Las revelaciones de Odebrecht resquebrajan el mito de Lula
Los 78 empresarios que han confesado cómo compraban leyes y contratos a la política brasileña se centran en el expresidente
Luiz Inázio Lula da Silva había intimado tanto con Emilio Odebrecht, el dirigente de la gigante constructora brasileña que lleva su apellido, que para cuando celebró su último cumpleaños como presidente de Brasil, en 2010, Emilio se presentó en la celebración con dos regalos personales. Primero, 100 ejemplares de un libro sobre Dona Lindu, la madre del presidente, el cual la empresa había editado para la ocasión. Luego, una maqueta del Arena Corinthians, el futuro estadio del equipo de fútbol favorito de Lula, cuya construcción el presidente había planeado con Odebrecht y que en 2014 serviría para inaugurar el Mundial de Futbol. Luego, supuestamente, se habló de un tercer regalo. “Cuando llegó la hora de la tarta, se nos acercó Marisa Leticia [la mujer de Lula], por si podíamos asumir las reformas de una finca en Atibaia [en el Estado de Sao Paulo]”, recuerda un directivo de Odebrecht que estaba ahí esa tarde, Alexandrino Alencar. “Las personas que habían contratado no iban a tenerlo acabado para el buen tiempo y ellos querían pasar ahí las vacaciones”.
Como esa hay incontables historias en la confesión recientemente divulgada y llamada delação do fim do mundo, la de 78 exejecutivos de Odebrecht, que cuentan a las autoridades cómo durante años compraron favores, contratos y leyes a toda la clase política brasileña. El tsunami de acusaciones no salva a nadie, ni en la derecha ni en la izquierda, ni en la oposición ni mucho menos en el gobierno. Pero golpea con especial frecuencia y saña a Lula, o, más bien el mito de Lula; la aplaudida fábula de que un incorruptible limpiabotas, amigo de los pobres y no del dinero, acabó presidiendo el gobierno entre 2002 y 2010 y sacando a 30 millones de personas del umbral pobreza. El expresidente, que aún hoy es el político más popular de Brasil y una seria amenaza para cualquier candidato a las elecciones que el país celebrará en 2018, aparece inagotablemente en las historias de los ejecutivos, que retratan, a veces hasta con sonrisas en la boca, cómo Lula aceptó regalos o dinero para sus campañas, cómo conspiró con las élites y cómo, en fin, traiciona una y otra vez el mito más popular en la historia reciente brasileña.
En la narrativa que se desprende en las decenas de horas de vídeo que la Fiscalía general ha divulgado a la prensa, Lula trataba no con Marcelo Odebrecht, el presidente de la multinacional, sino con su padre, Emilio. Este último contradice en varias ocasiones lo que se sabía de Lula: asegura que se se conocieron a finales de los años setenta, antes de lo que muchos sospechaban, cuando Lula iba ganando influencia como sindicalista y estudiaba la fundación de su Partido de los Trabajadores. También cuenta que aquel joven defensor de los obreros le ayudó a desactivar una huelga general en una planta petroquímica. Emilio se quedó tan impresionado con su astucia que le pagó tres campañas electorales. En 2002 Lula alcanzó la presidencia, gracias en parte a la publicación de su histórica Carta al pueblo brasileño, en la que describía su visión pragmática para el país y, según más de un historiador, se ganó el corazón del electorado y de los empresarios. También esa parte del relato cae en manos de Emilio: “Esa carta tiene mucha contribución nuestra”, asegura.
La sombra de Lula aparece casi obsesivamente en los relatos de historias de los ejecutivos. Ninguno puede probar que era él quien recibía un solo real pero todos están seguros de que lo hacía. Por ejemplo, Marcelo Odebrecht habilitó una cuenta con 12 millones de dólares para uso y disfrute de Lula: la llamó, no sin sentido del humor, el saldo amigo. Pero quien lo gestionaba el ministro de Hacienda del presidente. “Cuando él me pedían que descontase algo del saldo amigo, yo sabía que era para Lula”, insiste Marcelo, hoy condenado a 19 años de cárcel por corrupción. “Pero no tenía cómo comprobarlo”.
Lo mismo pasa con el resto de historias que rodean a Lula. Sale su sobrino, al cual Odebrecht supuestamente contrató para unas obras en Angola por petición del expresidente. Sale su hermano, que se supone que cobró unos mil euros al mes de la constructora. Sale su hijo, que le pidió dinero a Odebrecht para fundar una liga de fútbol americano en Brasill. En la delação do fim do mundo, todo depende ahora de cuánto se puede probar ante un tribunal como verdad: las acusaciones o la leyenda de Lula.
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