Brasil no va hacia la ruina, todo lo contrario
Hay un gran cambio en curso en el país pero su protagonista es la llamada “Su Excelencia la sociedad”
Todo lo que está en cuestión en Brasil, sin entrar a valorar hacia dónde va, es obra del despertar de la sociedad más crítica, convencida de sus derechos como nunca lo había estado en el pasado.
Es una sociedad consciente de que el poder la está observando. Y que hasta la teme.
Cuando, hace días, Carmen Lucia tomó posesión del cargo de nueva presidente del Tribunal Supremo, presentó en su discurso a la sociedad como a la primera autoridad del Estado. La llamó “Su Excelencia el pueblo de Brasil”.
Gran parte del desasosiego que vive el país se debe, para bien y para mal, a la nueva toma de conciencia de una sociedad que ha recobrado su voz y no está dispuesta a callarse.
Tanto lo saben las instituciones del Estado, que los tres poderes se mueven hoy, en buena parte, al ritmo de sus humores y reivindicaciones. Todos los políticos están atentos a lo que piensa la opinión pública antes de tomar una decisión, por miedo a perder su apoyo.
Un ejemplo vivo ha sido la votación masiva de los diputados contra el corrupto Eduardo Cunha, que había sido el todopoderoso Presidente del Congreso, alguien al que se le temía o se le rendía pleitesía. Votaron contra él para despojarle de su mandato, por miedo a la represalia en sus bases electorales, incluso sus amigos del alma. Todo antes que indisponerse con la sociedad hoy en carne viva en el juicio negativo hacia los políticos.
Para saber si esa nueva fuerza de una sociedad, que parecía adormecida y hoy es consciente de su poder de influencia, camina hacia una mayor democracia o, al revés, hacia una involución autoritaria, es necesario observar lo que ella está exigiendo al poder.
A juzgar por la actitud de la gran mayoría de la sociedad se diría que esa nueva opinión pública brasileña exige valores más democráticos, formas alternativas a la vieja política, así como una mayor intransigencia contra la corrupción.
Cirios y troyanos, que incluso van a la greña en algunos temas políticos, acaban coincidiendo cuando se trata de exigir mayor limpieza moral en su gobernantes, mayor justicia social, una lucha más dura contra todas las discriminaciones y una mayor libertad de expresión.
La misma polémica a favor o en contra del impeachement de Dilma, que dividió al país, se ha visto amasada, por ambos bandos, por razones de defensa de los derechos democráticos.
Nadie ha salido a la calle para pedir la vuelta a la dictadura militar o para recortar libertades. Pero ha sido significativo el apoyo masivo al trabajo de los jueces, que aún criticados en sus posibles excesos, están llevando al banquillo de los reos y a la cárcel a políticos y empresarios millonarios, y no sólo, como ocurría hasta ayer, a negros y pobres.
A pesar de las polémicas que a veces enzarzan en una pelea a viejos amigos en las redes sociales, al final, la gran mayoría de brasileños reivindica mayor comprensión con las diferencias de género o del color de la piel, y una vida política realizada a la luz del sol y no en las alcantarillas sombrías de maniobras inconfesables.
Es una sociedad que va descubriendo cada día que sin su presión, no habrá reforma política seria ni cambios profundos en las viejas estructuras del poder.
Si todo eso es verdad, habría que concluir que lo que exige hoy su “Excelencia la sociedad brasileña”, aún dividida por la crisis económica y política, es un Brasil, como mínimo, más decente y más de todos.
Las fuerzas de la reacción o los nostágicos autoritarios, si los hay, han quedado apagados por una opinión pública masivamente a favor de las libertades, de la defensa de las conquistas democráticas y contra los privilegios de unos pocos, que ofenden a las clases trabajadoras que luchan para sobrevivir a la crisis.
Lo que no es poco, aunque quede aún mucho camino por andar.
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