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El periodista, el novelista y el editor contra las distintas caras de la censura

Jorge Ramos, Sergio Ramírez, y Raúl Figueroa Sarti conversan en la FIL sobre las formas de censura en América Latina

Jorge Ramos, Sergio Ramírez y Raúl Figueroa en la FIL de Guadalajara
Jorge Ramos, Sergio Ramírez y Raúl Figueroa en la FIL.Hector Guerrero
Camila Osorio
Guadalajara (México) -

En 1983, el periodista mexicano Jorge Ramos decidió salir de México para buscar trabajo como reportero en Estados Unidos después de que la poderosa cadena Televisa le dijo que no iba a publicar una pieza crítica suya al poder presidencial del PRI. A finales de la década del 2000, el editor guatemalteco Raúl Figueroa Sarti, exiliado en Costa Rica durante la guerra civil, recibió amenazas en su país por publicar una serie de libros sobre crímenes perpetrados durante el conflicto. En 2021, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez tuvo que dejar su país y exiliarse en España por la persecución que Daniel Ortega armó en su contra tras publicar una novela crítica a la represión de la dictadura.

El periodista, el editor y el novelista estuvieron este miércoles en la Feria del Libro de Guadalajara, en tres eventos distintos sobre la libertad de expresión, pero con una misma preocupación: las distintas caras de la censura y sus paradojas en el siglo XXI.

“La libertad es un trabajo en equipo”, dijo Ramos en su discurso para uno de los eventos, la entrega del Premio Voltaire, que celebra la valentía de editores que defienden la libertad de publicación. “Cada escritor y periodista necesita una editorial y editor valiente dispuesto a sacrificar su trabajo, y a veces su vida, para que podamos leer un libro controversial o recibir las noticias sin ninguna censura”.

Ramos, en conversación con EL PAÍS, admite que ahora es un “periodista privilegiado”: si no tuvo el apoyo de Televisa en los ochenta, ahora como conductor del noticiero de Univision tuvo todo el apoyo de su cadena cuando Donald Trump lo expulsó de una conferencia de prensa, en 2015, o cuando Nicolás Maduro confiscó su material de video, en 2019. “Detrás de mí había un director de noticias [Daniel Coronel] y una empresa que siempre apoyó mi trabajo, y sin ellos, yo no hubiera podido hacer esas preguntas”, dijo Ramos en su discurso. Pero añadió que actualmente le preocupan todos aquellos que no tienen un Univision detrás, esos que son el mayor objetivo de la censura en México. “Desde que López Obrador llegó al poder han matado a 25 trabajadores de la prensa”, señaló. “La impunidad es casi total, no hay arrestos para la mayoría de esos asesinatos. El presidente ha fallado en su principal obligación: evitar que sigan matando a tantos mexicanos”.

La amenaza a la libertad de expresión en el continente tiene muchas formas y muchos grados: del asesinato a la autocensura; de las amenazas violentas a las demandas judiciales. El caso más visible de censura en la literatura latinoamericana lo vive el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, exiliado en España, que dedicó parte de sus palabras en el primer evento del día a una forma de censura más compleja que la que trae la tiranía o narco: la que viene del miedo del escritor antes de una posible amenaza. “El peor enemigo que un escritor tiene que combatir es a sí mismo, cuando tiene la sensación de la autocensura”, dijo el Premio Cervantes del 2017. “La autocensura lo despoja de sus garras, y un escritor sin uñas, sin garras, no sirve para nada”.

Ramírez, quien se califica como escritor comprometido, añade riendo que “a veces me gusta decir que me encantaría ser un escritor sueco o danés”, para vivir más tranquilo. Pero la paradoja para alguien como él es que allí no sería el mismo escritor, quizás no sería el Premio Cervantes de hoy. “¿De qué escribiría?”, se pregunta. “Porque lo que me gusta como ciudadano y lo que me hace escritor —y esa es la gran contradicción que tenemos en América Latina los que trabajamos con las palabras–, es que la situación anómala que vivimos es la que alimenta la escritura”.

Karine Pansa entrega el premio Voltaire a Rasha Al Ameer.
Karine Pansa entrega el premio Voltaire a Rasha Al Ameer.Hector Guerrero

Sentado cerca de él se encuentra el editor Raúl Figueroa Sarti, fundador en 1993 de F&G Editores, una editorial independiente en Guatemala que ha publicado literatura, ciencias sociales y sobre todo varios libros sobre crímenes de guerra en los años ochenta y noventa. Entre sus títulos está Desde el Cuartel, un libro escrito por un militar activo que criticaba los vínculos del ejército con el poder económico; Condenado por Genocidio, sobre el juicio al sanguinario dictador militar Efraín Ríos Montt; o Crimen de Estado, sobre los responsables de cuatro asesinatos en 2007 y el rol del poder ejecutivo por encubrirlos. “Un empresario hizo todo lo posible para evitar que se presentara”, cuenta sobre este último libro Figueroa Sarti a EL PAÍS.

El editor, que este año ganó un prestigioso premio de la Asociación de Editores Estadounidenses por su compromiso con la libertad de expresión, cuenta la paradoja editorial de Guatemala. Si bien la represión de la guerra silenció a muchos autores abiertamente, cuando llegó la democracia una ola de escritores que quisieron contribuir a la memoria histórica se tuvieron que enfrentar a nuevas formas de hostigamiento a través de estrategias legales. “Estamos enfrentando una situación de retroceso” dice sobre las demandas que enfrenta la editorial en procesos judiciales interminables, y que terminan por amenazar a los escritores y editores que no pueden pagarse un costoso proceso legal.

“Sabemos cuando alguien no se autocensura, pero es muy difícil saber cuando alguien se autocensura”, añade en la conversación con Ramírez y otros editores. “Hay autores que son valientes y dicen lo que quieren decir a riesgo de su propia vida. Pero no tendríamos que recurrir a la valentía o al heroísmo para expresarnos. Hay autores que dejan de escribir. En Guatemala conocemos muchos autores y autoras de un solo libro, porque incluso hay una presión familiar. Hay que decirlo: la censura no viene solo del estado, también viene de la sociedad”.

Los distintos debates en la FIL sobre censura se dieron este miércoles porque la Unión de Editores Internacional (International Publishers Association, o IPA), que reúne a miles de editores en 73 países del mundo, decidió otorgar por primera vez uno de sus prestigiosos premios desde Guadalajara: el premio Voltaire, que reconoce desde 2007 el trabajo de un editor o editora que defiende el derecho a publicar, a pesar de los riesgos legales o físicos.

“A Voltaire se le atribuye esa frase famosa que dice: puedo no estar en de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”, dice José Borghino a El PAÍS, secretario general del IPA, esta organización que todos los años investiga los casos más graves de censura en el mundo dirigidos contra editores. “Es un premio distinto al que se otorga por libertad de expresión, que es un derecho individual”, explica Borghino sobre el Prix Voltaire. “Pero al hablar de libertad de publicación hablamos del derecho que tiene otra persona para permitir publicar lo que quieres decir. A mí me sorprende que hay personas en el mundo que ponen en riesgo todo, hasta su familia, para permitirle a alguien publicar lo que quiere”.

Una de esas personas es la laureada este año en la FIL, la libanesa Rasha Al Ameer, quien cofundó la casa editorial Dar al-Jadeed en el año 2000 con su hermano, Lokman Slim, asesinado este año en Beirut. “El lema de Lockman era ‘cero miedo’, y ese lema es contagioso: lo que solía decir está ahora en boca de todos”, dijo su hermana al recibir el galardón. Su hermano fue crítico del grupo armado y político Hezbollah –catalogado como terrorista en Estados Unidos y la Unión Europea– y publicó diversos trabajos sobre justicia transicional después de la la guerra de 1975 a 1990. Su editorial no solo publicó a varios escritores incómodos sino que fue la primera en traducir discursos del presidente iraní Mohammad Khatami al árabe, y Hezbollah había señalado a Lokman Slim como objetivo. En febrero de este año, un hombre le disparó. “Ahora siento que es un lujo hablar sobre leer”, dijo Rasha Al Ameer, su hermana, en uno de sus discursos en el día de la censura en la FIL.

Aunque la mayoría de los casos más graves de censura que sigue la IPA se ven en Bielorrusia o Turquía o China, “la amenaza a la libertad de expresión puede aparecer en cualquier parte del mundo, en cualquier momento”, dice el secretario general.

Jorge Ramos le dedicó un momento de su discurso a otro caso complejo de censura que ocurre en este momento en Estados Unidos: el debate en las escuelas por qué libros deben o no entrar en los programas educativos para los más chicos (sobre discriminación racial, o sobre derechos LGBTQ). “Quizás deberíamos quemar esos libros”, supo Ramos que se discutió en una escuela en el estado de Virginia. “Me pregunto si Cándido, de Voltaire, un libro muy crítico con las creencias religiosas, se hubiera censurado en las escuelas de Virginia de la misma forma en que se censuró después de publicarse en la Francia de 1759″, añadió Ramos. Quizás sí. Voltaire no se enfrentó a la dictadura de Nicaragua, a las demandas en Guatemala, al monopolio de Televisa, o a la posible quema de libros en Virginia. Si pasara por allí, seguramente seguiría preocupado por la libertad de expresión más de 200 años después.

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Sobre la firma

Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.

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