120 pares de zapatos
¿Cómo gestionará la hija del gobernador de Nuevo León, cuando le pasen los años, tamaños excesos y semejante exposición pública?


La gran escritora francesa Delphine de Vigan tiene, entre sus muchas y deliciosas novelas, una muy inquietante, Los reyes de la casa, en la que plantea el secuestro de una niña que finalmente desentraña la detective Clara Roussel. Es una obra policíaca que aborda el infierno que sufren muchos infantes hoy en día en manos de unos padres que han hecho de las redes sociales su vida. Los graban, los llevan de tiendas, los visten con zapatos y ropitas de marca, muestran el lado más comestible de la infancia, el que ven miles de seguidores, lo mismo que se disfruta con las monerías de perros y gatos. Pero qué será de esos pequeños cuando crezcan y vean que toda su vida ha sido de consumo público. Puede que nada o puede que muestren una suerte de trauma aún no descrito, pero que ya se atisba como un riesgo cierto. Lean ese libro.
La pareja gobernadora del Estado de Nuevo León, Samuel García y Mariana Rodríguez Cantú, han protagonizado estos días uno de esos escándalos recurrentes en su casa cuando se les va la mano con las redes sociales, en las que no han dejado de mostrar a su pequeña Mariel desde que nació, en marzo de 2023. La muñequita es una ricura y parece lista como los ratones coloraos: lo mismo se embadurna la cara con crema, que se coloca los zapatitos morados de tacón, que se cuelga el bolso para salir a pasear al perro. Su madre la sigue por la casa con el video encendido. Todo queda registrado, todo publicado. Esta semana pasada, Rodríguez Cantú, con la cría en brazos, ha mostrado urbi et orbi el armario de la niña mientras el padre grababa orgulloso.
El escándalo en los medios de comunicación se debió a que el impresionante vestidor de la pequeña mostraba ordenados unos 120 pares de zapatos y decenas de vestiditos. Se la ha comparado con Imelda Marcos, la mujer de aquel dictador filipino que, a su huida del país, dejó en palacio los miles de zapatos que poseía, como si fuera una tienda, una imagen inolvidable.
En vista de la polvareda ocasionada en las redes, el matrimonio regiomontano ha salido a explicar que son regalos que reciben de las marcas comerciales, que no son ellos quienes los compran. Y no hay nada increíble en el argumento, porque así se maneja este asunto. Rodríguez Cantú es una gran influencer y todas las marcas quieren promocionarse a través de ella, el mecanismo clásico, el que enriqueció a la familia en la novela de De Vigan.
El escándalo, sin embargo, no debe ser cuánto dinero ni de dónde provenía el que se ha usado para llenar ese vestidor, que para eso no se necesita un detective. Se comprende que sean regalos, ¿quién en su sano juicio perdería los fines de semana en hacer tantas compras pudiendo regar el asado norteño con una buena cerveza, verdad? Tampoco se precisa una consulta al psicólogo para entender que las pegas son otras. Dos, para empezar. ¿Cómo gestionará un niño, cuando le pasen los años, tamaños excesos, si ya los que tienen menos están abotargados sin saber a qué juguete dedican su atención? ¿Y cómo manejarán semejante exposición pública al hacerse mayores? No hay una respuesta única, cada quien es cada quien, pero no es difícil aventurar que la complicada adolescencia puede serlo aún más cuando se ha tenido una infancia tan extraña, tan distinta de la naturalidad que preside las vidas del resto de los compañeros de estudio, de los amigos, de los primos o conocidos.
Millones de personas en todo el mundo gozan hoy de ofrecer su vida, su intimidad y cada enojoso detalle para el gran público. Allá ellos. Con la infancia, sin embargo, cabe apelar a la prudencia, por la sencilla razón de que esas cortas vidas están siendo gobernadas por otro sin los permisos pertinentes. Un día, los hijos pueden pedir cuentas y no les faltará razón, como podrían reclamar a los padres que no les hayan atendido convenientemente, que les hayan dejado comer hamburguesas hasta pesar 100 kilos o pasar frío o no llevarlos a la escuela. De asuntos así se han ocupado jueces en todo el mundo y los progenitores no han salido bien parados. Pero tengan en cuenta los padres que el dictamen más doloroso no saldrá de los tribunales, sino del trauma de sus propios hijos cuando les reclamen una infancia dolorosa y una vida adulta marcada para siempre por lo que parecía un juego sin consecuencias. Lean a De Vigan.
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