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Jesús Silva-Herzog: “México no cabe en dos cubetas, tendrá que recuperarse pronto la diversidad política”

El ensayista reflexiona sobre la democracia en ‘La casa de la contradicción’, critica al lopezobradorismo y cuestiona a la oposición: “Los partidos son terriblemente vulnerables a la extorsión del poder”

Francesco Manetto
escritor mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez.
El escritor mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez.CORTESÍA

La democracia es la “residencia política” de la diversidad. “Una habitación a la medida de nuestras incompatibilidades”, escribe Jesús Silva-Herzog Márquez. El ensayista reflexiona en La casa de la contradicción (Taurus) sobre la historia reciente de México y las señales que sugieren la inestabilidad de esa construcción. Crítico con el presidente, Andrés Manuel López Obrador, indignado por la “grotesca corrupción” del Gobierno de Enrique Peña Nieto y preocupado por la desarticulación de la oposición, el analista y profesor del Tecnológico de Monterrey confía en la recuperación del pluralismo con vistas a las elecciones de 2024. Silva-Herzog (Ciudad de México, 55 años) atiende a EL PAÍS a través de Zoom desde Washington, donde realiza una estancia académica. El autor propone un viaje que va de las referencias teóricas a la observación del presente, las advertencias sobre la “ambición hegemónica” del lopezobradorismo y la constatación de que muchas dinámicas del pasado siguen vigentes. “Los partidos son terriblemente vulnerables a la extorsión que venga del poder”, lamenta.

Pregunta. Usted plantea una reflexión sobre las expectativas democráticas. Menciona al historiador Lorenzo Meyer, que a su vez cita a Samuel Beckett. La democracia plena y su espera, Godot... ¿Qué se necesita para seguir esperando en condiciones aceptables, para esperar sin perder la esperanza?

Respuesta. Creo que el tema es no solamente la esperanza, sino la ignorancia de lo que uno espera. Es decir, la idea de que llega algo que, de alguna manera, resuelve los problemas que se tienen, que de alguna manera nos salva, nos da sentido, pero no sabemos en qué consiste, quién es ese personaje y qué es lo que lo que llegará. Y sobre todo implica ese abandono de nuestra responsabilidad de ir por ese personaje, de ir a conocerlo, de ir a prepararle la casa, de ir preparando la comida para cuando llegue. Creo que ese fue un poco nuestro problema. Coincido con esa expectativa, saliendo de un largo periodo autoritario, un autoritarismo muy peculiar el mexicano, pero claramente antidemocrático. Y en ese sentido hubo esta idea del talismán democrático, de la gran magia de la democracia.

P. Acaba de emplear la metáfora de la casa. Si la democracia es esa residencia donde se concilia lo inconciliable, un lugar de contradicciones necesarias para habitarlo, ¿estamos preparados para esa idea de convivencia?

R. Es una vieja pregunta. Es la pregunta que le hace James Creelman a Porfirio Díaz en 1909, me parece. ¿Los mexicanos están preparados para la democracia? Concede Porfirio Díaz que sí, están preparados para la democracia, pero, desde luego, siempre y cuando yo sea el ganador de la competencia. Creo que la respuesta es por supuesto que sí, pero pero en el entendido de que hay que hacer tareas, que hay que hacer transformaciones en muchos rumbos, en muchas habitaciones, si seguimos con la metáfora arquitectónica. Tiene que haber cambios en términos institucionales, tiene que haber cambios en términos del suelo de esa casa, que a mi juicio es el gran problema. No tenemos en México un piso estatal, un piso de firmeza, de legalidad, a partir del cual ya pueden asentarse esas tensiones. Porque si no hay Estado, el pluralismo se convierte en lo que ha sido en los últimos 10 años en México, que es descentralización de la corrupción, descentralización de las fuentes de la violencia. Y también hay una manera que creo que que va más allá de la clase política, que es el hallazgo del diálogo, del reconocernos en la diversidad y atrevernos a escuchar al diferente sin darle un golpe y sin desconocerlo como alguien que no tiene nada que decir en la cena, porque es el enemigo que se nos coló en la casa.

P. Y en el esquema de confrontación que se ha instalado en el discurso político, el vosotros suele ser un blanco, no parece estar ahí para alentar el diálogo.

R. Yo creo que el presidente tiene un extraordinario talento para expresar esas identidades, para darle sentido. Y millones de mexicanos se identifican con esa polaridad, perciben claramente que ha habido a lo largo de mucho tiempo un sistema de privilegios que genera ventajas, que oprime, que excluye. Pero el problema es que una polarización sí puede ser bien eficaz en ciertos momentos de la política e incluso es hasta indispensable invocarla. Hay todo un discurso político democrático que tiene que generar un nosotros.

P. ¿Un sentido de pertenencia?

R. Pero el problema con el discurso populista que refleja Andrés Manuel López Obrador es que esta polaridad es una polaridad moral. Es decir, no es que nosotros seamos más que ustedes, no es que nosotros tengamos un proyecto que tiene más futuro que el de ustedes o tiene mayor raíz que el de ustedes. Es que nosotros somos el auténtico país y ustedes no lo son. Ustedes no son realmente pueblo. Ustedes son en realidad anti-pueblo. Por tanto, no merecen un segundo de mi atención. Por tanto, no hay ninguna palabra que tenga ni siquiera la posibilidad de ser razonable. Y eso es profundamente antidemocrático, porque desconoce esta textura pluralista de una sociedad como la mexicana, que de ninguna manera puede reconocerse en esos dos campos, en ese campo de batalla en donde hay dos tropas, una legítima y una ilegítima.

P. Afirma que el presidente detectó los síntomas de lo que le había pasado a la democracia mexicana, pero no hubo un verdadero diagnóstico.

R. Hay una denuncia que no significa un diagnóstico. El populismo es brillante para denunciar los males del presente. No es certero en el diagnóstico de lo que causa los males del presente. Y en ese sentido, López Obrador tiene toda la razón en el identificar la crisis moral del país, que se hace grotesca con el peñanietismo. Fue grotesca la corrupción del Gobierno de Enrique Peña Nieto. Fue este imperio del cinismo en donde asumieron que tenían el permiso de robar y hacer con el poder público lo que les venía en gana. Sí, pero eso no se cura con la llegada de un sermoneador al Palacio Nacional, no se cura con con el aura de santidad del presidente de la República, como es en buena medida lo que nos propone Andrés Manuel López Obrador. Por eso no hay una conciencia de lo que significa la transformación institucional del país, lo que debe hacerse para regularizar el proceso de contratación de la obra pública.

P. Antes ha hablado de piso de legalidad. Una de las reflexiones quizá más pertinentes a raíz de la publicación de los Papeles de Pandora tiene que ver precisamente con la arquitectura legal, no solo la mexicana.

R. Yo creo que sí. El hecho de que muchas de estas operaciones sean legales nos habla de las rendijas a través de las cuales los privilegiados pueden estar en una condición que los suprime de las exigencias elementales de la ciudadanía. Yo creo que eso es parte de un orden oligárquico, el hecho de que este es un sistema democrático no significa solamente una persona, un voto, sino también un porcentaje de impuestos. Es decir, no solamente es el derecho, sino también la contribución de un ciudadano a las arcas públicas. En la medida en que haya una categoría de personas, de mexicanos o de cualquier otra parte, que diga yo me puedo zafar de estas obligaciones e incluso a través de operaciones que pueden tener respaldo legal, me parece que es un déficit no solamente en términos fiscales. Es un problema democrático de la mayor gravedad. Pero tras ese caudal informativo de la investigación hay que descifrar qué es indignante y qué no lo es, en un espacio de gran indignación hay cosas que nos deben generar rabia y otras cosas que a lo mejor no.

P. Volviendo a la imagen de la casa, lo que se tarda en edificar, por ejemplo las condiciones para una convivencia democrática, se puede tambalear en cuestión de minutos. ¿Qué le preocupa?

R. A mí me parece que hay señales muy preocupantes, no solamente es preocupante esta aplanadora política del lopezobradorismo, esta colonización que tiene de la conversación pública. Me parece muy preocupante el hecho de que de López Obrador estemos hablando todo el tiempo, no solamente en la prensa, en la radio, sino en las conversaciones privadas. No tengo yo memoria de que se hablara de la política de un político como se hace hoy, obsesivamente. Todo el tiempo nos encasillamos en el comentario de la conferencia de la mañana. Y luego lo que aumenta mi preocupación es que en la banqueta de enfrente no hay nadie. Lo que está enfrente fue derruido por el por el terremoto electoral del 2018. Y no solamente fue destrozado, sino que quienes fueron vapuleados por los votos no se han dado cuenta qué tren les pasó por encima. Ni el PRI, ni el PAN, ni el PRD se dieron cuenta de lo que explica su derrota y, por lo tanto, desde el 2018 no han podido articular una palabra sensata, no han generado un liderazgo convincente. Tan preocupante me parece esta ambición hegemónica del lopezobradorismo como lo atolondrados que siguen estando los opositores después del voto del 2018. No tienen ni estrategia, ni diagnóstico, ni propuesta, ni mucho menos liderazgos. Creo que es una combinación muy preocupante.

P. Ahora se ha abierto la puerta a que el partido que aprobó la última reforma energética, el PRI, sea quien pueda apoyar la nueva ley eléctrica. ¿Qué opina?

R. Me parece gravísimo, porque es nuevamente el recordatorio de que México carece de referencias, de orientación en el caos de la política. Y para eso sirven los partidos políticos, para tener cierta idea de dónde están las posiciones. Estas personas que ahorita están diciendo que hay que ver, hay que analizar, hay que darle tiempo a la reforma eléctrica de López Obrador, acuñaron en su gran mayoría la reforma de Enrique Peña Nieto. ¿Habrá que hacer cambios? Por supuesto, habrá que modificar. seguramente muchas cosas. Pero esto no va en ese sentido de reformar, sino de ir totalmente en la dirección contraria. Es un retroceso de décadas, es un desconocimiento de compromisos internacionales, de la crisis climática. De nuevo se nos pone frente a la cara que los partidos políticos son terriblemente vulnerables a la extorsión que venga del poder. Si necesitamos contrapesos y esos contrapesos no solamente están en los votos, sino que tienen que ver también con la defensa de la propia conducta pública, no es lo que aparece en estos momentos en los partidos. Particularmente, no es lo que aparece en el PRI.

P. ¿Cuáles pueden ser las referencias, entonces, y qué cabe esperar?

R. Creo que la anomalía del lopezobradorismo tiene fecha de López Obrador, que es un dirigente político extraordinario en la tradición política mexicana. El partido que creó rompe una tradición mexicana, que había sido ajena a esa tradición tan latinoamericana de las organizaciones políticas personalistas. El PRI no fue una organización personalista, el PAN fue una institución anti-personalista. Incluso el PRD, con esta gran presencia de Cuauhtémoc Cárdenas, tenía también la presencia de Porfirio Muñoz Ledo, la premiada Ifigenia Martínez, después Andrés Manuel López Obrador. Morena es un partido con un autor. No soy de los que cree que López Obrador está en el camino de eternizarse en el poder, creo que terminará su tiempo en el calendario constitucional y lo que venga será distinto. Mi confianza radica en que México es un país que no cabe en esas dos cubetas que quiere plantear López Obrador. Tendrá que recuperarse pronto la diversidad política que hay en un país tan diverso. Los partidos políticos tendrán, no por méritos, sino por la inercia mecánica de las cosas, que cumplir la función que la diversidad política les asigna. Tendrán que reconstituirse en el Bajío, en el norte del país, en el sureste, con configuraciones distintas a las que imagina esa inteligencia binaria. En este momento están vapuleados, no saben cómo encarar a López Obrador y a su movimiento. Tendrán que que reinsertarse en esa dinámica pluralista, que yo creo que es la dinámica natural de la sociedad, de la política y de la economía mexicana.

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Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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