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La odisea de una madre mexicana para despedirse de su hija enferma de cáncer en EE UU

Los agentes fronterizos denegaron a Lucía Méndez la entrada en cuatro ocasiones. No logró ver a su hija Alma con vida. Ahora pelea por poder llegar al funeral

Beatriz Guillén
Mygratory Crisis
Alma Hernández, de 36 años, falleció este domingo 19 de junio en Dallas, Texas, EE UU.Cortesía

A Alma Hernández le diagnosticaron cáncer de pecho en marzo: estadio cuatro, metástasis en pulmones, hígado y cerebro. Tenía 36 años, cuatro hijos y a su madre a 1.500 kilómetros. La joven había nacido en Aguascalientes, donde todavía reside parte de su familia, pero hacía casi dos décadas que vivía en Dallas, Texas, junto a su marido. A final de marzo, el hospital de Parkland envió una carta a Lucía Méndez en la que se detallaba el delicado estado de salud de su hija. La mujer se lanzó con el documento inmediatamente hacia Estados Unidos, pero fue rechazada en la frontera. Los agentes migratorios estadounidenses le dijeron que no todas y cada una de las veces que Alma empeoraba y ella regresaba a pedir lo mismo: que la dejaran verla antes de que fuera tarde. “Lo llaman permiso humanitario, pero no tiene nada de humanitario. No se conmueven con tu dolor”, dice su hermana Adriana Hernández por teléfono a EL PAÍS. Alma falleció este domingo sin que su madre pudiera despedirse. Ahora la familia pelea por tratar de cruzar y, al menos, llegar al funeral.

Con el parte hospitalario en la mano, el 1 de abril, Lucía Méndez y Adriana Hernández se presentaron en el puente fronterizo de Nuevo Laredo, en Tamaulipas. Las autoridades de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) les denegaron la entrada humanitaria porque entonces la paciente estaba solo en tratamiento y no se sabía cuánto podría vivir. “Nos dijeron que volviéramos cuando le quedaran pocos días de vida”, relata Adriana.

Con el paso de las semanas, la quimioterapia no funcionaba y el cáncer de Alma se agravaba. El 17 de abril lo volvieron a intentar: mostraron documentos del hospital, el acta de nacimiento para probar el parentesco y los datos de la persona que se haría responsable de ellas durante el permiso humanitario. Su otra hermana, Leticia Hernández, sí tiene los papeles de residencia en Estados Unidos, por lo que eso lo tenían resuelto. Pero la respuesta fue la misma: que volvieran más tarde.

El 15 de junio, el hospital de Parkland emitió un diagnóstico demoledor. “La paciente está hospitalizada en cuidados intensivos por la rápida expansión del cáncer y no está respondiendo al tratamiento. Desafortunadamente, no la podemos curar. Su cáncer de pecho es muy agresivo y afecta a múltiples órganos. Su expectativa de vida no llega a tres meses”, se lee en el documento que el centro médico envió al consulado mexicano en Dallas.

“La estaban ya desahuciando”, dice su hermana. Así que de nuevo al camión, de nuevo las 12 horas que separan Aguascalientes, en el centro de México, con Nuevo Ladero, ya en la frontera con Texas, de nuevo el no. En esta ocasión, los agentes migratorios interpretaron su insistencia como una clara señal de que querían cruzar y quedarse en EE UU de forma ilegal. “Quiero ver a mi hija viva, esa es mi insistencia”, dijo Lucía Méndez. Suplicaron sin éxito. La patrulla les advirtió que cualquier otro intento de entrada iba a repercutir en la petición de futuras visas.

Su hija se moría y Méndez no podía quedarse sin hacer nada. Decidieron intentarlo por la frontera de Piedras Negras, en Coahuila. “Allí todavía era peor”, cuenta Adriana Hernández en referencia a la fuerte presión migratoria de las últimas caravanas, “ni siquiera te dejaban acercarte a la garita a hablar con los agentes”. Les propusieron que su hermana Leticia, residente legal, volviera a por ellas y las ayudara a cruzar. “Ella se responsabiliza: si nosotras no salimos, va presa. Pero nosotras no tenemos ningún interés en quedarnos, yo tengo mi marido y mis hijos en México, mi mamá tiene su casa, solo queríamos ver a mi hermana”. Tampoco funcionó el procedimiento: “Nos dijeron que nos lo negaban porque Alma era indocumentada”.

Rotas y desesperadas, Lucía y Adriana volvieron a Aguascalientes. Alma murió dos días más tarde.

Con México convertido en el muro de contención de la migración a Estados Unidos, los procesos en la frontera se han vuelto todavía más estrictos. “Han sido momentos donde todo era muy confuso. Nos decían que el consulado no intervenía. También nosotras teníamos mucho desconocimiento”, dice Adriana, en referencia a que se les ha informado que deberían de haber acudido desde el primer momento a la delegación que la Secretaría de Relaciones Exteriores tiene en Aguascalientes a solicitar apoyo.

La publicación de su caso en las redes sociales, por la periodista Wendy Selene, ha logrado que las autoridades pongan atención a la historia de Lucía Méndez. Este lunes por la mañana, el cónsul de Eagle Pass, Ismael Naveja Macías, ha comunicado que habían obtenido los permisos humanitarios para que las dos mujeres puedan asistir al funeral de Alma, que está previsto para el jueves o el viernes. “Las estaremos esperando el día de mañana para continuar con los trámites. El consulado está atento”, ha escrito Naveja.

Mientras aborda el camión que la va llevar otra vez a la frontera, Adriana Hernández recuerda a su hermana. Describe a una joven a la que le encantaba la música y el maquillaje, quien trabajaba solo ocasionalmente porque cuidaba de sus cuatro hijos, y que se atrevía a escribir en Facebook mucho más de lo que decía. “Era una mujer seria pero muy bromista en cuanto le tenías confianza”, dice Hernández, que solo espera ahora poder llegar a despedirla.

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Sobre la firma

Beatriz Guillén
Reportera de EL PAÍS en México. Cubre temas sociales, con especial atención en derechos humanos, justicia, migración y violencia contra las mujeres. Graduada en Periodismo por la Universidad de Valencia y Máster de Periodismo en EL PAÍS.

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