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Lula da Silva declara ante el juez Sérgio Moro por acusaciones de corrupción

Será solo el primero de decenas de testimonios que el juzgado tiene previstos

Tom C. Avendaño

El expresidente más popular de Brasil, Luiz Inázio Lula da Silva, se sentará este miércoles en el banquillo de los acusados para responder ante el juez más popular del país, Sérgio Moro, por algunas de las muchas acusaciones de corrupción en su contra. Será solo el primero de decenas de testimonios que el juzgado tiene previstos, pero para muchos el valor del día es irresistible: comienza el combate entre los dos grandes pesos pesados de Brasil.

El expresidente brasileño Lula da Silva, en el congreso del Partido de los Trabajadores en São Paulo este mes.
El expresidente brasileño Lula da Silva, en el congreso del Partido de los Trabajadores en São Paulo este mes.REUTERS
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Para algunos en Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva es un héroe nacional. Cuando fue presidente entre 2002 y 2010, el país vivió su mejor momento en décadas y el público hasta le perdonó algunas prácticas corruptas consideradas menores. Para otros, quien es un héroe nacional es Sérgio Moro, el juez que desde 2014 dirige las investigaciones del caso Petrobras y es responsable de destapar una cantidad escandalosa de casos de corrupción entre las élites políticas brasileñas. Pero para casi todos será un acontecimiento histórico el que los dos se encuentren este miércoles cara a cara en los juzgados de Curitiba (Estado de Paraná, al sur del país), con Lula en el banquillo de los acusados mientras Moro le pregunta por algunos de los muchos casos de supuesta corrupción de los que se ha acusado al expresidente en los últimos meses y que hace tiempo monopolizan los medios brasileños.

Tras meses de estratagemas y acusaciones cruzadas, Lula responderá a quien se ha convertido en su enemigo público más enconado. Y Moro podrá demostrar lo que lleva meses diciendo: que Lula, quien según las encuestas tendría todas las de ganar al menos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2018 si llega a presentarse como candidato, no es trigo limpio.

Tráfico de influencias

Desde el año pasado, Lula ha sido imputado cinco veces. Tres de estas tienen que ver con el caso Petrobras. Se le acusa de tráfico de influencias, obstruir a la justicia, lavado de dinero y corrupción. En la sesión de esta tarde deberá tratar la acusación más recurrente de todas, la de que aceptó que una constructora privada, OAS, le reformase un apartamento de tres pisos en Guarujá, una localidad costera de São Paulo, a cambio de unos golosos contratos públicos. Ese piso está valorado ahora en más de un millón de dólares (tiene hasta un ascensor interior) y se encuentra a nombre de OAS, que a su vez se lo compró a la cooperativa Bancoop cuando esta se declaró en bancarrota. Uno de los principales inversores de Bancoop era Lula, quien, de hecho, en 2005 había puesto dinero para el desarrollo de aquel edificio.

En las calles se discute el cruce de dos narrativas mutuamente excluyentes sobre qué va a ser del país, tras el trauma del impeachment a la expresidenta Dilma Rousseff el año pasado y en mitad de la peor recesión económica que ha visto en décadas. Lula lleva meses insistiendo en que un viejo lobo como él podrá enderezar el curso de Brasil por medio de tácticas usadas en el pasado. Moro es el favorito de quienes no olvidan que Lula hizo bien, sí, pero a base de fomentar la cultura de la corrupción.

Un edificio en el centro de la acusación

Hay pruebas de que el expresidente Lula da Silva quiso comprar uno de los pisos en el centro de la polémica, pero acabó desistiendo en 2009. Según han contado los ejecutivos de OAS a la justicia, el exmandatario usaba el apartamento, aunque no estuviera a su nombre. Se sabe que vehículos alquilados por el Instituto Lula visitaron en 2011 y 2013 una zona cercana al edificio. Mientras, la defensa insiste en que el piso es de OAS, pero que lo ponía a disposición "de terceros" según le conviniese, no solo a Lula.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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