“Han matado a mi hijo. Pero no quiero una policía más armada, quiero políticas públicas”
Con la hidroeléctrica Belo Monte, Altamira se sumerge en un ciclo de violencia y una madre se une a la comunidad para pedir paz
En solo cuatro días, del 29 de septiembre al 2 de octubre, Altamira, en el estado de Pará, Brasil, se manchó de la sangre de nueve asesinatos. Y estos son solo los que la Secretaría de Estado de Seguridad Pública y Defensa Social de Pará ha admitido. Puede haber más. Por lo menos otra persona murió el 11 de octubre, esta vez en manos de la Policía Militar. Málaque Mauad Soberay, de 47 años, es una de las madres que lloran por sus hijos muertos. Magid, de 22 años, era un estudiante de tercero de Geografía de la Universidad Federal de Pará (UFPA), en Altamira. Málaque, que se gana la vida vendiendo pastelillos salados que ella misma hace, se destacó en la manifestación contra la violencia que recorrió las calles de la ciudad. Inició un coro que no era de venganza, como suele ocurrir en momentos de dolor extremo. Málaque pidió amor. Amor incluso para los asesinos de su hijo. Y especialmente para sus madres.
1) Paisaje y violencia
Elegir el amor es una decisión también política, en lo que respecta a lo que la política humaniza. Málaque conoce la desigualdad del área urbana de Altamira porque durante dos legislaturas fue trabajadora social especializada en atención a menores. Y conoce la destrucción que generó la construcción de la central hidroeléctrica de Belo Monte, que ella llama “Bello Monstruo”. La ciudad vive hoy un momento de tierra devastada. Pero no como metáfora. La tierra y el río están devastados. Y las personas mueren.
La central hidroeléctrica les fue impuesta a los pueblos de la selva, y después el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (IBAMA) la autorizó sin que se hubieran cumplido todas las medidas condicionantes, las de prevención y de contrapartida determinadas para realizar una obra de ese tamaño. Altamira pasó de tener 77.000 habitantes en el año 2000 a tener unos 111.000 en 2017, un crecimiento provocado en gran medida por el movimiento generado por la implantación de la central. Belo Monte, que todavía no está totalmente concluida pero ya tiene autorización para funcionar desde finales del 2015, es la mayor obra del sector energético del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) de los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Dilma Rousseff.
En 2000, en Altamira se registraron ocho asesinatos: uno menos que en estos cuatro días de 2017
Solo la noticia de que se puede producir una inversión de ese tamaño, con la contratación de mano de obra y la creación de oportunidades de pequeños y grandes negocios, se inicia un proceso intenso de migración que mueve una parte de Brasil y, consecuentemente, cambia el paisaje urbano. Altamira era una ciudad con problemas, como gran parte de las ciudades en las márgenes de la carretera Transamazónica, y se convirtió en una ciudad con problemas multiplicados y todavía más graves. Todo se intensificó a principios de los años 2000, con la noticia de que la obra se realizaría finalmente en el río Xingú, después de 30 años de resistencia por parte de los movimientos sociales y de los pueblos de la selva. Y se aceleró a partir de 2010, cuando la central se subastó y, a continuación, se construyó.
Como comparación, cabe recordar que, en todo el año 2000, se registraron ocho asesinatos en Altamira. Uno menos que en estos cuatro días de 2017.
2) Números y carne
En el 2000, según datos del Observatorio de Homicidios del Instituto Igarapé, la tasa de homicidios de Altamira era de 10,3 muertes por cada 100.000 habitantes. Entre 2000 y 2002, se detectó un aumento significativo: la tasa pasó a ser de 35,1 homicidios por 100.000 habitantes. O sea: más del triple. Estos primeros años del siglo XXI son un período de gran resistencia a Belo Monte y de lucha por parte de movimientos sociales y pueblos tradiciones para defender la selva ante el ataque de los ladrones de tierras públicas.
El llamado “consorcio de la muerte”, formado por ladrones de tierras públicas y hacenderos, actuaba (y vuelve a actuar hoy) libremente en la región. En 2002, Bartolomeu Morais da Silva, el “Brasilia”, un gran líder popular, fue asesinado en Castelo dos Sonhos, un distrito de Altamira. Antes, en 2001, otro líder importante, Ademir Federicci, el “Dema”, ya había sido ejecutado en Altamira.
Entre los años 2000 y 2015, la tasa de homicidios aumentó un 1.110% en Altamira
En 2010, cuando se subastó Belo Monte, la tasa ya era de 64,2 homicidios por 100.000 habitantes. En 2015, se disparó hasta 124,6 muertes por 100.000 habitantes. Entre los años 2000 y 2015, la tasa de asesinatos en Altamira aumentó un 1.110%. A pesar de las solicitudes realizadas por EL PAÍS, la Secretaría de Estado de Seguridad Pública y Defensa Social de Pará no ha presentado los números de 2016 y 2017.
No se pueden comparar ciudades con países. Pero por lo menos la comparación puede servir para indicar que algo diferente sucedió en Altamira: en todo Brasil, durante el mismo período, la tasa de homicidios pasó de 26 muertes por 100.000 habitantes en el 2000 a 27,5 en 2017. Divulgado en junio de este año, el Atlas de la Violencia, producido por el Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA) y el Foro Brasileño de Seguridad Pública, señala Altamira como la ciudad (con más de 100.000 habitantes) más violenta de Brasil.
Hace unos días, el padre de una hija asesinada y un hijo herido de bala gritaba en una pequeña protesta ante una farmacia: “¡Estamos solos! ¡Estamos solos!”. Y lo están.
En Brasil, el país en que la población descubre que cada día tiene un derecho menos, en que Brasilia y la corrupción de Brasilia dominan las noticias, ¿a quién le importa Altamira, ahora que le han quitado todo? Cuando la controvertida hidroeléctrica tenía que implantarse y todavía quedaban algunas pocas voces de resistencia, brasileños de varios puntos del país defendían que había que producir energía para que Brasil creciera. Las voces que mostraban que Belo Monte se construía para generar más sobornos que energía, como más tarde se comprobaría, se ignoraron. Pero fueron muchos los que pidieron que se sacrificara el río Xingú y la ciudad de Altamira. Siempre es fácil cuando el sacrificio lo tiene que hacer otro.
3) Estigma y perversión
En este momento, en Altamira hay un proceso en curso agravado por un toque de perversión. La empresa Norte Energia, concesionaria de Belo Monte, construyó lo que denominó “Reasentamiento Urbano Colectivo” (RUC) para alojar a la población que se vio expulsada de sus casas, islas y tierras para que se construyera la hidroeléctrica. La empresa se comprometió a ofrecer casas de albañilería de tres tamaños diferentes y a una distancia de hasta dos kilómetros del lugar de origen, pero acabó entregando casas mucho más lejos, de un único tamaño, hechas con cemento premoldeado en las que ya empiezan a aparecer grietas y agujeros.
El 13 de septiembre, el Tribunal Regional Federal de la 1ª Región determinó que Belo Monte dejase de funcionar y suspendió la Licencia de Instalación de la hidroeléctrica hasta que la empresa cumpla la condicionante de vivienda. Pero hay otra corrosión y otras grietas que seguirán comprometiendo la vida. Y provocando la muerte.
Hoy, un estigma se cierne sobre los RUC. Jatobá, Laranjeiras, São Joaquim, Água Azul, Casa Nova... son nombres que remiten a lugares violentos, adonde no van los “ciudadanos de bien”. Y son nombres que remiten a viviendas de “delincuentes”. Es un proceso perverso, que se acelera y se fortalece cada vez más debido a un número creciente de muertes en la región de los RUC. Así, además de haber sido expulsados de donde vivían, de que les hayan destrozado los lazos comunitarios, de que los hayan dejado en regiones alejadas de la ciudad, con escasa infraestructura pública, de ver que las casas que les impusieron se están agrietando, los que viven allí todavía tienen que convivir con un estigma que marca sus vidas y su día a día.
Los ribereños llaman a la ciudad “calle”. En esta calle, los que fueron expulsados de islas y márgenes del Xingú hoy son objeto de actos violentos. Una parte también fue a parar a los RUC. Pero crearon un Consejo Ribereño y emprendieron una acción judicial, que está en curso, para que los reasienten junto al depósito de la hidroeléctrica y puedan recomponer su modo de vida. Es una acción de resistencia a un ciclo que se repite una y otra vez en las grandes obras de Brasil: ribereños e indígenas son expulsados o empujados a las periferias urbanas, donde pierden su identidad y se convierten en pobres urbanos. Enseguida, viene la sospecha: “delincuentes”.
En este momento, el territorio de violencia en que se han convertido los RUC tiene su sentido invertido. La violencia de los RUC es la violencia de base, la de fundación: la creación de estos barrios forma parte de un proceso en el que se expulsó a las personas de su lugar de origen, se las separó de familiares y vecinos y se las echó en unas casas con una arquitectura que no respetaba su modo de vida. Y que, para empeorarlo, ni siquiera siguió lo que era un diseño malo. Entregaron otro peor, que literalmente se rajó. Esta es la violencia.
Lo que se presencia hoy es una inversión, que no tiene nada de inocente: la población ya masacrada de los RUC, víctima de un proceso de desorganización social producido por el poder público y por la empresa que implantó Belo Monte, está bajo sospecha, de forma genérica, como si todas las personas que viven allí fueran violentas. La violencia deja de ser promovida por el Estado y por la empresa Norte Energia y pasa a ser de las víctimas. La relación entre causa y efecto se pierde.
Y así la historia se empieza a borrar antes de que sea debidamente documentada. Como las personas a las que echaron en estas viviendas estandarizadas no se conocen y los vecinos desconfían unos de los otros porque no eligieron estar allí y querían a los vecinos que tenían antes, porque la mayoría también quería la vida que tenía antes, es frecuente ver como los más perjudicados reproducen el discurso que los criminaliza. En este caso, el “delincuente” es el desconocido que vive al lado.
El estigma de los RUC como territorio violento se fortalece día tras día también gracias a los programas policiales sensacionalistas de la televisión abierta y las páginas del Facebook y los usuarios de Whatsapp que muestran sospechosos y cadáveres, sometiendo a los familiares de los muertos a una experiencia de horror y humillación. En estos canales, la violencia es entretenimiento, con una persistente producción de miedo y de desconfianza que acentúa todavía más la propia violencia.
Esto fue lo que le sucedió a Cleber Soares, de 30 años, que murió en manos de la Policía Militar el 11 de octubre en el RUC de Jatobá. Según un comunicado de la policía, en un tiroteo que se produjo después de que dos sospechosos se echaran a correr tras abordarlos la policía. Sin embargo, los familiares de la víctima ponen en duda esta narrativa y acusan al Estado de ejecución.
El único hecho comprobado hasta ahora es que Cleber está muerto. Y un vídeo con su cadáver, con solo los calzoncillos puestos, se difundió por Whatsapp y llegó a sus familiares. A EL PAÍS, la Policía Civil del estado de Pará, por medio de su asesoría de comunicación, se limitó a afirmar que no revelaría ni siquiera los nombres de las víctimas de los últimos días y las circunstancias de sus muertes hasta que hubiera terminado la investigación.
Mientras a Cleber lo veían casi desnudo miles de personas que disfrutan con la sangre y humillación en internet con la connivencia de una parte de los policías, su hija de cuatro años se subía al regazo de una persona que había ido a dar el pésame, diciendo: “Mi padre está en el cielo”. Y su hijo, de siete años, se negaba a salir del lado del ataúd, en la sala de estar de una pequeña casa de un complejo de viviendas sociales del programa “Minha Casa Minha Vida” (Mi Casa Mi Vida), donde se velaba a Cleber: “Solo salgo cuando mi padre se levante”. En un mundo, Cleber ni siquiera era humano. En el otro, era padre.
4) Dolor y resistencia
Magid vivía con su familia en una calle del centro de Altamira. Pero, cuando murió, estaba en el RUC de São Joaquim. El comentario inmediato fue: “¿Pero qué estaba haciendo en un lugar como ese?”. Hoy, además del dolor de perder a un hijo, Málaque, su madre, tiene que defenderlo de la sospecha. De nuevo, Málaque tomo una decisión opuesta a la habitual. Magid soñaba con graduarse y crear una pequeña academia que preparase para la selectividad, para ayudar a los más pobres a acceder a la universidad. Sobre eso habló con su madre mientras almorzaban juntos por última vez.
Con la ayuda financiera de los abuelos de Magid, la familia comprará un terreno y creará una pequeña academia popular con espacio también para conversaciones y debates, cerca de los RUC y para atender a la población de los RUC. “No creo en las armas, creo en la educación”, dice Málaque. “Y mi hijo también creía”. Así, aun muerto, las ideas de Magid seguirán vivas y harán que otros vivan.
Málaque no está haciendo solo un gesto retórico. Lo que dice deja lastre en la realidad. En el estudio del IPEA, al comparar la ciudad menos violenta del país, Jaraguá do Sul, en el estado de Santa Catarina, y la más violenta, Altamira, se puede comprobar el impacto que la escolaridad y la renta tienen sobre la violencia. En 2010, casi el 70% de las personas con 18 años o más de Jaraguá do Sul habían completado la enseñanza primaria. En Altamira, solo el 46%. La renta per cápita de Jaraguá era de más del doble de la renta per cápita de Altamira.
Dicen los autores del estudio: “Un crecimiento rápido y desordenado de las ciudades, como ha sucedido en Altamira, siguiendo la estela de la construcción de la central de Belo Monte, puede tener serias implicaciones en el nivel de criminalidad local. (...) El crecimiento económico hace aumentar la oferta de puestos de trabajo, a la vez que eleva el salario real del trabajador. Eso hace que el coste de oportunidad de entrar en el mundo de la criminalidad urbana aumente y que disminuyan los incentivos a favor del crimen, lo cual contribuye a que bajen las tasas. Claramente, si las buenas oportunidades se restringen solo a un pequeño grupo de la sociedad, el tiro puede salir por la culata, ya que el premio para cometer el crimen aumenta para quienes no participan en la fiesta, o sea, para aquellos individuos que siguen sin trabajo, sin oportunidades ni perspectivas futuras”.
5) Entrevista y movimiento
El 12 de octubre, poco después de haber preparado 91 bandejas de pastelillos salados para que los amigos de Magid las distribuyeran entre los niños de los RUC, Málaque me dio una entrevista en la sala de estar de su casa, cuyas paredes externas e internas, así como la puerta de rejas, están cubiertas de carteles en homenaje a Magid. Al despedirnos, todavía me dice: “No quiero que las madres de los asesinos de mi hijo tengan que verlos desnudos, como yo vi al mío, ni acribillados. No quiero más muertes, no quiero que ninguna otra madre pase por lo que estoy pasando”.
El dolor de perder a un hijo no tiene nombre. A veces hay que escribirlo en la piel. El domingo 15 de octubre, Málaque y sus dos hijas se hicieron un tatuaje en homenaje a Magid. Reprodujeron en el brazo el mismo tatuaje que él tenía en la pierna derecha. Y escribieron su nombre para que viva en ellas.
Pregunta: Usted me dijo ayer, después de la misa del séptimo día: “Han matado a mi hijo, pero yo no quiero una policía más armada, quiero políticas públicas”. ¿Por qué?
Respuesta: Nosotros venimos de una familia de educadores. La familia de mi madre vino de Maranhão a Altamira en una recua de burros y se instaló en la Ilha do Arapujá, que es aquella isla que deforestaron en frente a la ciudad. Mi abuela materna, Tarsila Aguiar Almeida, era profesora. Cuando mi madre creció, fue de la primera promoción de magisterio de aquella época. Y fue la primera directora de colegio de la ciudad. Nuestra casa siempre fue una casa con la que todos podían contar. Si una chica embarazada no podía hacer el ajuar, mi madre la ayudaba. Por eso tiene muchos ahijados. Crecimos en medio de todas esas cosas que hacía mi madre. En aquella época, ni siquiera pensábamos en políticas públicas, en igualdad social. Pensábamos: yo tengo más, entonces puedo ayudar. Fuimos creciendo, mi abuelo era político, fue concejal, alcalde... Y, enseguida, también levantamos esa bandera. Yo fui asistente social durante dos legislaturas. Y presencié mucha desigualdad, desigualdad total. Y como crie a mis hijos sola, siempre aprendimos a compartirlo todo. Porque crie a mis cuatro hijos sin tener suficiente dinero, por lo que teníamos que compartir. Pero creo que Magid, mi hijo, tuvo buenas oportunidades. Nació en el seno de una familia estructurada. Porque no por el hecho de ser una familia con una madre soltera significa que tiene que ser desestructurada. Él tenía estructura familiar. Tenía amor. Estudió en buenas escuelas. Y también creo que la policía es necesaria. Pero no creo que se combata la violencia armando a la policía, equipándola, comprando coches patrulla. No quiero decir que no haya que invertir en la policía del estado de Pará. No es eso lo que digo. Lo que digo es que balas, chalecos y coches patrulla no resuelven el problema. Lo que lo resuelve es educación. Lo que lo resuelve es prevención. Lo que lo resuelve son políticas públicas centradas en la juventud.
Altamira se está muriendo porque los jóvenes están muriendo
P: ¿Por qué?
R: Porque Altamira se está muriendo. Y se está muriendo porque la población joven está muriendo. Casi no vemos —y si lo vemos, muy poco— morir a gente mayor. Lo que vemos son niños y niñas, menores de edad. Y también están muriendo jóvenes de unos 20 o 25 años. Y yo me pregunto: ¿cuál es el futuro de Altamira?
P: ¿Cuál es?
R: Tenemos que buscar respuestas. Porque acabamos de enterrar a un joven, como mi hijo, y ya muere otro. Y estos son los que sabemos. ¿Y los otros, los otros Josés, los otros Antonios, los que son anónimos? Me entristecí mucho porque, cuando murió mi hijo, vi una entrevista con el superintendente, en la que dijo que por más que fueran chicos, todos allí estaban involucrados en el tráfico de drogas. Y entonces recibí un audio en el grupo de Whatsapp de nuestra familia, de mi madre, que decía: “Un chico que le pide a su abuela, la noche anterior a su muerte, 100 reales para afeitarse, cortarse el pelo y comprar material didáctico, no vive del tráfico de drogas. Porque ¿qué son 100 reales para el tráfico?”. Me puse muy triste, porque es entonces cuando nos damos cuenta de cómo ve las cosas la sociedad. Mi hijo estaba en el coche de su abuelo, hacía tercero de Geografía, era voluntario civil del Cuerpo de Bomberos, iba a empezar las prácticas en el Instituto Maria de Matias, una institución reputada de la ciudad. Pero como estaba en São Joaquim, en el reasentamiento, dicen eso. ¿Eso quiere decir que todos los jóvenes que viven en Jatobá, en São Joaquim, en Água Azul, son delincuentes? ¿Por qué? ¿Por qué la gente lo cree? ¿Por qué la gente lo ve así?
P: ¿Por qué?
R: Porque son pobres, porque son negros, porque son hijos de madres solteras, porque han sido reasentados, porque vivían en los márgenes de los ríos, porque vivían en la periferia. Y cuando dicen: “¿Pero por qué tu hijo estaba allí? ¿Qué hacía tu hijo allí?”. Es decir, si hubiera pasado en otro barrio, quizá lo habrían visto de otra forma.
P: ¿Cómo responder a esas preguntas?
R: Esta mañana he llorado mucho, porque ayer, en la misa, se habló mucho de perdón. No sé si soy capaz de perdonar, pero no soy capaz de desear la muerte de nadie. Porque somos católicos y rezamos el rosario. Este mes, que se celebra el Cirio de Nazaret, rezamos 15 novenas. En 15 casas, aquí en esta calle. Entonces, en el rosario, dije: “Que mi hijo encuentre la luz, porque creo que estaba en un buen momento de la vida, él no quería irse. Se estaba realizando, tenía planes. No quería, no quería. Pero tiene que entender que ahora ya no está en este mundo”. También le pedí a Dios que diera sabiduría a los policías para que llevaran la investigación correctamente. Porque no por el hecho de que sean asesinos de mi hijo y de otros dos chicos tengo que desearles la muerte. Porque tienen madre y estoy segura de que ninguna de ellas engendró a un hijo diciendo “quiero que sea un asesino, quiero que sea traficante, quiero que sea una mala persona”. Fue el sistema, fue el mal gobierno, fue la mala administración, fueron esos gobiernos corruptos, esos políticos corruptos, que en lugar de coger el dinero de la educación e invertirlo en educación, el de la cultura en cultura, el del deporte en deporte, se financian ellos mismos. Fue por eso. Es por eso que el tráfico de drogas es tan atractivo. Porque, mientras mi hijo me tiene a mí, a mi marido y a sus abuelos que le dan 100 reales para afeitarse, cortarse el pelo y comprar material didáctico, hay un chico en São Joaquim o aquí mismo, en el centro, que no tiene a nadie. Y el tráfico está allí al lado. Y le está diciendo: “Haz esto, haz de recadero, vende esto que te llevarás tanto”. ¿Qué adolescente no sueña con tener un móvil? ¿Y qué proyectos tenemos en nuestro municipio que estén centrados en este público? ¿Qué oportunidades ofrece el gobierno municipal de Altamira? ¿Qué oportunidades ofrece el Estado? ¿Qué están haciendo las altas esferas para ayudar a estos adolescentes? Pero los traficantes están allí. Y ellos ven que es tan fácil ganar 20 reales, 50 reales... es muy fácil. Porque el movimiento del tráfico es muy ágil y organizado. ¿Cuántos chavales no quieren tomarse un batido? Y su madre no puede dárselo porque no tiene dinero, o recibe una subvención del Estado, o su marido ha muerto. Tenemos que pensar en estas cosas... “Ah, porque ha matado, porque es traficante, entonces tiene que morir”. No creo en eso. A pesar de todo el dolor que siento, no lo veo así. ¿Qué infancia tuvo ese chico? ¿Cómo fue su adolescencia? No veo que nacieran para ser asesinos. Veo que les faltaron las oportunidades, les faltó orientación, faltó el compromiso de los gobernantes con este joven, con esta familia. Y entonces pienso: ¿qué podemos hacer? Creo que lo que tenemos que hacer es unir fuerzas. Quiero que la muerte de mi hijo traiga beneficios a otros jóvenes, porque mi hijo tenía 22 años y no quería morir.
(Málaque llora y, a partir de este momento hasta el final de la entrevista, habla mientras las lágrimas corren por sus mejillas y caen al suelo. Un llanto lento, pero intermitente)
Mi hijo era una persona feliz, porque le decíamos que le queríamos. Se tumbaba en mi cama. Y era inmenso, enorme, muy grande. Me olía y me decía que me quería. Cuando salió de aquí, el día que murió, que le quitaron la vida, no impedí que saliera porque iba a salir con un chaval que hacía cuarto de Odontología. Era un chico que venía a casa. Yo estaba tranquila. Ahora, cada día que pasa, es como si me pasara una película en la cabeza y voy constatando que mi hijo no va a volver. Y eso duele mucho. Yo querría que las madres se pudieran unir. Pienso que cada pariente, cada madre, cada padre que ha perdido a una persona de manera violenta puede unirse. Cada madre que ha perdido a su hijo, independientemente de la forma en que ha sido, independientemente del lado en que estuviera, porque para mí no importa si su hijo estaba involucrado en el crimen o si fue víctima del crimen. No importa dónde estuviera, porque nadie, nadie, nadie puede quitarle la vida a nadie. Nadie puede interrumpir sueños. Nadie puede decir: “mira, ya no puedes soñar, no vas a terminar la carrera, a partir de ahora ya no vas a besar a tu madre”. Nadie puede hacer eso. Por lo tanto, quiero empezar a hacer algunos vídeos, a decir algo a esas madres, porque si queremos, lo hacemos.
P: ¿Quiere hacer un colectivo?
R: Sí, un colectivo de madres. El día que enterré a mi hijo tuvo lugar la primera reunión del Levante da Paz [Levantamiento por la Paz] y tuvimos varias ideas. Pero es difícil, porque las madres que estaban del lado del “bien” (y subraya las comillas con gestos) tienen mucho miedo. Y las madres cuyos hijos formaban parte del crimen organizado, todavía más, porque si exigimos los derechos de nuestros hijos, acabamos metiéndonos con alguien, y el crimen no lo va a entender así. Van a entender que queremos armar a la policía para que los maten. Pero yo no tengo miedo, no tengo miedo porque quiero transformar mi luto en lucha, porque solo quien pasa por esto sabe realmente lo que se pasa. No quiero decir que yo sufro más que otras personas. Pero es muy difícil engendrar a un ser, educarlo, enseñarle a hablar... y que venga una persona y le quite la vida.
P: ¿Qué sucedió la noche en que murió?
R: Aquella mañana se fue a trabajar. Era voluntario civil del Cuerpo de Bomberos. Salió de casa a las 7:35h, empezaba a las 8h. Cuando eran más o menos las 11:30h, me envió un mensaje para que le hiciera una fotocopia del documento de identidad y de un comprobante de residencia, los necesitaba para ir al Banpará, el banco del estado, a abrir una cuenta. Ya tenía cuenta en el Banco do Brasil, pero tenía que tener una cuenta en el banco del estado para cobrar el primer sueldo. Llegó temprano, comimos y estuvimos un rato charlando en la mesa. Tenía el coche de su abuelo, que se lo había prestado el fin de semana. Llegó a casa, comió, se duchó y se fue al banco. Y llegó del banco casi a las 17h. Y me dijo: “Mamá, voy a lavar el coche porque tengo que devolvérselo al abuelo y quiero que esté limpio”. Pero mi padre estaba en Belém. Le contesté: “Qué responsable. Vas a limpiar el coche y todo”, bromeando. Él me respondió: “Mamá, ¿sabes si el abuelo está en Belém? Lo he llamado pero no me coge el teléfono. ¿No quiere hablar conmigo?”. Le dije: “Probablemente está en la casa de campo”. Mi hijo terminó de lavar el coche, fue a cortarse el pelo, se duchó y se fue a la universidad. Después volvió de la universidad temprano, cenó... Yo estaba viendo la televisión y le dije: “Hijo, ya que no te gusta el pescado, coge otra cosa. Hay carne, caliéntatela en el microondas”. Él me respondió: “No, mamá, con las judías ya tengo suficiente. Judías y ensalada”. Comió aquí, cerca de mí. Luego se fue a la cocina a lavar el plato. Aquí cada uno lava lo suyo. Cuando volvió, me dijo: “Mamá, voy a salir con Paulo”. Le dije: “¿Tienes tu llave? Ve con Dios”. Me dio un beso en la frente y salió. Fue la última vez que vi a mi hijo vivo. Eran las 9:40h de la noche. Al cabo de 20 o 25 minutos, mi hija mayor me llamó: “Mamá, vas a tener que ser fuerte”. Pero con una voz desesperada. “¿Qué ha pasado?”. Y ella respondió: “Mamá, han matado a Magid”.
P: ¿Fue hasta allí?
R: Sí, y le iba pidiendo a Dios que cuidara de mi hijo hasta que llegara y pudiera cuidar de él. Porque, en mi cabeza, iba a encontrarme a mi hijo con vida. Nunca imaginé que me lo encontraría muerto. Y, cuando llegué, vi a mi hijo en el suelo, boca abajo, todavía calzado... Le gustaba llevar sandalias, y tenía las sandalias puestas, y la cara en el suelo. Pedí que me dejaran entrar, y me dijeron que la escena estaba aislada, que no se podía tocar nada. Les pedí: “Por favor, soy su madre, tengo que ver a mi hijo”. Fui hasta allí y es una sensación horrible, ¿sabes?, ver a tu hijo allí, de aquella forma, tirado... Y en el suelo..., él era tan presumido. Muy presumido. Yo siempre le lavaba la ropa, con suavizante, se la planchaba, ¿sabes? Con todo el cuidado de una madre. Y ver a mi hijo así fue muy triste, mucho, mucho, mucho, un dolor que no se puede explicar. Y aquel montón de gente... No ves a nadie. Solo una muchedumbre. Recuerdas la escena, pero no recuerdas las caras. Estuve todo el rato cerca de él y muy preocupada, porque no sabía lo que había pasado, muy preocupada de que le pudieran poner algo dentro del coche. Mis dos hijas mayores me acompañaron y se quedaron cerca del coche, y yo cerca de él. Me lo quedé mirando.
P: ¿Tenía miedo de que la policía le pusiera algo dentro del coche?
R: Sí. Tenía miedo de todo, porque el móvil estaba allí, el coche, la radio, y ya hemos presenciado muchas cosas... Era una agonía total. Cuando me desesperé más fue cuando le quitaron la ropa allí en medio.
P: ¿Cómo?
R: Fui al baño, les pedí a los de la casa de al lado que me dejaran ir. Fui al baño. Cuando volví, solo llevaba los calzoncillos puestos. Me pareció una falta de... no sé... tu hijo todo expuesto en el suelo, tirado, lo giran de cualquier manera. Él desnudo, allí, solo con los calzoncillos. Y tardan un montón en llevarse el cuerpo. Entonces llegan los peritos, ponen a tu hijo en una bolsa y se lo llevan. ¿Sabes? Después hubo un momento en que pedí que me dejaran entrar. Porque queremos cuidarlos. Sabemos que ya no están con vida. Sabemos que están en manos del Señor, en las manos de Dios y de María. Pero estamos allí, queremos cuidarlos, queremos protegerlos. Y me dijeron: “No, no puedes entrar”. Y yo le dije: “¿Usted no tiene hijos? ¿Usted no tiene hijos? Por favor, déjeme estar cerca de mi hijo, no voy a tocar nada. Por favor”. Y me dejó: “Vale, vale”. Duele mucho, porque pensamos... No dormí porque estuve todo el rato pensando, imaginándome la situación en que estaba mi hijo. Después todavía me sentí peor, porque supe que en la morgue solo hay una camilla, aunque tenían tres o cuatro cuerpos. A uno lo ponen en la camilla y a los otros los dejan en el suelo. Pierdes a tu hijo, tu hijo se pasa toda la noche allí, solo me devolvieron el cuerpo de mi hijo a las 11:30h de la mañana.
P: ¿Del día siguiente?
R: Sí, del día siguiente. Y entonces piensas: ¿qué estructura tenemos? ¿En qué país vivimos? ¿Qué gobierno tenemos, que no se preocupa con el dolor de una persona? Yo estaba allí sentada, porque, aunque sea angustiante, no quiero saltarme ninguna fase. No quiero anestesiarme con medicamentos. No quiero aislarme, ¿sabes? No lo quiero. Quiero continuar mi camino, porque a él le habría gustado. Él me da fuerzas. Y en la morgue: “¿Cómo se rellena esto? Pero esto no sé qué es. ¿Pero estás rellenando el de quién? ¿El de fulanito o el de menganito? ¡Ah! Pero no hay ningún bolígrafo negro. ¡Ah! Pero no hay ningún bolígrafo azul. Internet no funciona. ¡Ah! No hay papel...”. Y tú intentas ser una persona espiritualizada y serena, incluso ante todas las adversidades. Pero tuve que decir: “¿Cuánto tiempo tengo que esperar todavía para llevarme a mi hijo? Porque tengo que cuidar de él. Tengo que arreglarlo. Tengo que colocarlo en una urna. Mi hijo era muy presumido. ¿No entienden nuestro dolor?”. Estábamos los parientes de los otros dos chicos y yo. “¿No ven que estamos aquí desde ayer sin dormir?”. Y entonces la funcionaria de la morgue me dijo: “Es que han encontrado una llave en el bolsillo del pantalón de su hijo”. Y le respondí: “Es la llave de casa. Vais a encontrar la llave, el carnet de conducir, el carnet de estudiante...”. Y ella me dice: “Sí, pero tengo que hacer un documento”. Y le respondo: “¿Y qué falta para que hagas el documento de entrega? Porque supongo que tenéis un modelo, solo tenéis que cambiar el nombre, la fecha y añadir los objetos encontrados, ¿no?”. Confieso que fui bastante grosera, y el primer cuerpo que entregaron fue el de mi hijo. Tenía dos agujeros de bala. Uno en el muslo, que lo atravesó. Lo hizo caer. Y el otro aquí. (Señala la espalda, debajo del hombro izquierdo.) Mi prima, que es médica, me dijo que ese lo mató. Porque le dispararon así. (Hace un movimiento de arriba abajo.) La bala entró y le dio en el corazón. Ahora, a los otros dos chicos los acribillaron.
“Vi a mi hijo expuesto en medio de la calle, desnudo, como si hubieran atropellado a un perro. No quiero que otra madre pase por eso”
P: ¿Por qué estaba casi desnudo en medio de la calle?
R: Eso me pregunto yo, porque lo viví y no quiero que ninguna madre pase por eso. Ver a tu hijo expuesto en medio de la calle, como si hubieran atropellado a un perro. Y que le quiten la ropa. Centenas, decenas de curiosos allí. Personas que comentan... Y mi hijo, que siempre iba bien arreglado. Y con su estilo, ¿sabes? Ayer mismo pensaba en esa escena. Él allí solo con los calzoncillos. Y me dije, Dios mío... fíjate en lo que llegamos a pensar..., ¿por qué no me llevé una sábana? Pensé eso, ¿sabes? ¿Por qué no me llevé una sábana para cubrir a mi hijo?
P: ¿Sabe qué pasó esa noche en el RUC de São Joaquim?
R: Fui a la comisaría a buscar el móvil, porque mi hijo no salió de casa para ir allí. Quiero entender qué pasó. ¿Qué llevó a mi hijo a ir a São Joaquim? ¿Qué le llevó a cambiar de planes? Hablé con uno de los comisarios que llevan el caso y me dijo que no podía explicarme mucho, pero que la investigación estaba muy avanzada. Y le dije: “Espero que, cuando den una rueda de prensa, una entrevista sobre este caso, expliquen a la población lo que realmente pasó. Porque no voy a admitir que manchen la vida y la imagen de mi hijo. No lo voy a permitir”.
P: ¿Por qué le dijo a la policía que no iba a admitir que mancharan la imagen de su hijo? ¿Teme que la manchen?
R: Porque dicen que todo lo que sucede hoy en este municipio está relacionado con el tráfico de drogas. Creo que lo que le pasó a mi hijo está relacionado con el tráfico, pero no creo que mi hijo estuviera implicado. ¿Nadie puede tener amigos en los reasentamientos? ¿Nadie puede visitar a alguien? ¿Todos los que viven en los reasentamientos son delincuentes? ¿Allí no viven padres, madres, abuelos, ciudadanos de bien? ¿Ellos ven con los mismos ojos a los que viven en el paseo marítimo, solo porque es un paisaje de postal? Es difícil, es difícil ver que la gente duda de la índole, de la conducta de tu hijo.
P: Encima...
R: Encima, todavía tienes que defenderte. No puedo simplemente apretar un botón y volver a aquel día, al 2 de octubre, al momento en que mi hijo llegó, se sentó a mi lado, cenó por última vez la comida que le gustaba, y parar ahí. No puedo. Pero tengo que ser valiente y seguir adelante. Y tener serenidad, porque encima tenemos que oír comentarios maliciosos. No me gusta ni siquiera salir de casa. Cuando salgo, el otro día fui a comprar una vela, salgo con la cabeza baja, precisamente para que nadie venga a preguntarme y a hacer algún comentario indelicado. Porque, a pesar de todo, no quiero ser indelicada con nadie, porque no forma parte de mi manera de ser gritarle a la gente.
P: ¿Qué sucedió aquella noche?
R: Solo sé que mi hijo llegó y aparcó el coche. Las puertas estaban cerradas y el móvil estaba dentro del coche. Entonces, para el Magid que conozco, que tiene un enchufe al lado de la cama para estar siempre conectado y que no se le acabe la batería del móvil, creo que no iba a tardar. No llegó a entrar en la casa. Cayó cerca de la acera. Cayó allí, mi hijo.
P: ¿En Altamira siempre ha existido esta violencia?
R: Ha aumentado mucho desde la construcción de la presa, de Bello Monstruo. La ciudad no estaba diseñada para recibir a tanta gente. Por más que se haya discutido la situación, que se haya hecho esto y lo otro, creo que nunca se entiende realmente la dimensión y la proporción de lo que puede pasar. Sabíamos que iba a pasar, pero tampoco pensábamos que sería así. Yo, por lo menos, estaba en contra de que se construyera la presa.
P: ¿Llama Bello Monstruo a Belo Monte?
R: Sí, Bello Monstruo. Esas familias ya no tenían una vida digna aquí, donde vivían. Y la poca dignidad que tenían se la quitaron porque las sacaron del territorio. Por ejemplo, aquí mismo, en esa plaza cerca de mi casa, en ese parque, había palafitos. Pero estaban cerca de las escuelas, muchas familias iban a la iglesia baptista, que está cerca de la iglesia católica. Y las sacaron de aquí. Las llevaron para allá. Había muertes, sí. Pero han aumentado mucho. La violencia en sí, así como el tráfico de drogas, han aumentado. La violencia sexual contra niños y adolescentes también ha aumentado. La prostitución es alarmante también. Y todo a plena luz del día.
P: ¿Todo esto con la construcción de la presa?
R: Sí, con la construcción de la presa. Y allí, en los RUC, todo se hizo más difícil todavía. Están lejos de las escuelas, de los bancos, de los supermercados. Ahora han construido una escuela y se han llevado a algunos niños de aquí para allá. Pero los padres no quieren, porque la calidad de esas escuelas es muy inferior a las de aquí. También se han cerrado algunas escuelas. Todo esto genera violencia. Es casi imposible luchar contra el crimen organizado. Pero yo creo que hay que educar. Creo que hay que prevenir. Creo que, a partir de ahora, tenemos que despertar a todo el mundo, a la sociedad civil organizada, a los gobernantes del municipio, del estado de Pará, e invertir en prevención y educación. Si conseguimos tener una escuela infantil de calidad, con alimentación de calidad, con profesionales de calidad, con un equipo técnico de calidad, ¿sabes?, si se pueden abrir frentes de trabajo para las mujeres, para las madres, para las madres solteras, lo conseguiremos. Porque cuando una madre sabe que su hijo está en una escuela, que allí tiene una educación de calidad, se queda tranquila. Y tenemos que luchar por salarios dignos para los profesores, para que las profesoras puedan estudiar en la universidad, para que tengan otra visión de lo que es educar. Creo que tenemos que ir por ahí. Creo que todo empieza con la educación infantil. Necesitamos que cada rincón de esta ciudad se inunde de amor, porque si tenemos amor y respeto tendremos paz, tendremos hijos vivos, tendremos madres vivas.
“Bello Monstruo ha destruido mi vida, la vida de mis nietos, ha destruido nuestros sueños”
P: Un estudio del IPEA muestra que Altamira se ha convertido en la ciudad más violenta del país. En su opinión, ¿cuál ha sido el impacto que ha tenido Belo Monte en esta violencia?
R: Lo han destruido todo. Además de nuestra paz, han destruido nuestra ciudad, nuestra vegetación, nuestra selva, todo. Aquí, en esta calle, todos los vecinos son antiguos. Conozco a todos y cada uno de los vecinos. Cuando reubicaron la otra parte de la calle, fue un dolor muy grande, muy grande, porque éramos una gran familia. Cada casa que se destruía era como si nos arrancaran un pedazo de nosotros mismos, porque era historia, porque mis hijos jugaban con los hijos de mis amigos aquí en la calle. Y ahora sus nietos estaban jugando con mis nietas. Y rompieron los lazos. No los respetaron. ¿Por qué? Algunos, pocos, consiguieron negociar y se quedaron en la misma calle, en el mismo reasentamiento. Otros, no. Unos se quedaron en Jatobá, otros se fueron a São Joaquim, otros se fueron a Laranjeiras. Este es uno de los factores que ha cambiado la vida de todo el mundo. Yo misma, durante un tiempo, me quedé sin amigos, porque todos mis amigos vivían en Açaizal y tuvieron que irse. Imagínate, entonces, cómo debe de ser para un niño... A veces, cuando camino por el parque, intento recordar dónde estaba la casa de cada uno de ellos. Algunos, que tenían casas muy malas, ahora viven en tierra firme, pero las casas están todas agrietadas. Esta obra lo ha destruido todo. Ha destruido mi vida, ha destruido la vida de mis nietos, ha destruido nuestros sueños, ha destruido mi ciudad, ha destruido mi río, lo ha destruido todo. Me ha quitado la paz, la paz de todo el mundo. Y encima la factura de la luz es alta.
P: Dice que la familia va a cumplir el sueño de Magid, de crear una academia popular para la población de los RUC. ¿Cómo se hará?
R: Durante el último almuerzo que compartimos, hablamos sobre este sueño que tenía. Quería construir una academia popular, porque él estaba en tercero de Geografía y tenía un amigo que se había graduado en Matemáticas que es muy bueno. Se sentaron para charlar y su amigo le dijo: “Magid, vamos a hacer algo”. Y mi hijo dijo: “Sí, vamos a hacer algo para que todos puedan acceder a la universidad”. Y cuando hablamos me dijo: “Mamá, cuando me gradúe, voy a montar una academia popular, donde pueda dar clases a la gente que realmente lo necesita y que no pueda permitirse pagar un curso tan caro”. Mi hija está terminando Pedagogía, y tengo una hermana que también es pedagoga. Y otra que es bióloga. Y yo también estoy estudiando. Me iba a graduar el mismo año que Magid. Estudio Educación Social. Mi marido hace Ciencias Contables. En casa todos estudiamos. Mis padres son funcionarios jubilados y van a financiar este sueño, comprando un terreno en un barrio cerca de los RUC. Tenemos una sobrina que es arquitecta, que hará el proyecto. Vamos a construir dos aulas, una para dar clase y la otra será un auditorio, una secretaría y una cafetería. Queremos colocar una cubierta plana, porque sabemos que vamos a querer ampliar el espacio. Quiero que sea un lugar para el diálogo, para círculos de conversación, un espacio que podamos ceder a las asociaciones de barrio, de mujeres... Tenemos un amigo que ya está en São Paulo viendo cómo funcionan las academias populares por allí y dice que tiene un montón de ideas. El precio será bien económico, solo para mantener costes. Y será para la población de los RUC.
P: ¿Por qué específicamente para la población de los RUC?
R: Nuestro proyecto es formar ciudadanos. Queremos que todo el mundo tenga acceso a la educación. Porque, si tienes acceso a la educación, te vuelves crítico. Sabes dónde buscar tus derechos. Sabes exigir tus derechos. Mucha gente sufre la violencia, y le dicen: “Eres negra, eres fea, eres pobre, eres burra”. Y se lo cree. Se lo cree porque nadie le ha dicho: “Eres guapa, eres capaz, tu cabello es hermoso, tu color de piel es maravilloso y tienes tus derechos”. La Constitución de 1988 existe, la Ley Maria da Penha [contra la violencia de género] también. Y la Ley de los Ancianos, el Estatuto de los Niños y Adolescentes, y tantas cosas que nos amparan y nadie las conoce. Tenemos que enseñar que existen. Y hablar de diversidad sexual, y hablar de amor. Y decir que todo el mundo tiene derecho a la educación. Porque lo que yo quiero decir es que no solo el crimen te permite crecer como ser humano. Ese espacio de Magid va a servir para eso.
P: ¿Cuál es su deseo?
R: Quiero que las personas salgan de casa y vuelvan a casa.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.
Traducción: Meritxell Almarza
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