Asesinado a balazos un periodista a la puerta de su casa en Chihuahua
El crimen de Rodríguez Samaniego eleva a 99 los informadores caídos en México desde 2000
No eran aún las ocho de la mañana y ocho veces incendiaron el aire las balas. Jesús Adrián Rodríguez Samaniego, de 41 años, acababa de salir de su casa en la calle Quinta, en la norteña ciudad de Chihuahua. Iba al trabajo, cuando al subir a su automóvil, un antiguo Nissan Tsuru azul, la muerte le llamó por la ventanilla. Antes de que pudiera arrancar, siempre según las primeras versiones, dos hombres se acercaron en un coche negro y a corta distancia le dispararon a placer. Rodríguez Samaniego quedó sin vida ahí mismo. Los asesinos huyeron. Atrás dejaron ocho casquillos del calibre 45.
La víctima era periodista. Reportero de la cadena Antena 102.5 FM, de GRD Multimedia. Tiempo atrás se había dedicado a la información policial. Ahora estaba destinado a la sección política, aunque seguía indagando temas vinculados al narco. También había trabajado para el Heraldo de Chihuahua y Nueva Era Radio. Su última investigación estaba centrada en la supuesta tortura de dos hermanos, indígenas tarahumaras, acusados de haber perpetrado un ataque a una caravana gubernamental que acabó con tres muertos en 2009. Las pesquisas, según medios locales, le habrían conducido hasta una organización delictiva de ámbito local.
Pese a estos indicios, oficialmente nada se sabe aún de la autoría ni del móvil. Su muerte ni siquiera ocupó un lugar destacado en los medios mexicanos. La inmensa guadaña que a diario se abate sobre el país dejó su crimen en un margen. Otro periodista más asesinado. Noventa y nueve desde el año 2000. Una cifra que hace de México el país más peligroso para ejercer la profesión de América.
La Fiscalía y el Gobierno estatal se apresuraron a afirmar que su muerte no quedará impune. Incluso aseguraron contar con indicios que permitirán el rápido esclarecimiento del caso. Frases parecidas se dijeron tras los asesinatos de Pedro Tamayo Rosas, Moisés Sánchez Crespo, Francisco Pacheco Beltrán y tantos otros periodistas caídos junto a sus casas o redacciones. Informadores de medios pequeños, sin protección ni fama; indefensos ante el poder del crimen y muchas veces abandonados a su suerte por las autoridades a las que habían incomodado. Profesionales sobre los que, una vez fallecidos, cae la insidiosa sombra de la sospecha.
Con la muerte a tiros de Rodríguez Samaniego ya son 11 los periodistas asesinados este año. Es la mayor cifra desde 2011, en plena vorágine por la guerra contra el narco. El 90% de los casos queda sin resolver. Olvidados por casi todos. Una cruz más en el cementerio de los periodistas mexicanos.
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