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COLUMNA
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La santa cólera mexicana

No hay discurso ni “causa”, por más noble e histórica que pretenda ser, capaz de resistir la profunda desilusión de tantos encorajinados como existen en este país

Antonio Ortuño
Movilización contra el Gobierno de López Obrador, en Ciudad de México, este domingo.
Movilización contra el Gobierno de López Obrador, en Ciudad de México, este domingo.Mario Guzmán (EFE)

Muchos ciudadanos de este país viven enfrascados en un enojo perpetuo, tal y como si hirvieran. Se sienten agraviados todo el día, al asomarse a las redes o escuchar las noticias, al leer los periódicos o, simplemente, al conversar sobre la actualidad. Y gruñen y se amargan por cada cosa que sucede y transitan por sus respectivas jornadas como unas cafeteras, arrojando vapor. Me atrevo a decir, de hecho, que se trata de una mayoría amplia de los mexicanos quienes se encuentran en esta situación. Y que el suyo se trata de enfado múltiple, que no cuenta con una explicación unívoca, pero que, en todos los casos, parece estar creciendo. Es decir, que no se ha remediado ni tiene visos de desvanecerse, sino que, por el contrario, amenaza con estallar de un modo u otro.

Podemos ver un anticipo de esos estallidos que menciono en las recientes protestas que han organizado las colectivas feministas, por ejemplo, pioneras al afirmar lo que millones de mexicanos piensan para sí mismos, pero no suelen decir en voz tan alta y clara como ellas: “Hasta aquí. Ya es demasiado. Basta de todo esto”.

Este enojo profundo y colectivo está dirigido, antes que nada, contra la clase política (la de los presidentes, secretarios, legisladores, gobernadores, alcaldes, altos funcionarios, etcétera), pero alcanza también a sectores que han concentrado y concentran poderes, dinero y decisiones: empresarios, jueces, contratistas, personajes públicos, figurones… Se refleja en el hartazgo ante los interminables escándalos de corrupción, arreglitos oscuros y maniobras turbias, por un lado, y en la rabia ante la degradación de la vida cotidiana y la vida pública que sufrimos, hace años, en todos los niveles posibles.

Este enojo no es nuevo: jugó un papel enorme en la victoria electoral de 2018 del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, y entregó las mayorías en el Congreso a su partido y aliados políticos. La ira, el cansancio y la desesperanza por los incorregibles gobiernos del PRI y el PAN (y la cooperación del PRD con ellos) le dio una carretada de votos a López Obrador incluso en zonas del país en las que él y su movimiento nunca antes fueron demasiado populares (como el Bajío, el centro-occidente y numerosos Estados del norte).

Y aquella no es una furia que se haya aplacado: no parece que la alianza que PRI y PAN han formado con el PRD esté levantando entusiasmos multitudinarios, por ejemplo. Habrá que ver qué tantos espacios consiguen recuperar en las cámaras o conservar en las gubernaturas en juego en las elecciones del próximo junio, pero, de entrada, queda claro que la rabia en su contra no se esfumó de las cabezas de muchos mexicanos. No es fácil olvidar tantas pifias y corruptelas y usos arbitrarios del poder.

Pero un fenómeno similar comienza a ser observable también entre miles de los ciudadanos que le entregaron el voto de la santa cólera a López Obrador, y ahora se sienten furiosos, irritados o francamente decepcionados por sus derivas autoritarias, su intolerancia, y las evidentes insuficiencias, ineptitudes y fracasos de su Gobierno. El apoyo a Salgado Macedonio, la insensibilidad ante los feminicidios, las embestidas contra cualquier contrapeso democrático, el claro trato preferencial para amigos, aliados, socios, subalternos y militantes de su bando no están pasando inadvertidos.

Gobernar para beneficio particular y hacer oídos sordos ante las necesidades de los demás fue, justamente, lo que puso en pie a millones contra los gobiernos pasados. Y no hay discurso ni “causa”, por más noble e histórica que pretenda ser, capaz de resistir la profunda desilusión de tantos encorajinados como existen en este país. El no hay discurso ni “causa”, por más noble e histórica que pretenda ser, capaz de resistir la profunda desilusión de tantos encorajinados como existen en este país. El Gobierno tendría que darse cuenta que el enojo, tarde o temprano, irá dirigido masivamente contra él. Porque está dando motivos de sobra.

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