Temer, el presidente ‘in pectore’ que nadie quiere
El sustituto de Rousseff, si finalmente el Senado brasileño confirma el ‘impeachment’, solo tiene un apoyo del 8%
El inminente impeachment o proceso de destitución contra la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, es apoyado por el 60% de la población del país, según una encuesta reciente de Datafolha. Sin embargo, el rechazo a la mandataria no se traduce en un apoyo paralelo a quien le sustituirá en el cargo, el vicepresidente del Gobierno, Michel Temer. Según una encuesta del instituto brasileño Ibope, Temer apenas cuenta con el apoyo del 8% de los brasileños como futuro jefe del Estado, frente al 25% que todavía conserva la actual presidenta.
El líder del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) asumirá casi con toda probabilidad el poder a mediados de mayo, cuando el Senado ratifique la petición de destitución de Rousseff, aprobada por la Cámara de los Diputados el pasado 17 de abril. Todo apunta a que la votación se celebrará el próximo 12 de mayo, aunque la fecha no ha sido fijada de forma definitiva.
El 62% de los brasileños entrevistados por Ibope aseguran preferir nuevas elecciones en este momento de transición y con el país convulso. Muchos brasileños se sienten prematuramente decepcionados con el futuro Gobierno de Temer, en parte por la inseguridad política e institucional que provoca la incertidumbre de un nuevo Ejecutivo pero también por la efectiva campaña del Partido de los Trabajadores (PT), la formación de Dilma Rousseff y del expresidente Lula, encaminada a relacionar el impeachment con un golpe de Estado.
El vicepresidente, que ahora negocia su futuro Gobierno en la sombra, ha sido catalogado por la misma Rousseff de “conspirador” y “golpista”. Siempre en un discreto segundo plano y con fama de conciliador, Temer se ha vuelto ahora blanco de la desconfianza de los brasileños, hartos de denuncias sobre corrupción y desvío de dinero público. La justicia sospecha de la implicación de Temer en la trama corrupta de Petrobras —un arrepentido mencionó su nombre en una confesión—, pero además es el presidente del centroderechista PMDB, un partido tan afectado por las investigaciones sobre la petrolera pública como el PT de Rousseff.
Uno de los nombres más polémicamente emblemáticos del partido de Temer es justamente el presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, que lideró el proceso de impeachment contra Rousseff y maniobró para conseguir la mayoría de 367 votos en la Cámara que ha dejado a la presidenta a un paso de perder el poder. Cunha es investigado por recibir sobornos de empresas interesadas en trabajar para Petrobras y por ocultar ese dinero en cuentas no declaradas en un banco suizo. Las noticias diarias sobre su costoso estilo de vida y sus viajes a Europa gastando miles de euros con su mujer e hija lo han convertido en un político más odiado que Rousseff. Otra encuesta desveló hace algunas semanas que el 77% de los brasileños quiere que Cunha sea apartado de su cargo.
Estrategia
La misma presidenta ha decidido sacar partido político a este malestar público y acusa al vicepresidente de actuar en alianza con Cunha para quitarle el cargo. “Son el jefe y el subjefe del golpe”, ha repetido en varias entrevistas. Temer ha replicado que el impeachment no es un golpe de Estado sino “un proceso constitucional propio de Brasil como reconoce la Suprema Corte”.
La impopularidad de Temer es también resultado del creciente rechazo hacia la clase política brasileña. El espectáculo de los congresistas en el día de la votación del impeachment, con explicaciones absurdas sobre el sentido de su voto —“a mi familia, a mi tía que me cuidó de pequeño, a Dios, a mi ciudad”, llegaron a decir—, ha contribuido a un descrédito general de los políticos.
La misma encuesta de Ibope muestra que la popularidad del adversario de Rousseff en las últimas elecciones, Aécio Neves, también ha caído. Es decir, la oposición tampoco se ha beneficiado del descalabro de Rousseff y Temer. Neves registra ahora un rechazo del 53%. En febrero de 2015, el rechazo era del 44%.
La opción del adelanto electoral, la mayoritaria entre los brasileños, requiere modificar la Constitución de manera consensuada, algo que ahora mismo, dada la convulsión política que vive el país, es imposible.
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