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Columna
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El Guadalupe Reyes de Ricardo Monreal

No le han dejado otra opción a Monreal que defenderse con todo. Y salvo una sorpresa mayúscula, emprenderá la ruta hacia una candidatura presidencial, una que escindirá al oficialismo, una que podría hacer reverdecer esperanzas a la oposición

El senador mexicano Ricardo Monreal, durante una entrevista en 2021.
El senador mexicano Ricardo Monreal, durante una entrevista en 2021.Gladys Serrano
Salvador Camarena

Dice que diciembre le gustó…. para decidir si se va o se queda. El que esta semana dijo eso, a tono con la famosa canción ranchera, es el único político que ha mostrado la densidad necesaria para disputarle decisiones al presidente más poderoso de México en muchas décadas. Estamos pues, a punto de entrar al Guadalupe-Reyes de Ricardo Monreal, un periodo más que de fiestas de reflexión, sobre lo que será su futuro, y lo que podría ese futuro personal incidir en las probabilidades electorales del régimen.

El cascarón de la sucesión adelantada comienza a cuartearse. Asoma una desavenencia mayúscula en el seno de Morena. El senador Ricardo Monreal logró esta semana un contundente apoyo multipartidista, y de no pocos legisladores de su partido, en un escalamiento inédito de su pugna con la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum. Esta, por su parte, desestimó el desafío del zacatecano. Pero las fichas están puestas en una ruta de colisión que podría debilitar, como nada antes, al régimen.

De Ricardo Monreal se dice que un apoyo de su parte no garantiza el triunfo en una elección, pero que una confrontación con él sí constituye un gran riesgo.

Así se mide la influencia del líder del Senado, un político peso pesado que por décadas ha cultivado intereses con personajes de todo el espectro partidista y empresarial. Y por algo derivado de esa capacidad de operación es que, precisamente, hoy está enfrentado con Sheinbaum y con Andrés Manuel López Obrador: estos le atribuyen, y no le perdonan, derrotas en la CDMX en 2021.

AMLO no le ha dado carácter de corcholata a Monreal. Aunque es cierto que ya le ha mencionado en la mañanera como un posible sucesor, hay que tomar con un grano de sal la inclusión del senador en la lista de precandidatos a la presidencia por Morena: cuando por fin lo nombró, el presidente lo apuntó como a cualquiera otro, sin deferencia ni estima; y todo el mundo sabe que, por su distanciamiento, el tabasqueño está en el ánimo de designar a cualquiera, menos a su excoordinador de campaña en 2012.

Monreal ha intentado hacer de la necesidad una virtud. Desde que dejó de ser un convidado a la mesa de Palacio se presenta como un disidente con altura parlamentaria, como un político con líneas de comunicación tendidas hacia los otros partidos, como un estadista que usa el desaire para subrayar que la no sumisión al Zócalo es republicanismo.

Pero seguía siendo, desde la resistencia, un apoyo del presidente. En parte porque cuando AMLO intentó improvisar operadores en la cámara alta los fracasos de Olga Sánchez Cordero e incluso de Adán Augusto López fueron sonoros (remember: el apoyo de Ricardo no garantiza que las cosas caminen, pero marginarlo incrementa las probabilidades del fracaso). Y él seguía apoyando a Palacio, quizá, porque no era aún hora de romper.

El fin de tan frágil convivencia parece estar llegando. Desencuentros como el que sostiene con el gobernador veracruzano Cuitláhuac García le han costado rebeliones en su bancada y mayor distanciamiento de otros, como se llaman ellos, “compañeros del movimiento”. Monreal no se quedó de brazos cruzados ante las maniobras carcelarias de García, y al intentar una comisión legislativa para intervenir, en reprimenda por poco le quitan el liderazgo morenista. Reculó a tiempo, pero con una bancada dividida sin remedio.

En el año y medio de la sucesión adelantada ―empezó tras la caída de Línea 12 en mayo de 2021―, Monreal ha denunciado que tanta premura era riesgosa y que debía contenerse a los aspirantes. Pero el presidente ni siquiera intentó meter de regreso al duende a la botella. Los apetitos se habían desatado y entonces Ricardo denunció la flagrante inequidad del proceso. El tiempo le ha dado la razón. Hay una favorita, unas comparsas (o si se quiere: un par fusibles listos para un plan B) y hay un marginado: el líder senatorial.

Tan claro panorama no desanimó a quien ya hace un cuarto de siglo defeccionó de un partido hegemónico. Pero la falta de resignación no garantiza el éxito. En el verano, en ocasión del cambio de mesa directiva del Senado, Monreal intentó su movida más osada, una que no le salió y que, por el contrario, parecía haber desinflado su credibilidad con la oposición, sobre todo porque acabaría por defraudar también a quienes creyeron que tendría capacidad de resistir la militarización de la seguridad pública.

En otras palabras, el arranque de sesiones legislativas resultó calamitoso para el zacatecano, quien había acordado que se dejaría impulsar a la presidencia de la mesa directiva, con lo que en septiembre sería titular del poder Legislativo y representante de éste frente a AMLO en las múltiples celebraciones patrias de ese mes. El acuerdo para auparlo a ese puesto cuajó a la perfección mas lo único que falló fue la voluntad de Monreal, que dio un paso atrás y colocó en esa posición a uno de los suyos.

El Monreal que iba a dar el salto definitivo para mandarse solo, para creerse legislador de la República y no de un movimiento, se quedó en un “ya merito”. En las siguientes semanas, cuando se afanó sin disimulo para agradar a las fuerzas armadas y al presidente con una reforma constitucional arrancada con amenazas y ofertas de impunidad, Ricardo brilló por sus discursos tratando de justificar lo que antes había cuestionado.

Fue ahí cuando López Obrador le puso en la frente la estrellita de que ya era una corcholata, maniobra típica de Andrés Manuel para asentar que había logrado someter a su amigo y que en consolación le daba unas palabras para que se ilusionara. El fiero Monreal había regresado al redil.

En paralelo, la posibilidad de candidatura de Sheinbaum parecía consolidarse sin mayor contratiempo que la falta de tino de la jefa de gobierno, que insiste en salidas destempladas –tan solo esta semana ha sido preocupante su intromisión en la soberanía de otro estado de la Federación, así sea el que tiene por gobernante a un impresentable-- y su excesivo mimetismo con el de Palacio.

Mas por haber sembrado tan precipitadamente los vientos de la sucesión, López Obrador y sus seguidores ahora tendrán que enfrentar riesgos de una ruptura que fue aceitada por distintos apetitos de poder. A Monreal no le perdonaron su intento por la disidencia y la ariete de moda ha aireado, desde Campeche, supuestas conversaciones incómodas y excesivas propiedades del zacatecano.

Con el tiempo los de Morena tendrán que revisar qué estaban pensando cuando decidieron resucitar a Monreal: ya tenían de regreso al orden a Ricardo y en vez de perfilarse a menesteres que también tendrán que atender rumbo al 2024 prefirieron humillar al expriista que ya una vez le ganó la partida a un presidente de la República.

Luego de dos ataques de la campechana Layda Sansores, Ricardo Monreal se ha lanzado a la ofensiva. Ha usado la justicia y la política para contraatacar. Demandará en los tribunales a su compañera de partido, buscando incluso su destitución. Y en términos políticos ha sacudido a la República al cuajar el apoyo de tres cuartas partes del Senado. Se escribe fácil, pero es inédito y nada menor en los tiempos de un régimen que usa a los gobernadores como abajofirmantes para cualquier contratiempo que enfrente el señor presidente.

Los patrocinadores de Layda han brindado a Monreal una oportunidad extraordinaria. Es de nuevo un actor relevante e insumiso. Lo que no fue en agosto, con la presidencia de mesa directiva que a última hora desdeñó, lo es ahora: ¿quiere de veras Palacio Nacional una reforma electoral?, ¿se va Arturo Zaldívar de la Corte, para intentar ser fiscal a cambio de que AMLO pueda designar un ministro más? Estos dos casos hipotéticos requieren un senado que ahora recae en un solo hombre y éste no es el presidente de la República.

Esa es la plataforma que le han regalado los patrocinadores de Claudia, digo, de Layda a Ricardo. Hay tiro. No le han dejado otra opción a Monreal que defenderse con todo. Y salvo una sorpresa mayúscula, el zacatecano emprenderá la ruta hacia una candidatura presidencial, una que escindirá al oficialismo, una que podría hacer reverdecer esperanzas a la oposición.

Es Claudia contra Ricardo. Es Monreal intentando, de paso, cobrarse la fea manera en que le bajaron de la competencia por la ciudad de México hace cinco años para poner a Sheinbaum. Esta segunda parte se va a poner más fea. El cisma de Morena es cuestión de tiempo.

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