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Tribuna
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Yo opino sobre Venezuela

Venezuela no es, ni será en el futuro, para los mexicanos, un remoto y desconocido país sino el “modelo” a seguir por quien podría llegar a ser el próximo presidente, Andrés Manuel López Obrador

Augusto Nava
El presidente Nicolás Maduro durante una reunión en marzo.
El presidente Nicolás Maduro durante una reunión en marzo. F. PARRA (AFP)

Hace poco apareció en México una caricatura de Patricio (Twitter, 31/07/2017), donde un agente aduanal de México recomienda a una pareja mexicana no ir a Tamaulipas, dentro del país, sino viajar a la que, hasta hace poco, era la ciudad más violenta del mundo, Caracas. Esa caricatura tiene algo bueno: reconoce que, por encima de todo, en Venezuela hay una crisis que, en ciertos aspectos, es comparable a la de México: unos dicen que es peor, otros, que mejor (no es poca cosa, existiendo medios informativos, partidos y personas que, en México y en España, relativizan o directamente han negado la crisis venezolana). Pero, por otro lado, la caricatura en cuestión ha provocado algo no tan bueno: ha servido para que los simpatizantes mexicanos de la revolución bolivariana lo acompañen de leyendas como esta: “Desde acá, en México, mejor ni hablemos de Venezuela”. En suma, para los bolivarianos mexicanos —que repiten la opinión de algunos intelectuales y líderes políticos—, este cartón es un buen motivo para esgrimir aquello de: “mejor ni opines”.

Creo, por el contrario, que ahora más que nunca es importante hablar de lo que pasa en Venezuela, discutirlo, criticarlo, y estar atentos a lo que pase. Venezuela no es, ni será en el futuro, para los mexicanos, un remoto y desconocido país sino el “modelo” a seguir por quien podría llegar a ser el próximo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Esto se deriva de la defensa que de Maduro hacen constantemente líderes de opinión afines, como Fernández Noroña (GFNorona: Video-columna 19/04/2017), y como el asesor personal de AMLO, John Ackerman (La Jornada, 27/03/2017; 31/07/2017, etc.); esto también se puede inferir sobre la base de la alta estima y respaldo que tiene hacia la “democracia venezolana” el mismo López Obrador (entrevista con León Krauze, Univisión, febrero 2017): solidaridad constatada por la misma Embajada venezolana hacia MORENA, el partido de AMLO (26/05/2017, aunque luego retiraran el mensaje de Twitter); finalmente, la opinión del movimiento político de López Obrador la podemos redondear por medio del Presidente de Honestidad y Justicia de MORENA, Héctor Díaz Polanco, quien se refirió al “importantísimo papel que puede hacer MORENA en el gobierno de México, que es el de integrarse con los países de América Latina que están haciendo los cambios como Venezuela. Digámoslo directo: la integración de México en la revolución bolivariana” (en: Radio Fórmula, 10/07/2017).

Es decir, el día de mañana, López Obrador, el carismático político expriísta (él solo o quizá a través de Ackerman, de Fernández Noroña, de Díaz Polanco, de René Bejarano, de Dolores Padierna, del priista-perredista-morenista Ricardo Monreal, del salinista-foxista-morenista Alfonso Durazo, o por voz del salinista Manuel Bartlett), él, digo, o sus allegados, nos podrían llegar a informar el día de mañana, ya en el poder: “pues bien, mexicanos, nuestro objetivo es llegar a ser como la Venezuela de Chávez y Maduro.” ¿Qué diríamos entonces? ¿Algo así?: “haga usted lo que mejor convenga, a mí me dijeron que no opinara de Venezuela”. Me parece, por el contrario, que los mexicanos tenemos todo el derecho de enterarnos y opinar sobre lo qué está pasando en Venezuela, para saber qué nos depararía el futuro con MORENA en el gobierno.

Como reconocen simpatizantes y detractores, el modelo bolivariano ha tenido una vocación social irreprochable, la cual estaba “dando respuestas” a la desesperada situación venezolana. Sin duda, antes de la llegada de Chávez al poder, Venezuela era un país violento, y con la revolución bolivariana las cifras se dispararon: en el apogeo del chavismo el número de muertes violentas casi duplicaron las de México en los años centrales de la lucha contra el narco (NYT, 03/10/2010; G. Sheridan, El universal, 05/10/2010; ‘List of Countries Homicide Rate’, consultado 02/08/2017); Venezuela era, también, un país corrupto, y ahora está entre los países más corruptos del mundo (‘Corruption perception index’, consultado 02/08/2017); y aunque con reservas petroleras y siendo miembro de la OPEP, era un país con variables crisis económicas, y gran desigualdad, ahora es un país donde hay incluso desabasto de comida y medicamentos; y, por supuesto, era un país con una crisis social y política muy fuerte (la llamada “antipolítica”, cfr. E. Krauze, El poder y el delirio) y ahora no sólo la crispación, la represión social, y el encarcelamiento de opositores políticos, están a la orden del día, sino que el Ejecutivo venezolano ha desdibujado casi por completo la división de poderes; pero no sólo eso: las mismas leyes que la nueva nación bolivariana había propuesto para la elección e ‘impeachment’ de sus gobernantes, el Ejecutivo influye para cambiarlas a su conveniencia, porque, al parecer, lo que importa es mantenerse en el poder, incluso por medios violentos, ya que, como dijo Maduro, “lo que no se ha conseguido con los votos, se conseguirá con las armas” (27/06/2017).

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Por otro lado, y hablando de este asunto con los simpatizantes en México del modelo venezolano (es decir, los que quieren que los mexicanos seamos como Venezuela pero no quieren que opinemos sobre Venezuela), ellos, repito, me han sugerido también, de forma menos extrema, que le demos una “oportunidad” a ese modelo, porque al final la Venezuela chavista es una alternativa “nueva”, y que de todos modos en México ya estamos muy mal (y ciertamente hay puntos, como la violencia, en donde México ya ha superado a Venezuela). Su reflexión es más o menos la siguiente: de todos modos, en México, somos muy corruptos —como en Venezuela—, estamos entre los países más violentos del mundo —como Venezuela—, contamos con una clase política podrida —como Venezuela—, y tenemos ahora mismo un desencanto político y social muy fuerte —como Venezuela—; a lo que se debe responder con sentido común: si la intención de México es mejorar como país, deberíamos buscar otro modelo, porque ese, el venezolano, no funciona.

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También los simpatizantes me han dicho —ya en el colmo de las falacias— que tampoco hay que “obsesionarse” con lo que sucede en Venezuela porque, en realidad, su situación y la de México “no es comparable”; a lo que se debe responder: si no es comparable ¿por qué MORENA se empeña en que sigamos un ejemplo que no sabe cómo va a funcionar, si de entrada no se puede comparar?

Ahora bien, como ya otros han señalado, lo decisivo aquí es que hacia la Venezuela chavista —como hacia la Cuba de los Castro (sus aliados ideológicos y económicos)—, opera el chantaje de ‘culto e iglesia’ que propaga el marxismo-comunismo (creencia que aparece bien descrita en la Historia de las creencias y las ideas religiosas de Mircea Eliade); en ese culto, a imagen del cristianismo, cualquier opinión es sinónimo de herejía, por eso la consigna de “amarás a un único Dios” es equivalente a “contra la Revolución nada”, cuyas máximas análogas han provocado actos de furor inquisitorial en los países comunistas. El culpable de herejía es arrojado, inmediatamente, a las llamas de la “derecha” y sobre todo del “fascismo” (hermano malvado y gemelo del comunismo), y es acusado de complicidad con otro país-iglesia (por eso son tan comunes en esos regímenes, y en sus simpatizantes, las imputaciones de traición a la patria y agente encubierto).

Ese chantaje, de probada eficacia, permitió a Fidel Castro (entre muchos ejemplos) crear y mantener, sin apenas crítica, campos de concentración para “curar” homosexuales, e incluso declarar impunemente cosas como: “Una desviación de esa naturaleza [=la homosexualidad] choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista”; ese mismo furor religioso ha hecho también que el diario mexicano de izquierda La Jornada, siempre pronto a la denuncia, nunca se le haya ocurrido denunciar ni pedir responsabilidad (política, moral, penal) contra Fidel Castro que murió —verdugo, macho y homófobo— en su cama. (Lo que sí hizo La Jornada fue entrevistar a Fidel Castro [América Despierta, 31/08/2010] para que le quedara claro a su público que a él eso le parecía una “gran injusticia”, pero que mientras mantenía en funcionamiento campos de concentración gays y leyes homófobas, él tenía otras cosas más importantes que hacer).

Mi punto es que ese sentimiento religioso —que a veces se convierte en furor—, cubre de fango a cualquiera que (dentro o fuera de Venezuela) acuse al régimen de Maduro de hacer las cosas que hace: como encarcelar opositores, empobrecer a su pueblo y reprimir estudiantes. Léase, por ejemplo, la editorial del asesor personal de AMLO, John Ackerman, en La Jornada (31/07/2017) en la que llama “neofascistas” a los críticos de Maduro; también, véanse las video-columnas de Fernández Noroña (19/04/2017, 31/07/2017), y la opinión de Souza Santos en La Jornada (28/07/2017), en el dossier del mismo diario dirigido a describir a la oposición venezolana, y a los críticos de Maduro, en la misma línea de Noroña, como la “derecha” que apoya el “intervencionismo galopante” (como si la intromisión del gobierno norteamericano y los abusos del gobierno bolivariano fuesen incompatibles).

Para terminar. De aquí a la fecha de las elecciones presidenciales mexicanas de 2018 —según se ve—, la situación en Venezuela irá a peor; y los líderes de MORENA (junto con sus afines medios informativos, políticos, asesores, intelectuales, y simpatizantes) intentarán, con distintas falacias, que no se toque el tema venezolano, que directamente se niegue la crisis, o que se hable del argumento sólo en los términos que ellos han establecido, y a través del mismo chantaje.

En suma, los que en México son afines a la revolución bolivariana nos han dicho y nos reiterarán en los próximos meses a los mexicanos que, en lo que respecta a Venezuela, al final, es mejor callarse. Con este escrito les digo que, por derecho y sentido común, sobre el tema venezolano, voy a seguir opinando en cualquier foro lo que a mí se me pegue la gana.

Augusto Nava es doctor por la Universidad Complutense de Madrid

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