayor capacidad de crecimiento interno. Esto puede hacer todavía más atractivo al país para recibir inversiones extranjeras.
Estos son, en breve, algunos de los elementos a los que México debe poner atención si realmente quiere beneficiarse de esta nueva oportunidad de desarrollo que nos ofrece el nearshoring o la relocalización de empresas. Debemos aprender de nuestros errores del pasado, no debemos repetirlos.
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