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NAUFRAGIO DE TIM SHADDOCK
Columna
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Érase una vez Tim Shaddock el náufrago

El australiano comparte experiencia con otros desventurados viajeros que inspiraron grandes obras de la literatura

Tim Shaddock
Tim Shaddockcesar rodriguez
Carmen Morán Breña

Érase una vez un capitán español llamado Pedro Serrano que naufragó en aguas del Caribe y consiguió llegar a un remoto islote de arenas blancas. Comía peces y pájaros y un caparazón de tortuga le ayudaba a recoger el agua de la lluvia. El atolón fue su hogar durante ocho años, su refugio y su soledad, hasta que las señales de humo guiaron hacia la costa a un galeón que navegaba de Cartagena de Indias a La Habana en 1534 y envió un bote para rescatarlo. De nuevo en España, la fama del capitán Serrano se extendió hacia otras Cortes europeas. El relato de aquella peripecia extrema se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla.

Érase una vez, debería comenzar también la historia de Tim Shaddock, el náufrago australiano cuyo rescate en medio del Pacífico ha sido esta semana la romántica lectura de miles de personas en todo el mundo. En sus 90 días a la deriva en una nave sin vela ni motor por obra y gracia de una tormenta, Shaddok también comió peces y aves que venían a visitarle en la cubierta. El agua de la lluvia le salvó la vida, lo mismo que a su perra, Bella. Un atunero mexicano le devolvió a tierra cuando sus esperanzas mermaban. Su experiencia ha sido inspiradora, como dicen que lo fueron para Daniel Defoe las del capitán Serrano y otro aguerrido náufrago del siglo XVIII, el escocés Alexander Selkirk.

Los hombres de la mar están acostumbrados a encontrar, también hoy en día, a decenas de Robinson Crusoe que han tenido mala suerte en su travesía. ¿Por qué se ha hecho tan famoso Shaddok? Hay quien dice que las fabulosas redes de comunicación social de este tiempo son culpables de que el australiano haya perdido parte de la soledad que buscaba en su vida para ser, por unos días, el más visto, leído y buscado. Ciertamente. Pero las historias de superación humana atraen como la miel a las moscas, hoy como en el siglo de los galeones. Las preguntas surgían a borbotones: ¿cómo hizo para pescar, cómo para atrapar las aves, tomaba café o reservaba toda el agua de lluvia, llevaba comida en conserva, cuándo se agotó su combustible para calentar las viandas, en qué pensaba, cómo se cubría del sol y del frío, en qué momentos se quiebra la voluntad humana, qué mecanismos multiplican la imaginación y la audacia para seguir vivo, hay lugar para el arrepentimiento o se busca la muerte como fin de la aventura? Menudo novelón.

Quizá pronto leamos en páginas encuadernadas los detalles que ahora Shaddock administra en parcas dosis. Sabemos apenas que era un hombre de traje y corbata que trabajaba para una empresa tecnológica hasta que dio un viraje a su vida y la llenó de solitaria naturaleza, porque así su ánimo se vio satisfecho. Muchas personas de negocios que viven atrapadas entre una computadora y un teléfono móvil miran un día al océano con ansias de libertad y se compran un barco. La nueva singladura vital será austera y en comunión con la naturaleza, desprovista de casi todo, como los hijos de la mar, que decía el poeta Antonio Machado. Esa libertad reconquistada es, a buen seguro, otro de los elementos que han despertado el apetito por la historia del australiano, y el mar, hoy y siempre, la metáfora perfecta de todo ello.

Piénsenlo mientras están tumbados en la arena frente a las olas en estos días de vacaciones y a la vuelta, seguimos…

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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