No sobran inmigrantes; faltan médicos, enfermeras y maestros
Sánchez rompe con la ceguera de los partidos clásicos de toda Europa: la ultraderecha no crece por la migración, sino porque conservadores y socialdemócratas adoptan su discurso
Financial Times publicó hace días una nueva investigación según la cual el sistema político establecido fue el que abrió la puerta a la derecha populista. No fue la inmigración la que hizo crecer a la extrema derecha. Solo despegó cuando los conservadores primero y los socialdemócratas después empezaron a asumir ese discurso, un discurso relacionado c...
Financial Times publicó hace días una nueva investigación según la cual el sistema político establecido fue el que abrió la puerta a la derecha populista. No fue la inmigración la que hizo crecer a la extrema derecha. Solo despegó cuando los conservadores primero y los socialdemócratas después empezaron a asumir ese discurso, un discurso relacionado con la identidad y con lo que ella lleva siempre oculto, el nacionalismo.
Por eso tiene tanto interés la posición de Pedro Sánchez, el único presidente del Gobierno (o primer ministro) europeo que ha decidido dar la batalla en el campo contrario y presentar la socialdemocracia como un partido que responde a su historia y que no abre la puerta a la extrema derecha, sino que intenta recuperar un mensaje clásico de izquierda. Un mensaje contra la desigualdad y en defensa de la inmigración, como uno de los elementos que ayudan al crecimiento económico.
Obviamente, Sánchez recupera este papel sabiendo que puede ser la mejor vía para arrinconar a la derecha conservadora con la extrema derecha y para abrirse, por primera vez en bastante tiempo, una posibilidad real de mejora electoral. Sea por lo que sea, Sánchez se desmarca del mensaje de prácticamente todos sus colegas socialdemócratas europeos y ensaya una política diferente, apoyado en un crecimiento económico superior al de esos colegas. Como reclaman muchas asociaciones, el segundo paso debería ser la regularización de los 500.000 inmigrantes irregulares o, mejor dicho, la regularización de los 500.000 puestos de trabajo irregulares que ocupan esos inmigrantes.
Hay que recordar que Nicolas Sarkozy, entonces ministro del Interior de Jacques Chirac (hace 20 años), fue uno de los primeros en abrir ese camino a la derecha populista, con un mensaje político basado en la identidad y contrario a la inmigración. En 2007, el por entonces candidato a la presidencia de la República pretendió nada menos que organizar un referéndum sobre la identidad francesa (¿qué es ser francés?, quería preguntar), asegurando que él era el dique que impedía la expansión de Le Pen. En realidad, el Frente Nacional de Le Pen se mantuvo vivo en aquellos años y su sucesora está hoy donde está.
Si se examinan esos últimos 40 años en Europa, queda claro que la inmigración no fue un verdadero problema político hasta que los conservadores empezaron a asumir el mensaje de la extrema derecha. Algunas encuestas demuestran que las posturas más duras sobre la inmigración por parte de los partidos de centro derecha promovieron la desconfianza política entre los ciudadanos, un elemento básico como precursor del apoyo a la extrema derecha.
El foco sobre la inmigración se fue poniendo cuando era cada vez más evidente que los partidos del sistema eran incapaces de luchar contra la creciente desigualdad ni contra los brutales recortes del Estado de bienestar tras 2008. Los votantes empezaron a prestar atención a otros asuntos que presentaba la extrema derecha, que siempre habían estado ahí, pero que empezaron a alcanzar un nivel desconocido porque la derecha y la socialdemocracia clásicas comenzaron también a hablar de ellos como asuntos fundamentales para la vida de los ciudadanos. Así que, al final, la identidad y respeto a la propia cultura sustituyó al debate sobre la desigualdad y los recortes.
El problema cuando aparecieron las enormes listas de espera en el sistema sanitario público no se planteaba como consecuencia de la falta de médicos y asistentes sanitarios, sino como la excesiva presencia de inmigrantes. Lo mismo en la escuela pública, el problema pasó de ser la falta de profesores para asegurarse que era el resultado de la nueva inmigración. La extrema derecha, que no había tenido una gran capacidad de movilización, empezó a tenerla en barrios de clase trabajadora y clase media. La responsabilidad dejó de ser de los partidos conservadores clásicos para pasar a compartirla con la socialdemocracia. Dinamarca fue uno de los primeros países en los que la izquierda optó por endurecer su mensaje contra la inmigración, entrando de lleno en el debate sobre la identidad cultural y el nacionalismo, sin tener en cuenta lo mucho que a medio plazo ese mensaje podía perjudicar a la integración europea. El Reino Unido fue el primer escenario donde quedó claro que el nacionalismo, de extrema derecha, asumido en parte por los conservadores, era capaz de lograr algo tan disparatado como el Brexit.
No hay que olvidar el papel de los medios de comunicación en este desastre, ayudando a dividir la sociedad entre “gente real” y “élite corrupta”, la segunda gran bandera de la extrema derecha. Pero eso merece su propio espacio.