Queridos Reyes Magos: hoy los niños solo piden iPhones
Miles de niños esperan la llegada de los Reyes Magos este 6 de enero en medio de una posible nueva ola de contagios de coronavirus
“Qué tiempos, ¿verdad?”, dice don Miguel Cruz mirando a su nieta Sofía, quien, agachada, metida en lo suyo, enlista en una carta las cosas que pedirá a los Reyes Magos. Para este 6 de enero, cuenta por fin la pequeña de 12 años —que asegura que se ha portado muy bien— solo quiere un nuevo móvil, unos audífonos y una cámara portátil resistente al agua para poder grabar videos dentro de una piscina. Así como ella, decenas de niños escriben sus deseos en las mesas de la oficina central de Correos de México, para entonces depositarlos en los buzones especiales que van con destino a Belén. Igual que Sofía, a su vez, miles esperan en sus casas la visita de los Reyes Magos con juguetes y ropa nueva, pero sobre todo gadgets y dispositivos móviles.
“Los más chiquitos sí nos piden juguetes”, afirma Melchor, uno de los tres Reyes Magos, posando a lado de su caballo. Aunque la gran mayoría —asevera— pide iPhones, tabletas electrónicas, videojuegos, laptops; pura tecnología: lo de hoy es estar conectado. “Parece que nacen con un chip”, remata. “Los más listos piden instrumentos musicales”, añade Gaspar, afianzado de una espesa barba blanca estilo Karl Marx o Leonardo da Vinci que lo hace lucir más sabio y seguro de lo que dice. Baltazar no lleva una estadística, pero a ojo apunta que los drones están a la cabeza de entre los artículos más solicitados en los últimos años.
Esta tercia de reyes es una de las tantas agrupaciones de magos que se dejan ver en la explanada del Monumento a la Revolución en Ciudad de México. Antiguamente, este tianguis se hacía en la plaza de la Alameda central, a un costado del Palacio de Bellas Artes, a solo un kilómetro de donde están ahora. Para los niños eso no importa: acompañados de sus padres hacen fila para fotografiarse con los entes mágicos. Todos, eso sí, con mascarillas. Algunos incluso toman gel antibacterial del frasco de litro que descansa en la joroba del pequeño camello de plástico de Gaspar en uno de los escenarios.
Son más de diez tablados en donde cada conjunto de reyes baila, canta o posa para llamar la atención; el objetivo: ganarse la foto. Entre 150 y 200 pesos cuesta la imagen impresa a lado de los “héroes de un día”, como los ha llamado María Alicia Alcántara, madre de familia que junto a sus dos hijos espera a su esposo, que ha ido a comprar algo a un puesto vecino, antes de poder pasar a tomarse la foto. “Los niños aguardan este día con ansias”, afirma. Si el año pasado las festividades de temporada y el comercio ambulante fueron suspendidos en las calles del centro a causa de la pandemia, este año han vuelto con casi toda su fuerza aun anunciándose una probable nueva ola de contagios de covid-19 en el país.
Muchos padres de familia piden a los Reyes Magos el fin de la pandemia. Las cosas obviamente han cambiado —continúa don Miguel Cruz—, “la tradición es la que no cesa; una pandemia no mata ninguna ilusión, pero a nosotros como padres nos toca no creer en la ilusión de que la pandemia ya ha terminado”. Así como don Miguel, otras familias esperan a que sus niños depositen las cartas en los buzones del servicio de correo. Este año, según explica el comunicado de actividades del Palacio Postal, se ha replicado esta actividad en 337 oficinas de Correos de México en toda la República. La idea es continuar la tradición de forma segura y controlada, y de paso enseñar a los niños a enviar una carta. “No está mal”, sigue don Miguel, “que aprendan a usar el servicio postal como se hacía en mis tiempos”, agrega no sin aclarar que no está peleado con el correo electrónico.
A dos o tres familias del escenario, llega Arturo Chávez, padre de los dos niños que aguardan, junto a su madre, María Alicia, el turno para poder tomarse una foto con los Reyes Magos. Al verlo acercarse, el más pequeño grita: “Papá, ¿cuál de todos es Melchor?” Arturo frunce el ceño como intentando hacer memoria, pero abandona rápidamente el esfuerzo y ofrece a su esposa e hijos una alita azada del plato que acababa de comprar.
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