Keiko, crecida para mandar
Lo único que ha hecho en su vida es prepararse para que el apellido Fujimori vuelva al poder

Keiko Fujimori Higuhi (Lima, 1975) está destinada a mandar desde que era una adolescente. Crecida en el Palacio de Gobierno mientras su padre disolvía el Congreso y ocupaba todo el poder, vivió de cerca el drama familiar que concluyó con el divorcio y la huida de su madre, Susana Higuchi, que denunció que una asociación dirigida por hermanos de su esposo malversaban donaciones del Japón. Ella optó entonces por quedarse con su padre y se convirtió, a los 19 años, en primera dama del Perú, la que acompañaba al autócrata en todos los actos. Desde entonces está en política. Ella no reniega de esa época, de hecho reivindica que su experiencia se basa en haber sido primera dama. Nunca rompió con su padre. Fue la encargada de defenderlo públicamente cuando renunció por fax desde Japón. Y cuando lo encarcelaron por corrupción y delitos de lesa humanidad.
En 2006 ya logró ser la congresista más votada de Perú. En 2011 lo fue su hermano, Kenji, que aspira a sucederla. Todos a la sombra del padre. Pero después de una dolorosa derrota en 2011, cuando parecía que ganaba, los asesores de Keiko diseñaron un plan para esta campaña de 2016 que incluía un “compromiso de honor”, leído ante las cámaras, en el que la candidata se compromete a no repetir los “errores” por los que su padre cumple condena, esto es a no hacer un autogolpe, a no disolver el Parlamento, a no esterilizar a mujeres indígenas, a no ordenar a grupos paramilitares el asesinato de disidentes, a no crear un régimen corrupto por el que se escaparon unos 6.000 millones de dólares. Y también se ha comprometido a no sacar a su padre de la cárcel, a respetar a los jueces, aunque muchos en el fujimorismo confían en que incumpla esta última parte.
Lo único que ha hecho en su vida es prepararse para que el apellido Fujimori vuelva al poder en el país al que llegaron muy pobres sus antepasados japoneses, que llenaron esta nación de emigrantes y de razas mezcladas de apellidos y rasgos nipones. Todo ha girado siempre en torno a esa ambición por el poder. Hace unos años ella no tenía mucha fuerza como candidata. Pero ha memorizado con tesón todos los gestos televisivos que le recomiendan sus asesores. Lee casi siempre. Ellos la han convertido en un fenómeno de marketing que ha logrado descolocar a un veterano como Pedro Pablo Kuczynski, a veces arrollado a sus 77 años ante el ímpetu de su joven rival.
Keiko ha logrado con una campaña exitosa que los pobres la identifiquen como la candidata del pueblo, antiestablishment. Sin embargo, gracias a la ayuda de su padre, ella estudió administración de empresas en la Universidad de Boston y luego una maestría en la misma disciplina en Columbia. Al igual que sus hermanos, fue investigada por la fiscalía porque no pudo demostrar el origen del dinero con el que pagó su formación en el extranjero. Está casada con el ciudadano estadounidense Mark Villanella. Ambos son investigados desde marzo por una fiscalía de lavado de activos por la compra de dos propiedades, y por aportes a la campaña electoral. Su vida ha estado rodeada de escándalos. Pero a los suyos no les importa. Les basta con que sea como el padre: él duro con los terroristas, ella con la delincuencia. Está destinada a mandar. Y está a punto de lograrlo.
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