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Columna
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¿El Brasil de Temer empieza a encarrilarse?

Hay siempre quien prefiere apostar por lo peor. Se olvidan de que los Gobiernos pasan y Brasil sigue vivo y con ganas de mejorar

Juan Arias

Fue Lula quién afirmó, con Dilma aún en el poder, que el tren de Brasil “había descarrilado” y que su partido en crisis, el PT, necesitaba “refundarse”.

Desde entonces, en poco tiempo, Brasil ha dado muchas vueltas: Rousseff salió del poder y también de las crónicas. Lula es reo en tres procesos y el PT, desangrado en las últimas elecciones, busca caminos nuevos para tonificarse.

Temer, el vicepresidente decorativo de Dilma Rousseff durante seis años, considerado por ella como traidor, asumió las riendas del país bajo una avalancha de polémicas.

Cunha, el poderoso presidente del Congreso, que abrió el proceso de impeachement contra Dilma y lo ganó, hoy está preso y probablemente seguirá ahí muchos años. Eso sí: sigue siendo una amenaza viva.

Hoy estamos en el tren de Temer, sin saber aún con certeza si será capaz de colocar de nuevo al país en los raíles.

Hay quien prefiere apostar por lo peor. Se olvidan de que los Gobiernos pasan y de que Brasil sigue vivo y con voluntad de triunfar.

Los ciudadanos de a pie ven con buenos ojos que políticos y empresarios estén pagando por sus crímenes de corrupción, acostumbrados como estaban a que fueran intocables.

Viven su día a día, empeñados en su trabajo y en sacar adelante su mermada economía, siempre bajo el escalofrío del fantasma del desempleo, que golpea ya a 12 millones de trabajadores, es decir a cerca de 40 millones de personas.

Así, otean cada mañana el horizonte para descubrir alguna señal de esperanza y de recuperación de la crisis económica que ha mermado su renta. Les preocupa eso más que los posibles sobresaltos de la democracia. Se equivocan, porque no existe prosperidad bajo ninguna tiranía, ni de derechas ni de izquierdas, pero ellos no tienen tiempo ni instrumentos para entenderlo.

Si nos preguntasen, como me lo preguntan a mí muchos trabajadores de los que no leen los periódicos, si las cosas están mejorando o empeorando, no debemos engañarles. Tenemos que decirles que aunque aún no existen certezas, se observan, como lo anota la prensa internacional, señales de que el tren Temer empieza a encarrilarse, aunque aún sea pronto para cantar victoria.

Empiezan a pergeñarse, en efecto, reformas estructurales con las que nadie se había atrevido antes y que son indispensables para que la economía empiece a respirar. Y se ha rehecho la base del gobierno en el Congreso, algo que Rousseff nunca consiguió.

Los intereses bancarios, los más altos del mundo, han empezado a bajar después de cuatro años. La inflación, el flagelo de los más pobres, empieza a dar señales de caída. La bolsa sube y el dólar baja, fortaleciendo la moneda nacional. Y la confianza de la sociedad de que las cosas empiezan a mejorar llega a un 30%, un índice superior a los del último año de Dilma.

El nuevo gobierno, para muchos considerado aún ilegítimo dentro de Brasil, empieza a ser reconocido por los países más importantes del planeta. Y los embajadores que habían sido retirados han vuelto en su gran mayoría.

¿Dónde están las manifestaciones de masa contra Temer, contra el “golpe” o a favor de Dilma?

No hay nada aún para echar las campanas al vuelo. El Gobierno Temer tiene ahora encima la espada de Damocles de la incógnita de una posible confesión devastadora de Cunha en la cárcel.

Lo cierto es que Brasil no está peor que hace sólo seis meses. Y en tiempos de tempestad, aunque sólo sea un rayo de sol apareciendo en el horizonte, ya alivia la destrozada esperanza del tsunami vivido por los brasileños.

Ahora, cada día, consiste en despertarse y otear el cielo para ver si las nubes siguen disipándose o si volverá a atizar la tormenta.

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