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Cartas de Cuévano
Columna
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Aviso de lo risible

La nueva versión de Andrés Manuel López Obrador es en realidad más de lo mismo y peor

Envuelto enguirnaldas y hablando en cámara lenta, Andrés Manuel López Obrador parecía superar sus peores versiones y el recuerdo de sus errores pasados. Se nos andaba olvidando la escena con la banda presidencial en su personal toma de posesión (ahora ejemplo para Puigdemont a distancia) y el atril en medio de las gallinas e incluso, parecía esfumarse la intolerancia despeinada y el fantasmón cómodo de todos los complots posibles. El Peje se andaba riendo y tenía ánimos para hacerlo: se podía reír con cierta satisfacción gratuita al acusársele de su nuevo perfil bolchevique o por las inapelables encuestas que lo sitúan como garañón de la flaca caballada; podía sonreír en el video del We are the world entre dos que se miran, aunque lo que se oye es una trasnochada rola de Silvio y podía reírse de la cargada variopinta que se le va sumando como abejas al panal en busca de un hueso.

El Peje y su circunstancias andaban con la sonrisa de la tregua y todo parecía maquillarse para los meses por venir, lejos de esa coyuntura impredecible donde los líderes carismáticos convierten en personaje siniestro a la imagen risible que se les aparece en el espejo: sea el bigotito a la Charlot, la papada erguida con las manos en jarras, la boina ladeada o la conversación con los pajaritos de pronto se vuelven el telón para salivar el más rancio autoritarismo, el rencor sectario y la retahíla de condenas constantes como salvoconducto para todo abuso.

Hace dos días, con la inteligencia y lucidez con la que abona siempre la reflexión, Jesús Silva Herzog señaló en atinados párrafos el elogio de lo que parecía la nueva sonrisa del Peje. Su artículo es en el fondo un elogio de las supuestas nuevas formas que adoptaba el político tabasqueño, aunque subrayaba el oportunismo con el que una vez más lograba acomodar en jarrito y sin brújula la polifacética cargada de adeptos que ahora se le unen en la cresta. Incluso, Silva Herzog veía en el neo-ecumenismo triunfante un alejamiento de toda posibilidad bolivariana y demás demencias, pero el mesianismo intocable del tabasqueño respondió a la vieja usanza y con ello demuestra que el caudillo no deja de serlo, aunque sonría envuelto en collares de flores o acompasando el paseo de un paloma en un callejón sin salida. La reacción airada de López Obrador revivió la saliva de su inevitable propensión a denostar a quien no esté absolutamente de acuerdo con él y con todos sus silencios: es el intolerante beatificado al que no se le puede siquiera preguntar sobre las dudosas sombras de sus quincenas, el errático acusador de los demás que disienten y los que no le pongan en silencio sus oraciones sobre la inmaculada cerviz aparecen entonces como apóstoles del Mal con mayúscula y todo lo que era risible se vuelve entonces el amargo sabor amenazante de la intimidación.

Con todo, la nueva versión del viejo Peje que señalaba Silva Herzog es en realidad más de lo mismo y peor: nos quedan por delante muchos discursos insufribles de heroísmo impostado, dignidad falsa y negras noches del que quiere lo que quiere, a güevo y si no, arrebato. No es la superación de los errores pasados, sino el aviso de lo por venir: tarimas y desfiles, plantones y madrizas, conspiraciones por doquier e iluminaciones simuladas. A menudo, la risa se contagia, pero no cuando brilla en medio de la más oscura tiniebla de la mediocridad que nos inunda como filosa media luna, como sonrisa, pero de la misma gata pero revolcada.

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