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Un martirio de carteles

El segundo debate de los candidatos a la Ciudad de México se convirtió en un intercambio de pancartas bajo un abrumador tono mitinero

Santiago Taboada, Clara Brugada y Salomón Chertorivski, durante el debate de esta noche.
Santiago Taboada, Clara Brugada y Salomón Chertorivski, durante el debate de esta noche.
Carmen Morán Breña

¿Quién dijo que los carteles que sacan los candidatos en los debates electorales ayudan a la comprensión, a la credibilidad? Alguien debió de hacerlo, pero se ha quedado antiguo. Los debates políticos se han convertido en una guerra de carteles perturbadora para el espectador, que no sabe si concentrarse en un gráfico abstruso o en las palabras de quien lo muestra. El encuentro de este domingo entre los tres contendientes por la jefatura de la Ciudad de México fue un despliegue de pancartas que no aportaba más allá del discurso. Quizá menos. Pero ahí estaban los aspirantes, rebuscando en el cartapacio por debajo de la mesa como el escolar que pretende copiar en el examen. Son tantos los papelotes que llevan que hasta se atoran buscándolos. Le pasó a Clara Brugada, la candidata morenista, en alguna ocasión. Hubo un momento en que tanto ella como su contrincante panista, Santiago Taboada, mostraban sendas pancartas a la cámara, ¿en qué concentrarse? Lo aprovechó muy bien el tercero en liza, Salomón Chertorivski, de Movimiento Ciudadano, que hizo una burla sacando dos a la vez, uno en cada mano, la cara de Clara y la cara de Santiago, arrugadas ambas, porque los había recogido de la basura electoral que inunda las calles. “Esas cochinadas suyas”, les dijo, “con las que gastan 91 litros de agua por cada pendón”.

El debate chilango, como le llaman, fue más austero en su formato que el presidencial. Apenas si se oyeron la chicharra y la campanita previstas para avisar a los intervinientes de que su tiempo se acababa. Ni hubo elección de fichas, A, B o C, para seleccionar las preguntas ciudadanas, ese método juguetón que convirtió el primer encuentro presidencial en un concurso televisivo. Ni problemas con el cronómetro. Todo fluyó sin que los moderadores tuvieran que corregir a nadie. Tampoco hay nada que moderar, de todos modos. Estos debates son intervenciones tasadas donde cada quien cuenta su parte y poco más. A pesar de ello, Brugada y Taboada se enzarzaron a gusto. Cómo no, si la primera parte estaba dedicada al suministro del agua en la ciudad, una asignatura que sigue pendiente después de 27 años de gobiernos de izquierda en la capital, como recordó varias veces Taboada. Cómo no pelearse, si la segunda parte se dedicó a la corrupción y Taboada tiene a tres de sus antiguos colaboradores en la cárcel por el llamado Cartel Inmobiliario. La voz de Chertorivski aparecía cada tanto como llegada de otro programa: sin atender el rifirrafe de los representantes con opción a gobernar, se dedicaba, elocuente y mesurado, a desgranar su programa electoral, con la paciencia de la hormiga que recolecta para el invierno. Ni caso a la pelea de gallos que se desataba a su lado. Ni caso tampoco le hacían a él. Nadie le corrigió, le reprochó ni le contradijo. Cada quien a su aire. El debate, si así puede llamarse a la guerra de carteles, fue un debate a dos. Un ring de boxeo con un tercer rincón donde Chertorivski se desenvolvía por su cuenta ajustando con maestría sus intervenciones al cronómetro. Y no le faltó gracejo: ese levantar las cejas hasta el techo cuando Taboada dijo que vivía en un piso de alquiler. O cuando le soltó: “Es hasta vergonzoso hablar contigo de corrupción, con tres de los tuyos en la cárcel”. Ni por alusiones, nadie le contestaba.

¿Quién ha dicho que vocear en un debate es ventajoso para lograr votos? El tono del encuentro era más mitinero que de conversación. Por momentos, la grilla saturaba los oídos. Y aun sin grilla: cada quien dirigía sus proclamas como una apasionada arenga a un público que no estaba allí. Los debates ya no lo son. No se debate. Es un ¿de dónde vienes? Manzanas traigo. Tantas veces pronunció Taboada la palabra mentirosa para dirigirse a Brugada que casi parecía una cumbia. Ella hizo lo mismo, pero con un cartel. Que si usted es amiga de no sé quién, que si los suyos han sembrado la corrupción, seguía el ruido. Hasta que hablaba el emecista, como un árbitro: “Lo que hay es que acabar con esta bola de raterazos”.

Hay quien prefiere que los debates sean un sinfín de propuestas. Siendo así, ganó Chertorivski, aunque los demás también propusieron, solo que el formato de estos programas no da para explicar cómo, solo para decir el qué, a veces incomprensible: ¿un dígito sindical? ¿un asterisco H2O? What? Otros opinan que no está de más un poco de pelea política, un poquito de salsa, que todo no va a ser exponer y exponer la lección. Ahí, Brugada y Taboada aprobaron, pero no con sobresaliente: más parecía un diálogo de sordos. Por cierto, ¿traducirán en lengua de signos lo que dicen los carteles esos que exhiben? Seguro que no, los sordos pueden leer, pero ¿y los ciegos? Se libran de los carteles.

Momento botes de agua. Tal parece que acudir ahora a un debate sin llevar una sorpresita es de persona sin recursos, sin clase, demodé. Taboada mete la mano debajo del pupitre y va colocando encima de la mesa hasta cuatro botecitos (como de análisis de orina) con agua de varias zonas de la ciudad, todas ellas contaminadas, dijo, de diferentes colores. Ah, ¿pero qué pensaba? Brugada también tenía escondida su respuesta: sacó su propia botella de agua con la palabra Clara. Agua Clara. ¿Lo pillan?

El nombre de la candidata da juego. Si se trata de corrupción: “Usted no es clara, es opaca”. Si se trata de agua: “Usted no es clara, es turbia”. También hubo algún golpe bueno, como cuando Taboada recordó que andaba él en Primaria y ya había problemas de agua en la ciudad, “y sigue la misma tragedia”. O cuando Brugada le reprochó, al respecto de las pérdidas de agua que hay en la ciudad: “Tú la única fuga que has tapado es la de tus cuates del Cartel Inmobiliario”.

Del otro lado del salón de clase parecía llegar la voz de Chertorivski recitando sus propuestas, que no eran malas, pero se perdían entre los bolazos de papel que circulaban por el aire. Hora y media después, por fin sonó el timbre del recreo.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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