La frontera del infierno
Lo que ocurre todos los días en el límite entre Estados Unidos y México es la paulatina y multiplicada definición de crímenes de lesa humanidad
Lo que ocurre todos los días en la frontera entre los Estados Unidos de Norteamérica y México es la paulatina y multiplicada definición de crímenes de lesa humanidad. A diario se van sumando más niños y adolescentes a la nómina de más de 1.300 menores de edad, separados de sus padres o familiares y recluidos en improvisados campos de concentración, entre los que han habilitado un antiguo Walmart como prisión preventiva. Allí donde se apilaban detergentes y cereales, electrodomésticos y abarrotes se han alineado literas y letrinas para detenidos que –al igual que sus padres– son considerados y tratados como criminales, cuando en realidad su infracción o delito consiste en haber intentado cruzar la frontera entre dos países sin la debida documentación; sin mínima presunción de inocencia, todos somos tratados como culpables en el desatado infierno que se ha recalentado bajo la ominosa sombra del gobierno de Donald J. Trump.
Es inaplazable denunciar a Trump como artífice y guía de un ánimo racista que ha transpirado a todos los niveles del servicio púbico norteamericano; es inaplazable denunciar a Trump como hálito animador de una agresiva y deshumanizada neblina que ha fertilizado odio y agresión contra toda persona, idioma, costumbre o vestuario que él y sus afines consideran ajeno, externo o extranjero. Es absolutamente imperdonable todo lo que dice, hace y supuestamente piensa el señor Donald J. Trump y por ende, es absolutamente inaplazable citarlo a juicio ante un tribunal por crímenes contra la humanidad y no tener que esperar a que su demencia lo confirme con alguna conflagración; su ineptitud y el descaro de su imbecilidad han rebasado el nivel de hilarante delirio y se han consolidado como una inapelable confirmación del infierno que construye consuetudinariamente con su política, gobierno, colaboradores y simpatizantes. El mundo entero debe declarar por escrito la importancia de su nociva administración y siniestra definición de poder, amén de que el pueblo de los Estados Unidos aproveche los canales judiciales para denunciar ya fuera de sospechas la inmoralidad con la que llego al poder, la falta de ética en todas sus actividades, la cuadrícula de mentiras y medias verdades con las que ha improvisado su agenda desde antes de tomar posesión de su actual cargo y la supina estupidez con la que comete por lo menos siete errores por hora (muchos de ellos, graves), todos los días.
Párrafo aparte merece el vergonzoso simulacro o abierto engaño con el que Trump ha sonreído al abrazar al dictador diabólico de Corea del Norte, en una clara intención por construir hoteles y condominios en territorio hoy sembrado por el hambre, represión, tortura y desahucio tras la escenografía militar y pirotécnica del hipnotismo colectivo apuntalado a punta de bayonetas. Con ese telón de fondo, y otros más, el obeso, envejecido, mitómano, alopécico copete, bronceado, proxeneta y hasta hoy presidente intenta obviar que la desgracia colectiva que fermenta en su frontera es no más que la antesala del infierno.
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