El ocaso de la revista colombiana ‘Semana’
La renuncia del director, parte de la cúpula y de sus periodistas más respetados cierra una etapa en la revista colombiana. La publicación replantea el modelo de negocio y sus equilibrios con el poder político
La ceremonia fue más breve de lo habitual y con aforo reducido por la pandemia de coronavirus. Después de la entrega de los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España, Felipe VI se reunió con los ganadores para conversar unos minutos y posar para las fotos. Dedicó unas palabras al prestigio de la revista Semana. El equipo de investigacio...
La ceremonia fue más breve de lo habitual y con aforo reducido por la pandemia de coronavirus. Después de la entrega de los Premios Internacionales de Periodismo Rey de España, Felipe VI se reunió con los ganadores para conversar unos minutos y posar para las fotos. Dedicó unas palabras al prestigio de la revista Semana. El equipo de investigaciones de la publicación colombiana, liderado por Ricardo Calderón, acababa de recibir el premio de Periodismo Iberoamericano por Operación Silencio, un trabajo de diez meses que reveló las amenazas a los militares que han denunciado ejecuciones extrajudiciales de civiles –los mal llamados falsos positivos– y actos de corrupción en el Ejército. El tipo de denuncias que convirtió a Calderón, nombrado director de la revista a comienzos de octubre, en uno de los investigadores más respetados de América Latina. Pero mientras en Madrid, donde había acudido un reportero en representación de ese equipo, se proyectaban imágenes de la portada galardonada, en Bogotá se desataba, el mismo martes, una tarde de vértigo.
Primero, Calderón renunció a su cargo y decidió abandonar la revista donde comenzó como becario hace 26 años. Su decisión provocó una conmoción que generó una inédita cascada de dimisiones que incluye a varios de los nombres más reconocidos del periodismo colombiano: Alejandro Santos, presidente de Publicaciones Semana; Rodrigo Pardo, su director editorial; Mauricio Sáenz, el veterano jefe de redacción; los columnistas María Jimena Duzán y Antonio Caballero o el ilustrador Vladdo, entre muchos otros. La oleada de renuncias sumaba el miércoles al menos 16 personas, desde reporteros a directivos. Daniel Coronell y Daniel Samper Ospina, dos de los articulistas más leídos del país, ya habían salido a principios de 2020 y puesto en marcha el proyecto digital Los Danieles.
Esa convulsión fue el punto final de un drástico cambio en la dirección de Semana, que se viene gestando hace dos años, cuando su fundador, Felipe López Caballero, vendió la mitad de la revista a un heredero de la familia Gilinski, un grupo de empresarios que hizo su fortuna en el sector financiero. La venta de la totalidad de la participación de López Caballero se concretó la noche de ese mismo martes, una jornada en la que Gabriel Gilinski, de 33 años, evidenció su apuesta por entregar el control editorial del grupo a la periodista Vicky Dávila, quien ya venía pilotando los contenidos digitales y presentaba un programa diario retransmitido por la página web de la publicación.
Lo sucedido, sin embargo, va más allá de un simple movimiento en el mercado local de los medios de comunicación. Esta operación de compraventa no supone solo un cambio de fichas. Semana fue, desde su refundación en 1982, una de las publicaciones de referencia en Latinoamérica. Y la sucesión de los hechos plasma un relato sobre dos de los frentes abiertos del periodismo: el modelo de negocio y los equilibrios con el poder político.
Para realizar este reportaje EL PAÍS contactó con una quincena de periodistas, columnistas y directivos de la revista. Dávila optó por no pronunciarse. Su llegada hace un año, después de una trayectoria en radio y en televisión, representó un movimiento de placas tectónicas en el interior de las redacciones del grupo. Con un estilo emotivo y siguiendo la estela de las tendencias de las redes sociales, la presentadora logró incrementar el tráfico de la página. Al mismo tiempo el espejo en el que se reflejaba Semana ha pasado de ser The Economist, el modelo de Alejandro Santos, a una plataforma que mira al esquema de la cadena estadounidense Fox News. La nueva estrategia también apunta a una línea editorial conservadora, que choca con el talante liberal con el que, durante las últimas décadas, Felipe López dirigió el grupo y a menudo hizo temblar los cimientos de distintos Gobiernos.
La publicación se enfrentó con frecuencia al uribismo, el movimiento creado en torno al expresidente Álvaro Uribe (2002-2010), a quien Dávila ha defendido públicamente de los señalamientos que enfrenta en los tribunales. Y también apoyó el acuerdo de paz que selló Juan Manuel Santos –tío de Alejandro Santos– con la extinta guerrilla de las FARC, al que Uribe, mentor político del presidente Iván Duque, se opone con ferocidad. La idea de un giro a la derecha en el grupo se ve reforzada por la influencia de la gerente Sandra Suárez, exministra de Medio Ambiente del Gobierno de Uribe.
A Ricardo Calderón lo nombraron director en octubre bajo la premisa de que tendría libertad para que sus denuncias tuvieran alto impacto. Aunque esas investigaciones toman tiempo, desde los propios equipos digitales de Semana también reconocen que representan un enorme incremento en el tráfico. El acuerdo era sencillo: él contaría con un equipo que no saldría de su esfera. No se cumplió y, sin esas mínimas condiciones, prefirió dar un paso al costado. El detonante fue la decisión de la nueva gerencia de fusionar todas las redacciones –digital, del canal de televisión e impresa–, lo que de facto dejaba a Calderón sin control sobre el equipo para poder hacer investigaciones de largo aliento, que pasaría a la órbita de Dávila. Algo similar sucedió con María Jimena Duzán, una de las columnistas más influyentes de Colombia que, además, estaba muy implicada en el proyecto audiovisual de la empresa y discrepó de los planteamientos de la nueva directora.
La brecha, sin embargo, no tiene que ver con el intento de compaginar las urgencias de una página web con las características de una publicación impresa. Ese mismo desafío afrontan todos los grandes medios tradicionales. En este caso, detrás de la transformación digital hay una estrategia que trasciende sus especificidades.
Modelos de periodismo
“El periodismo de investigación es lo que más necesita una sociedad porque es ir donde nadie quiere ir, preguntar lo que nadie quiere preguntar, e investigar a la gente que nadie quiere investigar por distintas razones, y eso es lo que hay que hacer, pero lamentablemente se ha perdido por la dinámica que ha adquirido el periodismo en muchas salas de redacción”, dijo Calderón a la agencia Efe con ocasión del Premio Rey de España en un video muy compartido durante la semana. Toda una declaración de intenciones que adquiere en perspectiva un carácter premonitorio. “Sí vale la pena insistir en este tipo de periodismo”, destacó.
Este domingo la revista deja claro, en cambio, el rumbo emprendido con un editorial que anuncia a toda página desde la portada: “Comienza una nueva era”. El texto manifiesta su “respeto y agradecimiento” a los que se fueron, se compromete a continuar “con el legado de quienes construyeron lo que es Semana” y al mismo tiempo recuerda “que la realidad del país ha cambiado”. En esa premisa enmarca su apuesta: “Mientras algunos ven la democratización de la información como una amenaza, nosotros la vemos como una oportunidad”.
“Yo lo viví como una metáfora de todo lo que ha estado pasando en Semana en el último año”, relata por teléfono desde España Jaime Flórez, un reportero de 26 años que formaba parte del equipo de investigación y fue el encargado de recoger el Rey de España. Pero ¿qué pasó en este último año? Al menos en dos ocasiones Felipe López dijo públicamente ante algunos redactores que si no hubiera aparecido la familia Gilinski, en enero de 2019, para comprar el 50% de la empresa, Semana hubiera tenido que cerrar. Lo cuenta otro periodista que lleva más de una década trabajando allí y que a pesar de la tristeza por la lluvia de renuncias acepta que desde hace varios años la publicidad empezó a caer y las suscripciones no eran suficientes para mantener a todas las revistas sectoriales que hacen parte de Publicaciones Semana. Muchos, como él, presentían que en algún momento o los echaban o cambiaban el modelo bajo el cual habían estado trabajando por tantos años.
“Estaría manejando Uber”, dice mientras reflexiona sobre la venta de la revista. Cuando supieron que la familia Gilinski había adquirido la mitad de la empresa, cuenta él, se sintieron a salvo. “Al menos dinero ya había: lo otro, el contenido, nos correspondía a nosotros”. No todos sabían, continúa, que el acuerdo era la venta total a futuro. De eso la mayoría se enteró esta misma semana.
En la noche del martes, cuando a través de Twitter se conocieron las renuncias, los empleados de Semana recibieron un correo en el que los citaban a una reunión extraordinaria a través de la plataforma Google Meet a la mañana siguiente. La anterior reunión de ese tipo había sido para anunciar el nombramiento de Ricardo Calderón como director, la primera semana de octubre. La cita del miércoles empezó con unas palabras de Felipe López. El fundador aseguró que, si no hubiera vendido la totalidad de la empresa, habría cerrado. Habló poco, hizo algunas bromas sobre su cumpleaños, que había sido el día anterior, y cedió la palabra a Gabriel GIlinski, que después de un comienzo cordial, en el que que afirmó que la revista respeta las decisiones de todos, aludiendo a las renuncias, advirtió de que a él nadie le ponía condiciones y que varias de las personas que habían decidido irse querían imponerse ante sus decisiones. Anunció que la apuesta en adelante sería digital. “El que se suba a este cambio, bienvenido, el que no, ni modo”. Ese fue el fondo de su mensaje, según relata uno de los asistentes.
Desde que se conocieron las renuncias, Dávila apenas se ha referido al tema con un par de trinos con los que le desea buena suerte a los que se fueron. En la reunión del miércoles reconoció que la salida de Ricardo y del resto de periodistas era una gran pérdida, un golpe, dio las gracias por su nombramiento, se comprometió a trabajar duro y pidió lealtad. Quienes han convivido con ella en la redacción reconocen su capacidad de trabajo pese a cuestionar su estilo periodístico. “No se desconecta un segundo”, dice alguien de su equipo. Gilinski la presentó como una mujer que ha sabido “reinventarse”.
Algunos reporteros reconocen con lástima que, a pesar del nivel de periodistas como Ricardo Calderón, la edición en papel estaba condenada a desaparecer. Entre varios de los que quedaron se repite la idea de que el miedo a ser despedidos en cualquier momento era constante. Desde que Gabriel Gilinski (cuya familia es dueña del banco GNB Sudameris y hoteles de lujo, entre otros negocios) compró la mitad de Publicaciones Semana a principios del 2019, el nuevo accionista aspiraba a hacer cambios al modelo de negocios dando prioridad a las audiencias digitales más que a la distribución de la revista impresa. “Para el 2021, más del 50% de los ingresos de la compañía serán digitales”, dijo a El PAÍS Gilinski, quien ha diseñado muchos de los cambios junto a Sandra Suárez.
Para reforzar la apuesta digital Semana tomó varias medidas: en 2019 invirtieron en ARC, una plataforma creada por el Washington Post para subir contenido a la web; a principios del 2020 contrataron como responsable de estrategia digital a Victor Rottenstein, quien venía de trabajar con el portal argentino de noticias virales Infobae. Cuando empezó la pandemia, lograron capitalizar sus antiguos foros presenciales en nuevos encuentros digitales con la ayuda de patrocinadores. Y en febrero del 2020 crearon un nuevo canal digital, Semana Tv, que no se transmite solo en la página sino en plataformas como Youtube o Facebook.
“Semana Tv generó un crecimiento audiovisual en todo el ecosistema de productos de la compañía incluyendo las redes sociales”, asegura Suárez a EL PAÍS. En el caso de la publicidad, por ejemplo, la empresa aprovechó su fortalecimiento en vídeo para ofrecer pautas audiovisuales a las empresas que se distribuyen en la página web y en las redes sociales. Según los directivos, las suscripciones digitales aumentaron en un 57% desde septiembre y los ingresos digitales de anunciantes crecieron nueve veces si se comparan las cifras de enero con las de noviembre.
Pero no todos los cambios fueron en inversión de tecnología. Semana también contrató a nuevas figuras virales que venían de radio y televisión. Además de Vicky Dávila, procedente de W Radio, el presentador de televisión Luis Carlos Vélez, o la columnista Salud Hernández. Todas ellas, de visión conservadora. Para ofrecer un punto de vista progresista también fichó al investigador Ariel Ávila, que fue despedido en noviembre.
Gilinski reconoce que “la unificación de la redacción causó unos malestares, pero era una decisión que era absolutamente necesaria porque era lo que necesitábamos hacer para poder llevar la empresa a donde consideramos que va a ser la nueva frontera”. Esos cambios editoriales son los que han dado la impresión de que Semana abandonó el periodismo investigativo a cambio de más noticias virales. "Semana va a seguir haciendo investigaciones de largo aliento'', asegura el nuevo dueño ante las críticas. “¿Por qué no nos dan un chance para demostrar que el nuevo modelo funciona y que será equilibrado?”. Personas de la revista aseguran que escucharon a Gilinski decir más de una vez que este nuevo modelo de negocios apunta a convertir a Semana en una especie de Fox News, el exitoso canal de la derecha en Estados Unidos. Una afirmación que él no ha repetido nunca en público, aunque reconoció a El PAÍS que quiere “fortalecer los programas de opinión y que se cataloguen como programas de opinión, porque creo que a través de la opinión y del debate se genera la posibilidad de entender mejor el país”.
Ante la renuncia de columnistas que son más asociados con la izquierda, como Antonio Caballero, Gilinski asegura que a pesar de las dimisiones “Semana será un medio de comunicación equilibrado”. Y aunque el periodista Daniel Coronell contó en abril de este año que Gilinski decía por teléfono que era uribista y trumpista, este asegura a El PAÍS: “Tengo mis ideas y mis convicciones y no las defino de manera tan simplista”. En su opinión, “el prestigio es una palabra relativa, y lo que para unos es prestigioso para otros no, particularmente en un país polarizado como es Colombia”. “Yo no me quiero meter a calificar a los periodistas, yo simplemente lo que estoy tratando de crear es un ecosistema con el talento que creo necesario para que funcione”.
“Mi renuncia fue tras ver a todos los que renunciaban y a los que se estaban quedando con la revista: cada vez más de derecha, y sometidos al populismo informativo y al amarillismo que lleva la directora Vicky Dávila”, relata a El PAÍS Antonio Caballero, quien abandonó después de ser colaborador de Semana durante 35 años. Caballero enviaba su columna semanal y no tenía mayor interacción con la redacción, pero su partida es la pérdida de unos de las firmas insignia con posturas progresistas de Semana y del país. “No renuncié antes porque yo vivía de Semana, y porque aún cabían varios puntos de vista en la revista. Pero ya no existe esa posibilidad”.
Dávila fue copando espacios y es la que más vistas atrae con su programa Vicky en Semana. Y acabó desplazando al reconocido programa de análisis que presentaba María Jimena Duzán (que antes se programaba en el canal Cablenoticias y con los cambios tuvo que pasar al canal digital). Duzán decidió entonces explotar el formato audiovisual para hacer investigación. Había lanzado recientemente una nueva serie llamada Mafialand en la que se explicaban las relaciones del poder político con el de las mafias colombianas y la criminalidad.
Coronell y “el canario de la mina de carbón”
En la crónica del fin de la revista Semana como se la ha conocido hasta ahora, hay tres escenas que sirvieron de advertencia de los cambios que sobrevenían: el primer despido de Daniel Coronell, el columnista más leído en Colombia, al criticar que la revista dejara de publicar en mayo de 2019 una investigación que luego retomó The New York Times; su reenganche dos semanas más tarde cuando Gilinski lo convenció para volver; y la cancelación final del espacio de opinión a comienzos de 2020, tras otra columna crítica del periodista. En sus palabras, y en el contexto actual, él sería como “el canario de la mina de carbón” que primero sufrió los efectos tóxicos y advirtió de la explosión.
Coronell también fue el primero en conocer y divulgar las intenciones de Gilinski de convertir la revista en un Fox News colombiano. Y ha reconocido también que fue un error regresar a la revista en 2019. Como relatan varias fuentes internas, aunque Gilinski le prometió volver con independencia, la realidad es que la tregua fue corta y el nuevo dueño comenzó a hacerle comentarios editoriales al columnista. A eso se sumó que Dávila no fue bien recibida por los veteranos de la redacción impresa que ven en ella un estilo descuidado tanto en el lenguaje como en el contenido.
“Con su llegada, la revista funcionaba como Jekyll y Mr. Hide. Y uno trataba de explicar que la impresa era una cosa y la digital, otra. Pero eso dejó de ser sostenible cuando se anunció que ella dirigiría toda la revista”, cuenta Vladdo, caricaturista de Semana en los últimos 24 años, quien renunció también el martes. “No podía seguir ahí bajo la dirección de una persona con un estilo amarillista y de periodismo con el que no comulgo y que pone por encima el protagonismo de ella en perjuicio de los hechos y el análisis. Es como si a una junta de cirujanos, llega un carnicero a dirigir”, agregó en conversación con EL PAÍS.
El viraje se aceleró estrepitosamente en los últimos meses, con un Gobierno preocupado por la fiscalización de los medios y el aparato vinculado al expresidente Uribe deseoso de controlar el relato público sobre los escándalos que afectan al político. A pesar de las críticas, varias fuentes coinciden en que la apuesta podría resultar rentable. “No creo que se haya acabado Semana. Como en la física, las cosas se transforman. Desafortunadamente en algo distinto de lo que fue y significó en un momento la revista”, asegura uno de los consultados. El precio: dejar de lado el periodismo que la caracterizó.