Memorial del desfile por venir
Por la condición del convocante y las finalidades de la convocatoria, en el desfile las cosas ya cambiaron de significación
El domingo 27 de noviembre se celebrará el desfile convocado por el presidente López Obrador. El evento ha sido objeto de comentarios favorables y críticos, como casi todo lo que sucede en la actualidad. Más allá de las posiciones personales de aceptación o rechazo, debemos considerarlo para comprender las fortalezas y debilidades, las mecánicas de actuación y los niveles de implantación de un gobierno que cumple cuatro años de ejercer el poder.
A la marcha del 13 de noviembre acudieron más personas de las que esperaban sus participantes y detractores. Lo evidencia la disputa numérica. Un amplio arco que va de los diez mil a los seiscientos mil asistentes. La marcha hizo irrelevante si la convocatoria fue para salvaguardar intereses “creados” (¿los hay “naturales”?) o al propio Instituto Nacional Electoral (INE). Su resultado neto fue una demostración numerosa y pacífica, teñida con los colores y articulada por el ideario del órgano ciudadano al que se pretende reformar. Sus efectos fueron la construcción –o la idea de la construcción— de un colectivo opositor a López Obrador y al proceso que encabeza. La sola posibilidad –real o imaginada— de ver unidos los contrastes generadores de oposiciones, provocó la reacción presidencial: “Ayer mismo –dijo López Obrador— empecé a recoger opiniones, y como lo nuestro tiene que ver con el mandar obedeciendo, la gente quiere que marchemos el 27, un domingo, porque me plantearon: ‘¿Por qué el Zócalo el jueves, que es día laboral? Queremos ir muchos’. Entonces va a haber una marcha. Yo la voy a encabezar. Yo voy a marchar”.
La idea anunciada debe haberse dado en las charlas entre el presidente y sus colaboradores, para luego ser transformada en “opinión” y “deseo de la gente”. La génesis es aquí importante. La convocatoria ciudadana a la marcha del 13 de noviembre –con todos sus intereses “creados”— fue para respaldar a una institución y oponerse al modo de conducción de ciertos asuntos públicos por el titular de la presidencia de la República. La convocatoria de López Obrador se hizo para mostrar respaldo a la actividad política que él mismo realiza. A lo primero bien puede llamársele marcha, pues se trata de un andar por los espacios públicos para respaldar objetivos. Lo buscado por el presidente, por el contrario, es la realización de un desfile. Desde su posición de titular de un poder, el convocante llama a formar filas, a alinearse, para mostrarse, a sí mismo, y a todos, la magnitud del respaldo con el que cuenta. Este carácter de desfile ha determinado ya los preparativos, la realización, la valoración y los efectos del acontecimiento del domingo 27 de noviembre. Sabemos ya lo que habrá.
Se convocó a un desfile presidencial. A un acto en el que López Obrador va a celebrarse y ser celebrado. Al ocupar él la presidencia de la República y el obradorismo diversas posiciones políticas, sociales, empresariales e intelectuales; sus deseos se han transmitido de maneras amplias y diversas. Cada cual, en lo suyo y con lo suyo, está contribuyendo al esplendor de la jornada. En lo general, para darle inmensidad, en lo particular, para ser visto y significarse en ella. Lo primero se logrará proporcionando gente –acarreados y no—. Para ello ya se prepararon los autobuses y otros medios de trasporte que se proporcionarán. También, ya se determinaron los avituallamientos de los participantes. Para exponer la propia presencia, se elaboran los medios necesarios para mostrar el signo de la marcha. Al color rosa de la marcha anterior, se opondrá el guinda de esta. De otra manera, no se entenderá ni el propósito ni el alcance de lo que se quiere lograr y, menos aún, de lo logrado.
La colaboración encaminada a formar masa no será suficiente. Las contribuciones gubernamentales, empresariales o sociales se expresarán en medios de transporte, litros de gasolina, comidas o bebidas. Para individualizarse, los contribuyentes tienen que jugar el resbaladizo juego de aportar lo más posible y lograr que lo sepa quien tiene que saberlo, pero deben hacerlo con la discreción necesaria para no contaminar “la espontaneidad del acto”.
Por la condición del convocante y las finalidades de la convocatoria, en el desfile las cosas ya cambiaron de significación. Ante la masa anónima, es preciso destacarse. Los contingentes participantes –acarreados o no— harán presencia. Ésta tiene que ser física. En la esperable multitud, las mantas anunciarán que las entidades federativas, los municipios, las alcaldías, las dependencias federales y locales, los sindicatos o las asociaciones acudieron al evento. Para diferenciarse, los grupos harán cuerpo, y sus lideres, seguramente, entrelazarán sus brazos para marcarlo y distinguir su posición. En el continuo guinda, las diferencias grupales no las darán las tonalidades, sino los carteles.
Las valoraciones del desfile ya están hechas. “Ha sido un éxito”. “Nunca antes han concurrido tantas personas, tan llenas de satisfacción ciudadana y tan anhelantes de la transformación que se está viviendo”. El guinda lo inundará todo, como las imágenes de los drones lo mostrarán. “El Zócalo ya se llenó, y se llenó como nunca antes”.
El tablado que servirá de tribuna es pletórico. El origen del evento invita a colocarse ahí para ser visto y luego, en lo posible, considerado. Las objeciones o críticas al desfile ya fueron desacreditadas. El número de participantes, su espontaneidad y entusiasmo, ya quedaron registrados. Nada hay que pueda controvertirlo. Los acarreados –que los habrá—, no son tales. Las contribuciones gubernamentales no existen. Los traslados y los apoyos son de la propia gente que asistió porque quiso hacerlo.
El presidente informará el lunes 28 de noviembre por la mañana, el éxito rotundo de su desfile. Hablará de números, entusiasmos, espontaneidades y otros elementos alegóricos. Luego, por raro que parezca, del fracaso de sus adversarios. De lo poco que obtuvieron en su marcha, frente a lo mucho que él consiguió en su desfile, etcétera. Finalmente, dirá que el pueblo mexicano se ha expresado, indubitablemente, por la reforma electoral. Que el pueblo lo determinó así. Que él no es sino el instrumento de ese mandato y que seguirá haciendo lo necesario para lograrlo. Que en ello descansa la transformación que está en marcha.
A sabiendas de la necesidad tanto de hacer algunos ajustes como de corregir algunos errores y omisiones, este memorial describe lo que acontecerá en los próximos días. Para saberlo, no es necesario realizar ejercicios de adivinación. Simplemente hay que considerar el desarrollo de un fenómeno a partir de las bases y las condiciones en que fue convocado. Pasarán los días de fiesta y celebración que se avecinan y sus consabidas descalificaciones. Con todo, no olvidemos que, independientemente de marchas y desfiles, se mantienen las amenazas a los órganos y procesos que le dan curso a nuestra vida democrática.
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