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Juan Villoro: “La lectura nos rescata de la lógica binaria de las redes”

El escritor mexicano reflexiona acerca de su más reciente libro, ‘No soy robot’, en el que explora la nueva realidad digital, la inteligencia artificial, los selfis y la vida rodeada de pantallas

Juan Villoro
Juan Villoro con su gato 'capuchino' en su casa al sur de Ciudad de México, el día 23 de diciembre de 2024.Hector Guerrero
Hector Guerrero

“No soy un robot” es la frase con la que confirmamos a la computadora que efectivamente hay un ser humano intentando reservar un hotel o comprar un vuelo del otro lado de la pantalla. Para Juan Villoro (Ciudad de México, 68 años) esta acción necesaria en el comercio virtual refleja algo más que una simple secuencia en el arrastre del cursor, es un reflejo de la vida actual en la que vivimos rodeados de pantallas y alejados de nuestro entorno. Por ello la frase da título a su más reciente libro, No soy un robot (Anagrama, 2024). A lo largo del ensayo, Villoro va poniendo a la literatura frente al mundo digital, cuestionando hacia dónde nos dirigimos como lectores y qué papel estamos haciendo como ciudadanos del mundo que habitamos.

Pregunta. En el libro pareciera que se está hablando del apocalipsis, pero al final es un libro reflexivo, que ofrece respuestas y genera nuevas preguntas.

Respuesta. Estoy totalmente de acuerdo. El libro explica muchas alarmas que hay sobre la inteligencia artificial que está sustituyendo trabajos humanos y que se ha vuelto hasta cierto punto incomprensible. Joffrey Hinton, el más reciente premio Nobel de física, ha señalado que él contribuyó a desatar un monstruo ya ingobernable. En cierta forma, el premio Nobel que le otorgaron, es un galardón al arrepentimiento, porque él siente que está ante una criatura que se le escapó de las manos.

P. ¿Cuáles son esas alarmas?

R. Nos hemos vuelto adictos a los aparatos. Los instrumentos, que deberían ser un medio, se han transformado en un fin. Nosotros mismos nos hemos transformado en mercancías, no hay nada más valioso en el mundo contemporáneo que los datos personales con los que trafican las distintas compañías.

P. ¿Cuál sería una forma de resistencia?

R. Una de las principales es la lectura, que es un mundo de complejidad que nos rescata de la lógica binaria, de las redes, de la simplificación de tantos mensajes que ocurren en internet. El mundo de la cultura nos permite pensar por cuenta propia, identificarnos con el otro. En el libro quise contrastar el peligro de estar siendo rehenes de los aparatos, muchas veces sin darnos cuenta, y la riqueza que tenemos en la lectura como defensa contra la enajenación contemporánea.

P. Con la tecnología la vida diaria se hace más fácil. Pero también perdemos algunas habilidades o costumbres.

R. La memoria. La gente ya no tiene que recordar cosas porque tiene todos sus apuntes en una prótesis digital. La orientación en el espacio. Antes era importante tener ciertas coordenadas para llegar a un sitio y ahora vas siguiendo una flechita en un navegador. O los teléfonos que antes teníamos que memorizar. Todavía recuerdo los de las estaciones de radio a las que hablaba para votar por las canciones de los Beatles o de los Rolling Stones: 246590, la Pantera de la Juventud, 51878, Radio Éxitos. Es un conocimiento totalmente inútil, pero es memoria.

P. ¿Y llamaban para votar?

R. Sí, hacían competencias. Tú hablabas para votar por las canciones y te sentías responsable del triunfo de los Beatles, como si necesitaran tu apoyo.

P. Estas pérdidas, ¿las ve como una alerta?

R. Desde luego que es una alerta. Primero, la disminución de la inteligencia humana, en un momento en que las máquinas están jugando mejor al ajedrez que los humanos. Pero también el hecho de que perdamos la capacidad de discutir y de escuchar al otro, de conversar y de llegar a soluciones que no estaban en nosotros. El solo hecho de hablar ante el otro hace que tú mismo descubras cosas que no sabías que podías decir. Es un proceso de autoconocimiento que estamos perdiendo.

P. Cada tanto sentenciamos el final de algo. Sin embargo, el libro sigue ahí, las librerías siguen y cada mes ven la luz miles de libros.

R. Tienes razón. Humberto Eco decía que el libro se inventó bien de una vez por todas. Es como el tenedor o el alfiler. No hay manera de crearlos mejor. A la especie humana le encanta firmar el acta de defunción de muchas cosas.

P. El libro ha sido muchas veces protagonista de esa manía de dar por muerto algo.

R. Somos especialistas en la catástrofe y nos fascina profetizar el apocalipsis. Marshall McLuhan comentó que viviríamos en una era audiovisual, que el libro tenía los días contados. La paradoja fue que escribió un maravilloso libro para decirlo. La galaxia de Gutenberg, que además tuvo un éxito fenomenal.

Portada de 'No soy un robot'.
Portada de 'No soy un robot'.

P. ¿Hay muchos libros salvajes en nuestra vida?

R. Siempre he pensado que todo libro a su manera es un libro que se nos puede escapar. Porque no lo consigues, porque no te lo recomendaron, porque pasaste por alto que podía ser para ti. Entonces, sí, hay muchos libros salvajes en nuestra vida.

P. Más allá de la tecnología, el humano sigue estando en la cima de todo. ¿Por qué estar alerta ante la inteligencia artificial?

R. A mí me parece que lo peligroso no es el robot, sino su amo, es decir, la persona que lo programa o la persona que se beneficia de él. Eso es peligroso en un planeta en donde tienes personas tan impulsivas como Elon Musk o Vladímir Putin. Es difícil pensar que va a haber un uso racional de la inteligencia artificial.

P. ¿Y está presente la tecnología en la literatura y viceversa?

R. Hay libros como Pedro Páramo, que es una obra maestra de la realidad virtual. Es un libro de saltos en el tiempo, en donde el lector tiene que conectar la historia que aparece en forma discontinua y donde hay un conjunto de voces sueltas, que son voces que están llegando en un chat y que se van ordenando en un coro múltiple que está narrando una historia sin sujeto, porque el protagonista que la narra en primera persona muere en el primer tramo del libro, de modo que las voces cobran autonomía y siguen hablando y habitando el mundo de Comala. Y eso es precisamente la realidad virtual.

P. ¿Y cómo convive el escritor con la tecnología, más allá de un teclado y la pantalla?

R. Depende de cómo trabaje el autor, pero yo creo que una de las cosas que han cambiado para mal es que ahora la computadora te da la sensación de que tienes siempre una página en limpio, porque aparece sin errores ante ti, y cuando una palabra no te gusta simplemente la seleccionas y pones otra. A todos nos ha pasado esa experiencia de pasar una cuartilla nuevamente en limpio, de principio a fin, queriendo cambiar la palabra que no te gustaba, pero en el camino cambias tres o cuatro cosas más. Hay una especie de inteligencia que solo surge de manera mecánica en el contacto de la yema de los dedos con el teclado o con la pluma. Este trabajo de reescritura me parece muy importante. Cuando termino un libro, lo imprimo, y lo corrijo a mano varias veces. Luego lo paso todo desde el principio hasta el final nuevamente, como si lo pasara yo en limpio a máquina, y eso lo hago cuatro o cinco veces. Es muy divertido, la gente cree que es una especie de tortura, pero yo creo que lo que define a un escritor de alguien que simplemente escribe algo por necesidad en algún momento, es que al escritor le gusta más reescribir que escribir.

P. Los borradores se están acabando. Es un placer ver aquellos mecanos escritos de las obras famosas y ahora eso se pierde.

R. Ese proceso de corrección me parece apasionante, porque en los sucesivos borradores sí vas dejando huellas. Yo te mostraría los míos, pero se los comieron las termitas, que son más inclementes que la tecnología. Tuvimos que irnos de la casa y se comieron todos los borradores que estuve guardando desde hace décadas.

P. ¿Le gusta su relación con el mundo digital?

R. Me parece inevitable. La verdad es que extraño el mundo sin teléfonos celulares. Como padre, si no tengo localizada a mi hija, me pongo muy nervioso. Obviamente, se le puede haber acabado la batería, se descargó su celular o se le olvidó, pero el hecho de que eventualmente pudiera comunicarme con ella hace que esté en un estado de alerta que antes era totalmente inexistente. Extraño mucho las cartas, que eran otra forma de comunicación. Yo escribí muchas, y por suerte, las que recibí se salvaron de las termitas. Cuando recibías una carta la leías tres veces antes de contestar. El correo electrónico pertenece más a la neurología que a la comunicación, cuando te das cuenta de lo que vas a escribir, ya lo mandaste. Si algo te indigna, te enojas y contestas un insulto y dices, Ay, Dios mío, ¡perdí la cabeza! Pero ya lo mandaste.

P. Parece que tendremos que seguir confirmando nuestra existencia.

R. La paradoja es que se lo demostramos a una máquina. Es un robot quien nos acredita como humanos. Algo totalmente inédito que nos lleva a una pregunta esencial: ¿Todavía nos definimos como humanos?



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Hector Guerrero
Responsable del área de contenidos visuales en EL PAÍS América. Más de 20 años cubriendo acontecimientos noticiosos en la región.
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