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Columna
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La izquierda brasileña está perdiendo a los nuevos pobres

La masa de los nuevos desheredados se empieza a refugiar en la extrema derecha, que ha robado a la izquierda el discurso anticapitalista

Juan Arias

Empieza a existir un consenso sobre la crisis de la izquierda contemporánea y el abandono de la misma por parte de los más marginalizados, entre ellos los trabajadores no cualificados, los desempleados, los jóvenes desencantados y los emigrantes. Son el mundo de la nueva pobreza.

El resultado es doblemente dramático, porque la masa de los nuevos desheredados se empieza a refugiar en la extrema derecha, que ha robado a la izquierda el discurso anticapitalista. Está ocurriendo en la democrática Europa, y existe el peligro de que lo sea también aquí en Brasil.

En el espacio de unos días, varios intelectuales han coincidido en dicho análisis. En este mismo diario, Víctor Lapuente, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Oxford, en su artículo “El sexo de la izquierda”, ha alertado sobre el peligro de que la izquierda contemporánea “deje de ser vista como representante de la sociedad en su conjunto”.

Y en ese conjunto de la sociedad viven, por ejemplo, la gran masa de los trabajadores sin cualificar, los últimos en la escala de la pirámide social y los millones que buscan trabajo. Todos ellos olvidados por los grandes sindicatos.

Allen Berger, catedrático de economía en la University of South Caroline, ha tocado la misma tecla en una reciente entrevista al diario O Globo, en la que afirma que la izquierda de hoy “ha perdido el poder de diálogo con los trabajadores más pobres”. y alerta de que “ese mundo se ha rebelado” y está siendo “absorbido por la extrema derecha”.

En Brasil, el sociólogo, José de Souza Martins, que ya enseñò en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, en un artículo reciente, en O Estadão, criticaba días atrás al Partido de los Trabajadores (PT) por haber traicionado su función fundacional : “Haber podido ser el canal de expresión de aquella parcela de la población que la historia condena al silencio”.

El problema de la izquierda brasileña, empezando por el PT, que constituía su espina dorsal, es, en efecto, que acabó aristocratizándose, convirtiéndose en el refugio de la clase media bien, de los artistas e intelectuales.

Los sindicatos se burocratizaron y se comprometieron más con las categorías ricas, como los banqueros, que con el ejército de los millones de trabajadores marginalizados. Dejó atrás valores como los del mérito y el ahorro, cuya bandera recoge hoy la derecha.

La izquierda del PT se deslizó además hacia la política de la corrupción y del asalto a los privilegios. No sólo se aburguesó el partido, sino también lo hicieron muchos de sus activistas, que descubrieron el gusto por la vida cómoda de los millonarios. Y ellos representaban a la ética.

La izquierda brasileña rescató de la miseria a millones de trabajadores, pero sin cualificarles en el trabajo. Formó así una masa de nuevos pobres que hoy, decepcionados y castigados por la crisis económica, vuelven sus ojos hacia la derecha y hacia las iglesias evangélicas conservadoras (ejemplos: la periferia pobre de la gran São Paulo, que prefirió votar como alcalde al millonario João Doria, relegando al candidato del PT; o los excluidos de las favelas de Río, que votaron para alcalde al obispo conservador de la Iglesia Universal, Marcello Crivella, prefiriéndolo a Freixo, candidato de la izquierda del PSOL, que era el preferido por las clases bien )

Sabemos, al mismo tiempo, que la clase de trabajadores pobres es conservadora. Defiende la familia y la tradición por cultura y por instinto de sobrevivencia, y ve con buenos ojos que la policía mate a los criminales sin perifollos de procesos judiciales, bajo el lema de que “el mejor bandido es el bandido muerto”.

Esa masa no se asusta de que en Brasil se produzcan 60.000 homicidios al año, un triste record mundial, o se pudran en cárceles inhumanas más de medio millón de presos, la mayoría pobres y de color.

Para esa masa de nuevos pobres, la policía y el ejército son sus mejores guardianes. Analicen las redes sociales y vean como el militar y ultraderechista Jair Bolsonaro, precandidato a las presidenciales, que sigue defendiendo la tortura y la pena de muerte, despierta simpatía en buena parte del mundo de los trabajadores más pobres.

¿Por qué la izquierda no ha sido capaz de convencer a esa masa de pobres de que los valores de la democracia y de la modernidad constituyen la mayor garantía futura de prosperidad?

Como escribe el sociólogo brasileño Souza Martins, porque la izquierda, “incluyó sin democratizar”.

No hagan, por favor, un sondeo sobre la democracia entre ese mundo de la nueva pobreza, pues se llevarían una gran decepción.

La izquierda, toda, también la brasileña, necesita reinventarse para volver a ser capaz (si es que aún es posible) de reconquistar a los que fueron su sangre y su motivo de existencia: los trabajadores más pobres, los más expuestos a las aventuras antidemocráticas. Cada época tiene los suyos. Hoy, el proletariado es otro.

Sería triste y peligroso ver una transfusión de sangre de la masa de trabajadores marginalizados, o de jóvenes desencantados sin futuro, a las venas de la extrema derecha.

El gran test de la democracia para los brasileños está ya encima con las elecciones presidenciales del 2018. Habrá que ver qué fuerza política será capaz de conquistar los votos de la masa de los nuevos pobres, hoy desilusionados con la izquierda.

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