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El paso adelante de Claudia Sheinbaum

Los dos meses largos de la presidenta electa dejan como saldo un protagonismo cada vez mayor con directrices al interior del partido, su liderazgo con agentes económicos, gobernadores opositores y un gabinete a su medida

Claudia Sheinbaum Presidenta electa
Claudia Sheinbaum da un discurso en el Teatro Metropolitan, en Ciudad de México, en agosto de 2024.Alex Cruz Mario Guzmán (EFE)
Carmen Morán Breña

En política hay cosas que se van dejando ver de a poquito y otras que toman forma manifiesta cuando se cumplen los preceptos oficiales. La trayectoria de Claudia Sheinbaum desde que pasó de ser candidata a ganar las elecciones de México el 2 de junio puede ser un buen ejemplo de cómo alguien se va empoderando. Este jueves recibió el acta que la acredita como presidenta electa sin más que discutir y allí mismo, en la sede del Tribunal Electoral lanzó un mensaje a los magistrados inequívoco: “La norma electoral es clara sobre la representación [de diputados y senadores] por mayoría y de forma proporcional. Los tribunales en materia electoral conocen a profundidad la legalidad, porque así han actuado en anteriores ocasiones”. O sea, que no se toquen las mayorías que han alcanzado su partido y los aliados en estas elecciones, un tema espinoso que no se ha resuelto aún. Sheinbaum parecía estar ya en la tribuna de las Mañaneras.

Minutos después, antes cientos de simpatizantes y dirigentes de Morena dejó otro aviso: “Sugiero que el partido convoque un congreso en septiembre para elegir a la dirigencia y en el que se actualice este nuevo proceso de transformación, nuestros documentos básicos, nuestros estatutos, y se trace una ruta clara que separe la labor del gobierno de la del partido”. Lo planteó como un paréntesis en su discurso a sabiendas, dijo, de que a partir de ahora, señaló, ella no será la jefa de los morenistas, sino la presidenta de todos los mexicanos. Pero nunca fue tan jefa como en ese momento. “Es una sugerencia amable que hago como cualquier militante”. Si López Obrador hubiera dicho eso, todos habrían interpretado que en septiembre se cumpliría su “sugerencia” a cabalidad. ¿Por qué no en este caso?

Los últimos pasos de la presidenta electa en política, es decir, desde que fue nombrada candidata, han ido de la mano de López Obrador. No había un mitin en el que no mencionara su labor, prometiera continuarla y rechazara cualquier traición a su legado. Y en estos días recientes viaja con él por los territorios mexicanos visitando los pueblos y sus gentes, de nuevo, siguiendo el dictado emanado del presidente: hay que estar abajo, con el pueblo, no desaparecer en el palacio. Ese comportamiento le ha acarreado no pocas críticas, de seguidismo, de convidada de piedra, alguien que no soltaría la mano del líder y gobernaría sujeta a sus criterios. Algunos pensaron que eso le restaría votos en la elección, pero la sorpresa fue mayúscula, incluso para los morenistas, quizá para ella misma. Obtuvo más de un 59% de los votos emitidos, un porcentaje mayor que el ciclón con el que arrasó López Obrador en 2018. Y dejó a su adversaria 32 puntos más abajo, en medio de una oposición desnortada. Pensar que alguien con esos cimientos puede doblegarse con el aire que otros soplen se hace cada día más difícil.

La figura de estadista de Sheinbaum, de hecho, se ha ido horneando en estas semanas desde que resultó victoriosa en los comicios. A partir de ahí, nadie mira al pato cojo, como llaman los estadounidenses al presidente del país cuando ya se ha elegido a su sucesor. Fue Sheinbaum, siguiendo esa regla, la que salió de inmediato a calmar a los mercados, que andaban desbocados echando el peso por tierra ante tamaña mayoría en las urnas. Manifestó pronto su intención de dejar en su puesto al actual secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, y mantuvo conversaciones con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OCDE y el poderoso fondo de inversiones BlackRock. Fueron las primeras señales de una presidenta.

Claudia Sheinbaum en el Tribunal Federal Electoral.
Claudia Sheinbaum en el Tribunal Federal Electoral.TEPJF

Después fue presentando a su gabinete, con cuentagotas, aún falta designar a los militares, es decir, al secretario de la Defensa Nacional y de la Marina, y algún cargo de alta importancia, como la dirigencia de la petrolera nacional, Pemex. Esa exposición pública esperada cada jueves por todos los medios de comunicación la ha mantenido en el foco absoluto, mientras las conferencias diarias del presidente perdían fuelle. En el nombramiento de quienes conformarán su gobierno también se ha visto su mano: continuidad en las políticas, sí, pero se ha rodeado de antiguos colaboradores y ha sacado pecho en cuestiones como las que atañen a la academia y las ciencias, de donde ella misma procede y de donde han podido venir algunos votos que quizá no habrían apoyado una segunda vuelta de López Obrador.

Esas clases medias ilustradas han recibido bien que el antiguo Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología, tan vapuleado en este sexenio se haya convertido en una secretaría para el próximo, que dirigirá la bióloga y académica de la UNAM Rosaura Ruiz, que ya trabajó con Sheinbaum en el gobierno de la capital. Otros, como el nuevo secretario de Exteriores, Juan Ramón de la Fuente, también procede de su equipo cercano y de la misma casa madre, la UNAM. Colocar a Omar García Harfuch, por quien ella apostó para la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México sin conseguirlo, ha sido otro de sus empeños. Hasta el pasado 8 de enero, no recibió el policía los parabienes públicos de López Obrador, que nunca le miró con los mejores ojos, se ha contado. Y la vuelta a casa de Lázaro Cárdenas Batel, amigo de la presidenta y ahora uno de sus hombres de mayor confianza en el gabinete, lleva también la firma de puño y letra de Sheinbaum. Cárdenas Batel fue coordinador de asesores con el presidente y renunció en marzo del año pasado después de las desavenencias públicas que mostró López Obrador con el ingeniero Cárdenas, su padre.

La política interior reconoce rápido en México a quien ocupará la silla presidencial. A principios de agosto, los gobernadores estatales se han ido reuniendo con ella para ir compartiendo las políticas que les sean comunes, para hacer su nueva carta de peticiones: aguas, carreteras, electricidad, violencia, lo que sea. No todos eran de su partido, aunque eso cada vez va siendo más difícil, tal es la mayoría con la que gobierno Morena en todo el país. Sheinbaum recibió al gobernador de Nuevo León, Samuel García, en un encuentro en el que se abordó el asunto de Tesla, la planta de coches eléctricos que el magnate Elon Musk prometió ubicar en este Estado y que ahora mismo está en el aire. García cree que las aguas volverán a sus cauces pasadas las elecciones estadounidenses. Nuevo León es un Estado próspero con el que hay que dialogar siempre. Lo hizo López Obrador y las fotografías dejaron ver en esta ocasión a una Sheinbaum muy sonriente con García y su esposa, Mariana Rodríguez Cantú.

Las sonrisas y los desaires son propios de los presidentes, que transmiten con ello la temperatura de las relaciones de forma diplomática. A veces no tanto. Sonado ha sido el gesto que la propia Sheinbaum tuvo este jueves con Gerardo Fernández Noroña, del Partido del Trabajo, aliado de Morena, al único que no besó de toda una larga fila de dirigentes que fueron a celebrar con ella su acreditación como presidenta electa. Noroña reclama un puesto, tal y como se prometió a quienes pelearon la candidatura electoral para presidir el país en el bloque aliado de Morena. Todos se han ido colocando, menos él, y fiel a su carácter, lo ha dejado notar. Por ahora se ha quedado sin beso presidencial.

Claudia Sheinbaum a su llegada al Teatro Metropolitan.
Claudia Sheinbaum a su llegada al Teatro Metropolitan. Christian Palma

Sheinbaum desgranó este jueves al recoger su acta las prioridades de su gobierno, que en los principios generales no difieren del anterior: economía moral, apoyo a los pobres, programas de bienestar social, becas educativas, independencia y soberanía. Entre un discurso y otro, sacó a relucir todo el santoral de izquierdas mexicano, desde Juárez a Cárdenas, sin olvidar un buen puñado de mujeres a las que no siempre se menciona y las políticas feministas. Pero si alguien espera que porque gobierne con voz propia va a dejar de mencionar al presidente, no parece que eso le sea concedido: “Se molestan nuestros adversarios cuando hablo de López Obrador, quieren un deslinde, pero no lo voy a hacer. Es un honor estar con Obrador. Es el mejor presidente que ha tenido México”.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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