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ARTE EN IZTAPALAPA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Utopías de Iztapalapa: el laboratorio de la dignidad y el futuro

Aquí, en el mayor laboratorio de dignidad del continente, se construye el porvenir y algo más: la conciencia de saber que, aun dentro del capitalismo salvaje, existen apóstoles que velan por los desheredados

Habitantes de Iztapalapa en las albercas de la Utopía Tezontli
Habitantes de Iztapalapa en las albercas de la Utopía Tezontli, el 6 de abril.Graciela López Herrera (Cuartoscuro)

Encaramado en el segundo piso del bus que lucía el pomposo membrete de Iztapalapatour, soporté, junto a decenas de copartícipes, una canícula inclemente. Sombreros de plástico, semejantes a los tejidos en paja, pero sin su textura ni su peso mosca, nos protegían parcialmente del solazo. El clima bochornoso y la potencial insolación fueron vencidos por la curiosidad por conocer ese proyecto del que me han hablado con admiración: las utopías.

Tomás Moro ideó el “lugar que no existe” para legar al porvenir su consagración a la única virtud que no escapó de la caja de Pandora: la esperanza. La utopía de Moro comprendía la propiedad común de los bienes en una isla democrática de paz y remanso, cuya posible ubicación estaría referida por las narraciones de Américo Vespucio y su travesía por Sudamérica. Es imaginaria, pero no irreal, porque los sueños transformados en ilusiones son más gratos que las pesadillas, por más que estas formen parte de la vida diaria en el capitalismo.

Quien le dio un sentido político contemporáneo a la utopía fue el cineasta Fernando Birri, quien, al finalizar una charla compartida con Eduardo Galeano en Cartagena de Indias, contestó a la pregunta de un asistente:

— ¿Para qué sirve la utopía?

Birri, con su traza de Quijote argentino, respondió:

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos, y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

A la alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada, autora intelectual y material del proyecto, le debe haber inspirado aquella frase: sirve para caminar, porque nos guió en largo recorrido por aceras y caminos bordeados por un señuelo de identidad, porque más que sigla, es un concepto: Unidades de Transformación y Organización para la Inclusión y Armonía Social, UTOPIAS.

¿En qué cabeza cabe, dónde cabe? se preguntaría Alberto Cortez, al admirar este proceso social que es matriz de un nuevo tiempo. La alcaldía más poblada de la ciudad, el segundo municipio en habitantes del territorio mexicano, con el 22% de la población de la capital y con cerca de un millón de personas en situación de pobreza, vive una transformación sin igual en América Latina.

Fue Meyehualco la primera en nuestro peregrinaje. Allí está instalado el parque llamado Iztapasauria, jardín visitado especialmente por la niñez que admira asombrada la puesta en escena de los tiempos trásico y jurásico. Rex, tricératops y otros animales gigantes generan el bullicio, el grito asombrado y el miedo contenido de millares de niños y niñas que no pagan un centavo para acceder a ese vergel arcaico. Disney se revolcaría de rabia al enterarse de que la entrada es gratuita. Y es que en eso reside la base ideológica del proyecto redistributivo: que los pobres tengan lo mismo que los ricos, con similar estructura, con servicios de primer nivel. Desde el cielo amaranta de los mejores humanos, al mirar el espectáculo contra el egoísmo, Marx repetiría su frase: los obreros necesitan más respeto que pan.

De allí a la cárcel. Y no es metáfora. Vamos hacia la Utopía Libertad, situada a pocos metros del Reclusorio Oriente. En Latinoamérica se construyen centros penitenciarios en zonas deprimidas, con entornos violentos y expreso desdén y desprecio por los familiares de los presidiarios. La estética de la miseria, la desgracia, la drogadicción y el crimen, junto a la injusticia y la infamia, fueron expuestos por José María Arguedas en su obra El Sexto, o José Revueltas en El Apando. Seguramente dentro del reclusorio los estigmas y la desesperanza campeen, pero afuera, en territorio que fuera expropiado, se levanta la dignidad. Granja, ajolotario, planetario, alberca, sistema público de cuidados, juegos infantiles, son la contracara de la ignominia. Quizá la algarabía de los infantes llegue a oídos de los reclusos. Será una música que el viento lleve y ofrende al menos una promesa de redención o de justicia a los desesperados.

Desde el aire, merced al viaje en el cablebús, una obra extraordinaria de la administración de Claudia Sheinbaum, observamos el mayor territorio de murales del continente. Orozco, Rivera, Siqueiros, O’Gorman y Aurora Reyes deben aplaudir la creatividad, sensibilidad y arrojo de cientos de muralistas que le pintaron la cara a la pobreza. Los depredadores le habían quitado al pueblo hasta el derecho a mirar, a sentir y a disfrutar el arte. La Iztapalapa gris, donde la muralla era el papel del canalla, como solían decir los colonialistas, es hoy territorio simbólico y visual de la hermandad. Grandes formatos, en paredes de cal, tierra, adobe o bloques de cemento, lucen el crisol y el arcoíris de mensajes y retratos: carnavales, flores, rostros, sandías, lagunas, sonrisas, se mezclan con tributos a María Izquierdo, Nahui Olin, comandante Ramona, Rosario Castellanos, Elisa Carrillo, Oscar Chávez, Matilde Montoya, Consuelo Velázquez, que dan cuenta de la toma de conciencia, de la reivindicación histórica, y también del presente, como esa pintura con el puño enlazado por un pañuelo violeta que reza: Somos el grito de las que ya no están. Más allá, el rostro de Emiliano Zapata que con lágrimas en ojos y mejillas parece repetir su sentencia: El que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre, pero que no grite cuando lo pisen.

Junto a los murales y la mejor iluminación de la ciudad, están los Caminos de Mujeres Libres y Seguras, manifiesto y acción de transformación de calles, barrios, colonias por donde las mujeres y niñas puedan transitar sin miedo. Son una especie de barrera luminosa contra el machismo y la violencia.

El itinerario era más largo, porque ya se han construido doce Utopías y están en proceso seis más, pero cerramos esta primera visita con el Barco, así llamado por tener la forma de un navío. En el Acuario Digital observé a infantes pasmados que por primera vez tenían contacto con el mar; visitantes que adquirían conciencia en la sala de exhibición del cambio climático y también turistas europeos que inquirían sobre la sala de grabación y la sala de música instrumental. Poco antes una orquesta nos ofreció un breve concierto. Es quizá la primera vez que escucho con fruición a una filarmónica de barrio o sinfónica de bendita vecindad. Y es la apuesta por el arte la que transforma a quienes la practican con pasión. Como decía el paraguayo Luis Szarán: El joven que toca Mozart de día, no puede romper vidrieras de noche.

Nunca más la estigmatización a los pobres que lo son porque son vagos. Nunca más desprecio a la plebe, al naco siempre ofendido por güeros que son, en realidad, hueros. No más inservibles ni desahuciados, no más colmenas de adictos ni favelas, no más racistas que olvidaron al otomí, el agave o el huipil. Aquí, en el mayor laboratorio de dignidad del continente, se construye el porvenir y algo más: la conciencia de saber que, aun dentro del capitalismo salvaje, existen apóstoles que velan por los desheredados. Ojalá se multipliquen las Brugadas, para que la Clara luz de la solidaridad y la justicia impere en todo el territorio de la capital y todo el territorio mexicano.

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