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Columna
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¿Cómo es posible que la mayoría de los brasileños prefiera Temer a Dilma?

Los políticos e intelectuales no debemos olvidar que la voz de la sociedad no está siempre en sintonía con nuestro análisis

Juan Arias

Los políticos no aprenden, y la sociedad acaba desconcertándoles.

Es lo que se desprende del último sondeo del instituto Datafolha, la consultora del diario Folha de S.Paulo. No hace falta ser ni semiótico ni psicoanalista para advertir que esa encuesta entraña más de una sorpresa en el momento crítico que vive Brasil.

Es cierto que, como en la vida, todo es relativo y fugaz, pero hay realidades que se imponen.

Por ejemplo, pocos podrían imaginarse que la mayoría de los brasileños prefieran al tenebroso, golpista y derechista Michel Temer y su gobierno (50%) que a la inocente, perseguida y progresista Dilma Rouseff (30%).

Tampoco era de esperar que en sólo dos meses de gobierno interino, con muchos de sus ministros investigados por corrupción, la confianza en que la economía mejorará haya crecido 17 puntos.

¿Cómo es posible, además, que Temer sea rechazado sólo por un 31% de la sociedad, cuando Dilma Rouseff, aún presidenta electa, lo sea por un 65%?

Y hay aún más. Después de los ríos de comentarios que se han escrito sobre el famoso “golpe” democrático contra Dilma, que la convirtió en víctima internacional, ¿cómo se explica que la mayoría de los brasileños den por descontado que Rousseff no recuperará la presidencia y la mayoría prefiera que siga gobernando Temer hasta las próximas elecciones generales?

Todo ello es más curioso, por no decir misterioso, si se piensa que ni la figura de Temer, cuyo nombre no recuerdan más del 30% , ni la maravilla de su gobierno, son como para entusiasmar a nadie.

Lo que se desprende del sondeo es que la mayoría de los brasileños, junto con la mayoría de los empresarios, está convencida de que la maltrecha economía que Dilma dejó en herencia, en una de las crisis más graves de la historia del país, empieza a respirar positivamente.

Y lo que parecen indicar esos sondeos es el rechazo, consciente o inconsciente, del legado, sobre todo económico, del gobierno de Dilma, si hasta un gobierno como el de Temer llega a dar mayor confianza a la sociedad.

Las sorpresas del sondeo no acaban ahí: si hoy hubiese elecciones generales, habría alguien que las ganaría en la segunda vuelta y con amplio margen, contra todos: contra Lula, Aecio, Serra, Alckmin, Ciro Gomes, etc. Esta persona sería la muda, la frágil, la misteriosa, la evangélica, Marina Silva. ¿Quién sabría explicarlo?

También, que el problema que más acucia a los brasileños, en contra de lo que podría esperarse, no es la violencia, ni la educación, ni la sanidad, sino la corrupción.

Que no lo olviden esos políticos, los de derechas y los de izquierdas, tentados de colocarle bastones en las ruedas a la investigación masiva de corrupción política Lava Jato. Lo pagarían duramente.

Políticos e intelectuales, no deberíamos olvidar que la voz de la sociedad no siempre se sintoniza con nuestros análisis y profecías.

Para la gran mayoría de la sociedad, esa que tiene poco tiempo para pensar y mucho para sufrir, la que trabaja duro para que este país siga en pie a pesar de las fechorías de los políticos y sus corrupciones, la vida y la política no es más que la realidad con la que tienen que lidiar cada día.

Es la realidad de los que no tienen privilegios, de los que saben poco de sutilezas jurídicas y mucho de cómo hay que pelear para sobrevivir y dar gracias al destino por poder trabajar sin el terror del desempleo.

Esa realidad es la que a veces nos brindan los sondeos y nos dejan perplejos y desarmados. Aún no nos hemos hecho a la idea de que la sociedad razona con otros parámetros.

Estos días, los pobres de la clase C, que saben que soy periodista, me preguntan preocupados: “¿Cree que con Temer va a bajar el precio del frijol?”

Lo que quita el sueño de los trabajadores suele pasar lejos de la ideología. Les apremia más el pan nuestro de cada día.

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