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Los sin tierra desafían a un gigante en la Amazonia

Agricultores del Estado de Pará en Brasil ocupan áreas que según ellos la empresa minera ha comprado ilegalmente. Es una manera de forzar la maquinaria legal

Manoel Colono mira el mapa de Canaã dos Carajás.
Manoel Colono mira el mapa de Canaã dos Carajás. VICTOR MORIYAMA

En un despacho pequeño y remoto de la Amazonia de paredes sucias y goteras en el techo, una pareja de abogados monta desde hace dos años un rompecabezas diabólico. Las piezas del puzzle son las divisiones de un mapa gigante que reposa sobre la mesa y que delimita los terrenos de Canaã dos Carajás, un municipio del sudeste del Estado de Pará, al norte de Brasil. En esta región interminable, la empresa Vale, una gran compañía minera brasileña, lleva a cabo proyectos multimillonarios de extracción de cobre, hierro y otros minerales. De una manera poco limpia a veces, según estos dos abogados, José Batista Afonso y Andreia Silverio, empeñados en probar que la empresa se ha apropiado irregularmente, durante varias décadas, de tierras del Gobierno Federal. Vale lo niega. “Esta tierra de aquí era pública. Y ésta, no se puede vender ni comprar”, señala Batista Afonso en el mapa del despacho, una especie de refugio sin cerradura de desposeídos sin títulos, Más allá, el territorio feraz y violento de la Amazonia, forjado con años de desmanes, con cierto parecido al Oeste de las películas del oeste, con olor a quemado y pesticidas, con historias de buscadores de oro, labradores sin nada y amplísimos ranchos de ganado.

Los abogados sostienen que Vale se ha ido apropiando de tierras comprándolas a agricultores sin títulos de propiedad que labraban en suelo público arrendado. Pero sólo hay una manera de demostrarlo: forzar a la empresa a enseñar los títulos de propiedad. Y ahí entra en juego como punta de lanza sin nada que perder un movimiento llamado Los Sin Tierra, conformado por labradores pobres que siempre han trabajado granjas de otros. Estos ocupan sin permiso parte de las parcelas compradas por Vale. Hace un año, 400 familias irrumpieron en una de esas áreas. Se distribuyeron por las 8.000 hectáreas. Levantaron casas de madera y comenzaron a cultivar.

Entraron, por una parte, para forzar a la empresa, para echarles de allí, a tener que mostrar los papeles y así proporcionar munición legal a los abogados. “Sólo queremos que lo demuestren. Mientras tanto, no vamos a rendirnos”, decía José Raimundo Garcez Anges, Raimundão, un antiguo buscador de oro de 54 años reconvertido en líder del campamento.

Pero también entraron, simplemente, para procurarse un rincón en la inmensidad de este territorio donde cultivar, por primera vez en su vida, su propia huerta. Como Rosimar Barros da Silva, dona Rosa, de 56 años, siempre labrando tierras ajenas para poder comer. “Nunca pensé en entrar en un movimiento de estos. Porque veía muchos en los que no se trabajaba la tierra. Pero aquí, sí. Era mi sueño: tener un pedazo de tierra mío, para vivir, labrar, para tener mis cerdos, mis gallinas. Aquí, en el campo, viene una visita y usted coge, mata un pollo o una gallina y hace una comilona para la gente. Y eso. Ése es el sueño que yo buscaba”.

Dona Rosa y el resto duró ocho meses, hasta que la empresa minera hizo cumplir su denuncia y les expulsó: “Era de mañana, muy de mañana, a las 7 y media o por ahí”, relata la mujer. “Tomaba un café. Pero, oiga, señora reportera, no vea la de policía que vino. Yo ya tenía plantado mandioca, lechugas, coliflores… Y 360 matas de tomates que ya estaban brotando… Trabajamos tanto y no recolectamos nada. No quiero ni acordarme”. Tras ser expulsados, el batallón de miserables sin tierra se instaló en unos terrenos del ayuntamiento: “Yo no tengo el sueño de una casa”, prosigue Dona Rosa. “Sueño con un pedazo de tierra mía. Quiero una casa sencilla, con suelo de tierra. Dos cuartos, uno para mis hijos. Con suelo de tierra. Eso, para mí, es como si fuera un edificio entero”.

La iniciativa del grupo de Dona Rosa y Raimundão fracasó… relativamente. La documentación aportada por la empresa en los juzgados sirve para que los dos abogados del despacho ruinoso de la Amazonia rellenen más piezas del puzzle. Hay parcelas compradas legalmente, pero otras, aseguran, no.

No están solos: según el investigador Bruno Malheiro, que elabora un doctorado sobre el asunto en la Universidad, la empresa minera ya ha llevado a cabo, en los últimos años, 39 solicitaciones para que la justicia desaloje terrenos ocupados. Algunos han sido desalojados. Otros no.

En otro campamento, cerca del río Sossego, hay 54 familias desde el pasado 10 de octubre. Los agricultores están empezando a plantar ahora y están asustados. Desde allí, se ve la mina de cobre de Vale. Denislai de Souza Brito, de 25 años, coordina el grupo: “Yo quería trabajar en Vale. Los jóvenes que trabajan para la empresa minera vienen de fuera. Intenté incluso hacer prácticas, pero no lo logrué. Si Vale no contrata a la gente de aquí..”, dice. “Comprar un terreno hoy es imposible, se lo garantizo. Los precios se han puesto por las nuebes con la llegada de la empresa. Pero con un pedacito de tierra, podemos producir nuestro alimento”, cuenta.

Hay otras maneras de rastrear la compra irregular. Es ir simplemente a los que las vendieron. José Ribamar da Silva Costa, Pixilinga, agricultor de la zona, es uno. Sostiene sin dudar que él trocó su tierra por la de otro ganadero que, a su vez, se la vendió a Vale hace años. “No tenía título de propiedad. Sólo un certificado de asentamiento, que es lo que nos da el organismo público para que la trabajemos. Y allí ponía que era innegociable.

Manoel Batista da Silva es otro. Es conocido en la región como Manoel Colono. Llegó sin nada en la década de los ochenta, cuando la fiebre del oro de la Amazonia. Ha vendido y revendido tierras a Vale hasta hacerse millonario. “La mayoría de las tierras de esta región no tienen documentación”.

La empresa minera, aunque no ha querido comentar estos casos concretos, asegura que todas las compras son legales y que los desalojos se llevan a cabo cumpliendo los plazos y los avisos que marca la ley, de modo que a nadie le puede pillar de sorpresa .

La tensión no cesa y va en aumento: el 17 de noviembre, un intento de ocupar la Hacienda São Luís acabó con un enfrentamiento con un intercambio de disparos entre guardias de seguridad de Vale y los agricultores. Hubo varios heridos por ambas partes. Los labradores que ocupan algunos de los campamentos aseguran que han visto drones por encima de sus cabezas y que se sienten vigilados y atemorizados.

La puerta del despacho de los abogados del rompecabezas se abre con un patada no muy fuerte.

–No tienen ustedes miedo?

-El miedo pasa. Uno se acostumbra.

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