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Cartas de Cuévano
Columna
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Himno mudo

En una sobremesa no falta que alguien mencione "el concurso internacional de himnos" asegurando que el mexicano quedó en segundo lugar

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Quién sabe cómo tradujeron al español el título Love Happy, película de los Hermanos Marx de escasa fama y mal recuerdo, pero en un fragmento que se puede ver en YouTube se observa por enésima vez la hilarante rutina de Harpo, el mudo que siempre llevaba en su gabardina un sinfín de objetos absolutamente necesarios para andar por la vía pública: una taza de café humeante, un caramelo de peluquería, un bloque de hielo, dos cornetas, un trineo, un xilófono y una pierna postiza. En Love Happy, Harpo cae hipnotizado por una rubia platinada que le aplica lo que se conocía como un Whammy: mirada penetrante con escote abierto que deja catatónico (y mudo) a cualquiera; acto seguido, la rubia llama a unos guardaespaldas —uno de ellos, el actor Raymond Burr que con los años se haría famoso como Perry Mason y luego, en silla de ruedas, como Ironside— y ambos proceden a esculcarle la gabardina a Harpo. La escena es quizá menos graciosa que en otras ocasiones en que el mudo de los Marx usó la rutina para subrayar el surrealismo delirante del humor en blanco y negro, pero quien tenga la curiosidad de ver el fragmento podrá asombrarse de que entre los bártulos y cachivaches que le encuentran en la gabardina, aparece una inmensa caja de música que toca nada menos que las gloriosas notas del Himno Nacional de México.

Entre los minutos 2.41 y 3.09 de un pastelazo por demás mudo del locuaz Harpo Marx, el himno mexicano resuena como cancioncita de cuna, campanilleando como trasfondo de una escena donde un incauto ha sido embelesado por una rubia. Dirían los antiguos militantes que se trata de una metáfora del acallado país ante el rubio imperialismo yanqui y dirían otros que no se trata más que de una desafortunada elección musical, tal como sucede en Jumanji cuando un cazador inglés entra a una tienda de armamento para comprar un rifle de alto poder, mientras al fondo se escucha una versión más oficial del mismo Himno Nacional de México. Con todo, en alguno de sus magníficos Inventarios, José Emilio Pacheco aclaraba el patético enredo en el que habían caído las partituras de Jaime Nunó y Franciso González Bocanegra al quedar registradas como derecho de autor por parte de un gringo en Wyoming o Kansas.

Quien escuche el Himno de México en la película de los Hermanos Marx quizá recuerde alguna legendaria sobremesa donde no falta que alguien mencione "el concurso internacional de himnos" asegurando que el de México quedó en segundo lugar (a la sombra de La Marsellesa… porque –but of course— "Francia es Francia"). Curiosamente, por azar inexplicable he podido confirmar que la leyenda se repite idéntica en Chile, Colombia, Brasil y Argentina, donde el chisme clona incluso el detalle de que los himnos de esos países también quedaron en segundo lugar, habiendo triunfado el Himno de Francia. Poco importa que jamás se ha celebrado un "Concurso Internacional de Himnos" y menos aún, que el Himno Mexicano en su versión íntegra sea no más que un elogio enloquecido para su Alteza Serenísima, generalísimo Antonio López de Santa Anna, 11 veces presidente de México, denostado agente en bienes raíces y otrora villano predilecto del imaginario mexicano.

Busque usted el fragmento de la película de los Hermanos Marx y escuche con atención los minutos en los que el Himno Nacional de México se convierte en metáfora de la gabardina de un mudo: la Patria hipnotizada ante el escote espectacular de Madame Rubia, manoseado el país entero por la figura de un abogado convertido en sicario, mientras un sicario anónimo extrae de nuestra chistera otro pozo petrolero y de las bolsas infinitas de la gabardina salen dos hectáreas de amapola mezcladas con fresa de Irapuato, siete mil leguas de mariguana y los títulos de propiedad ahora canadienses de las principales minas de plata, cobre y carbón, así como una mandolina electoral, un cencerro anónimo, dos kilos de verborrea hueca, siete siglos de veladas corruptelas, una flotilla de voladores de Papantla, títulos apócrifos de plagiarios premiados, funcionarios funcionales que se creen poetas o tenores líricos, un elefante blanco en medio del tráfico y el minúsculo altar como jarrito, como camarote en un barco que zozobra o celda de presidio donde caben todos los que son, aunque no sean todos los que caben.

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