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EN CONCRETO
Columna
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¿Cómo explicarnos esta corrupción?

El fenómeno se da en variados regímenes y culturas, y tiene formas semejantes

José Ramón Cossío Díaz

La corrupción es un fenómeno que ocupa parte del imaginario crítico de nuestro tiempo. Algo ha empezado a moverse para enfrentar a lo que se ha ido de las manos, inclusive para quienes aceptaban sus márgenes. Estamos en el periodo de diagnóstico y las causas se buscan en variados elementos. La idiosincrasia nacional, la herencia hispánica o los virreinatos neo-federalistas, por ejemplo, han sido considerados. Estas explicaciones son contextuales, cuando no francamente anecdóticas. Teniendo en cuenta a nuestros gobernadores, campañas y cotidianos escándalos, consideremos lo publicado o dicho por cualquier medio extranjero en un día reciente cualquiera. Se mencionarán compañías constructoras o financieras, diputados de partidos vinculados con las más diversas ideologías, concesiones o desvíos de recursos para fiestas o campañas. Al igual que nosotros, en los países de los hechos quiere encontrarse en lo local la causa de los propios males.

Unos dicen que el sistema federal permite la corrupción al no controlarse a los gobiernos locales, y otros estiman que el centralizado lo propicia por falta de accountability. Pasa lo mismo con la forma de gobierno. Se dice que los males son del sistema presidencial y su consabida concentración de poder, o del parlamentario y sus latentes riesgos de disolución. Otros más ven el origen corruptor en el financiamiento estatal a los partidos, y otros en el privado. Quiere explicarse lo vivido aduciendo ideologías, géneros, imprevisiones normativas deliberadas o hasta genéticas partidistas. Los arbustos nos distraen del bosque. Si el fenómeno de la corrupción se da en variados regímenes, culturas y órdenes jurídicos y tiene formas semejantes de realización e impunidad, ¿por qué no buscar explicaciones a lo que hay en común? ¿Por qué no considerar la mecánica general de la política de nuestro tiempo? Más allá de países y niveles de democracia o desarrollo, puede ser una explicación plausible de la virulenta presencia de la corrupción. Veamos.

La obtención del poder político por la participación en procesos electorales, pasa por el gasto de enormes cantidades de dinero. La necesaria visibilidad y presencia en un electorado concebido y asumido como consumidor, exige pagos prontos, contantes y no controlables. ¿De dónde se obtienen los recursos? Una fuente menor son los presupuestos estatales. No es difícil identificar la desviación de lo así entregado. Hay otro proceder. Esencialmente, la entrega de recursos privados a partidos, gobernantes y candidatos. El circulante requerido se proporciona mediante complejas ingenierías financieras con organismos, prestanombres, asesores, lobistas e intermediarios incluidos. Lo entregado no es a fondo perdido. No se origina en simpatías políticas o personales. Es un negocio. Quien aspira o tiene el poder, resarcirá lo que le permitió conseguirlo o mantenerlo. Licitaciones y asignaciones para levantar o mantener la obra o la actividad pública, son las vías usuales de pago. El circulante se entrega y administra también mediante ingenierías financieras en que participan instituciones, autoridades y funcionarios.

El mecanismo es simple. Está a la vista desde hace años. Únicamente ha cambiado su escala. No se le ve porque ideológicamente se ha dicho y tristemente acreditado, que el Gobierno es intrínsecamente corrupto e ineficiente y que la salvación radica solo en la empresa privada. No se le ve, porque al electorado no le interesa la cosa pública. No se le ve, porque la ocupación del poder para terminar con la corrupción, pareciera pasar por ella. Sigamos apelando al ADN, a la cultura o al mal derecho. Quienes están en el poder o lo pretenden, y sus financiadores presentes y potenciales, encontrarán muy divertidas nuestras explicaciones.

@JRCossio

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