“Existe la idea de que antes, el PRI controlaba todo y no existía la violencia, pero esto no es verdad”
En ‘The Dope’, su último y sorprendente libro, el académico echa mano de un archivo de 100 años para contar la realidad violenta de México y separarla del tráfico de drogas
En las primeras páginas de The Dope, The Real History of Mexican Drug Trade (Norton, 2021), Benjamin Smith ensaya: “Lo que se describe como un conflicto por el tráfico de drogas es a menudo un conflicto por el control de las redes de protección de ese tráfico”. Es la primera de una serie de frases contundentes, que permean la obra, 400 páginas sobre el narcotráfico en América del Norte, con especial atención a México. Todas van en la misma dirección, la idea de que el trasiego de drogas no es en sí violento. Páginas adelante escribe: “La violencia no está tanto en el ADN del tráfico de drogas como en el ADN de prohibir el tráfico”.
La sentencia anterior resulta provocadora, porque sugiere que al final la culpa de tanto muerto y tanto adicto y tanto mito recae en los estados, concretamente en el Estado mexicano. ¿No es un poco exagerado? “Antes del año 2000 apenas hubo violencia entre los que estaban involucrados en el tráfico, excepto cuando se metía el Estado. Cuando el Estado trataba de meter a las redes de protección en la cárcel o cuando trataba de crear un nuevo sistema de protección o cuando trataba de extorsionarlo, ahí sí. No voy a negar que no hay violencia en el negocio de drogas, claro que la hay”, defiende en entrevista el historiador.
A 15 años de la ofensiva militar contra el crimen organizado, México cuenta los muertos por decenas de miles. Inmerso en una vorágine de violencia interminable, el país apenas se detiene a pensar lo que ocurre. La idea más extendida es que la violencia es culpa del tráfico de drogas, pero los cadáveres recuerdan que esa narrativa es falsa. O al menos incompleta. “Tú piensa que los agentes estatales fueron la mafia de México”, dice Smith, en referencia a la mafia original, la siciliana, la que cobraba por uso del territorio. “En la primera mitad del siglo XX y hasta la década de 1970, los gobiernos estatales organizaron las redes de protección. Luego, hasta la década de 1990, se encargó la Policía Judicial Federal (PJF). Y desde entonces, los propios grupos de narcotraficantes han tomado el control de su propia protección”, añade.
México sufre las consecuencias de esta última etapa y atraviesa una nueva, peor si cabe, por la mezcla de intereses. Grupos fuertemente armados, amparados en mayor o menor medida por autoridades de todos los niveles de Gobierno, vinculados a grupos de poder, caciques, empresarios o redes políticas, interpretan la protección de negocios ilícitos como una oportunidad para exprimir las economías. Así, el trasiego internacional de drogas es solo un envoltorio de la extorsión y la rapiña. “Muchos de los documentos que he usado para este libro están escritos por policías, agentes, políticos, que quieren imponer este mito de los narcos terribles, criminales y los policías como buenos y honorables”, argumenta el autor. “Yo he platicado con muchos agentes de EE UU que ahora son cínicos como yo y no creen en la guerra contra las drogas. Creen que es una farsa”.
Alérgico a postulados absolutos, el académico plantea que las peleas siempre han existido, más allá del tráfico de drogas. “Existe la idea de que antes, el PRI controlaba todo y no existía la violencia, pero esto no es verdad. El PRI estaba dividido y hubo mucha violencia entre los grupos, la PJF, la Dirección Federal de Seguridad, otros cuerpos de policía, el Ejército, para controlar las redes de protección de los traficantes”, argumenta. “En la década de 1990, los grupos criminales tomaron control de estos sistemas de protección. Y no tenemos demasiada información, pero es probable que entonces aumentara la violencia, los asesinatos, etcétera. Porque tomaron control y empezaron a cobrar no solo a los traficantes, también a todos los criminales y los no criminales”.
Un cuento de hadas
Smith llegó a México hace 20 años. Trabajó de reportero, vivió un año en Oaxaca, enseñó inglés. “Pero no me fue muy bien”, explica, así que se volvió a su natal Cambridge. Consiguió una beca para estudiar historia de Inglaterra del siglo XVI, pero se aburrió. Renunció e inició sus estudios de doctorado, ya centrado en México, su historia moderna y el narcotráfico. Fue entonces cuando conoció a su esposa, mexicana. Allá se casaron. Ahora viven en una pequeña ciudad del centro del país y salpican su vida con viajes a México, visitas familiares, excusa perfecta para seguir investigando. “Es como un cuento de hadas, pero con drogas”, ríe el académico.
Uno de los términos clave de The Dope es el que Smith usa para referirse a los sistemas de protección, las drug protection racket. “Los que gestionan un sistema de protección, una red extorsiva, tienden al monopolio”, defiende al académico. “Por su naturaleza, estos sistemas tienden al monopolio”, insiste. “La cosa es que el mercado de drogas no es monopólico. Si tú llegas a Chicago con un kilo de heroína no van a preguntarte si es de El Chapo, te lo van a comprar. Y por eso los sistemas de protección pelean entre sí: por el control”, añade.
Además del ensayo y las ideas sobre la violencia, el libro está poblado de personajes alucinantes, como el gobernador de Baja California Esteban Cantú, benefactor de la vieja guardia priista que usó el dinero del tráfico para desarrollar el Estado. “Una cosa interesante es esto de decir que lo que hacían ellos era corrupción”, dice irónico el historiador. “Cantú era un corrupto, ¿no? Pero era más como Robin Hood. Él quiso aprovechar el negocio del opio para mejorar Baja California. No voy a decir que en la actualidad es lo mismo, pero creo que algunos lo hicieron. Hasta la década de 1960 hay evidencias de esto”, añade.
Smith plantea que las políticas punitivas contra el narcotráfico han sido -están siendo- un completo fracaso. Con mayor o menor empuje, la guerra contra las drogas, la más longeva de la historia, dura ya más de 100 años. Y nunca hubo tantos adictos en el mundo como ahora. Ni probablemente tantos mercados de droga. La historia de la prohibición es larga. En 1914, Estados Unidos aprobó la ley Harrison, que regulaba por primera vez el uso de morfina, heroína y cocaína en el país. Con el tiempo aprobó nuevas leyes en la materia y decidió expandir su esencia, imponerla, que el mundo entero asumiera que las drogas debían quedar fuera de la ley. Y no solo eso. Quizá de manera desordenada, el gigante norteamericano exportó la idea demoniaca, maniquea, del tráfico de drogas, en la que policías, agentes y militaras eran siempre buenos y los traficantes, enviados de belcebú.
Es la narrativa del narco, un puñado de argumentos asentados como salmos en el imaginario popular mundial. Y en esa narrativa del narco, México es la guarida del diablo. “Es un mito que ya aparece en novelas de los años 20 y 30. Yo la primera vez que supe de México fue cuando vi Easy Rider, donde unos muchachos cruzan la frontera con bicicletas cargadas de cocaína. Pero sobre todo en los últimos 20 años, si hablas con cualquier americano de México dicen, ‘ah no, los carteles son muy violentos”, zanja.
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