LSD: el viaje en bicicleta que cambió el rumbo de la historia de la cultura

El hallazgo de este alucinógeno fue una casualidad que inició un recorrido en el que intervinieron la ciencia, la CIA, la música y la medicina

Dos estudiantes, bajo los efectos del LSD en París, en 1973.Marc Charuel ( Photo12 /AFP / Contacto)

A mediados de agosto de 1951, cientos de respetables ciudadanos se volvieron locos en Pont-Saint-Esprit, una pequeña localidad situada al sur de Francia, a la orilla derecha del Ródano, ahí donde las leyendas provenzales sitúan la guarida del dragón y a cuyas aguas se lanzaron algunos de los perturbados, tirándose desde las ventanas de sus casas entre gritos malsanos y una alucinada desesperación.

El balance fue de siete personas muertas y más de 300 traumatizadas que mantuvieron secuel...

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A mediados de agosto de 1951, cientos de respetables ciudadanos se volvieron locos en Pont-Saint-Esprit, una pequeña localidad situada al sur de Francia, a la orilla derecha del Ródano, ahí donde las leyendas provenzales sitúan la guarida del dragón y a cuyas aguas se lanzaron algunos de los perturbados, tirándose desde las ventanas de sus casas entre gritos malsanos y una alucinada desesperación.

El balance fue de siete personas muertas y más de 300 traumatizadas que mantuvieron secuelas durante largo tiempo. El origen se debió a un hongo parasítico del género Claviceps denominado ergot o cornezuelo del centeno, “muy abundante en Europa y, sobre todo, en la cuenca mediterránea”, como señala Antonio Escohotado en su Historia general de las drogas (Espasa).

Una vez entra en contacto con el grano, el citado parásito elabora metabolitos denominados alcaloides ergóticos, es decir, micotoxinas que afectan habitualmente a cereales como centeno, maíz, mijo o avena, y cuya ingesta provoca alteraciones en la conciencia. Es curioso, pues el efecto se produce una vez que la sustancia ha desaparecido del sistema nervioso central, quedándose alojada en bazo, hígado y riñones, siendo el torrente sanguíneo quien la lleva y la trae alrededor del organismo.

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Pocos años antes del suceso de Pont-Saint-Esprit, el doctor Albert Hofmann dio con el LSD. La historia quiso que el descubrimiento fuese una serendipia, uno de esos hallazgos que llegan por casualidad, pues Hofmann estaba buscando un analéptico, un estimulante cardiocirculatorio y, para ello, sintetizó el ergot. Esto ocurrió el 16 de noviembre de 1938. Tras probarlo en animales, no funcionó y la muestra se quedó criando polvo en uno de los estantes.

Años después, las yemas de los dedos del doctor Hofmann tocaron la sustancia y absorbieron una pequeña dosis; lo suficiente para percibir un estado de conciencia “muy extraño que hoy podríamos llamar psicodélico”, según sus palabras. Por seguir estudiando la sustancia, tres días después, Hofmann realizó el primer experimento planeado con LSD. Fue el 19 de abril de 1943. Los detalles se han contado muchas veces; Hofmann se pasó con la dosis, sufrió un ataque de pánico y pidió a su ayudante que lo acompañase hasta casa. Hicieron la ruta en bicicleta debido a la escasez de combustible que trajo consigo la II Guerra Mundial. De igual manera que el movimiento de una puerta puede cambiar el curso del presente, aquel viaje en bicicleta cambió el rumbo de la historia de la cultura occidental. Pero vayamos por partes, o mejor, por instantes.

Porque, en un primer instante, el LSD fue una sustancia utilizada por la CIA con fines bélicos. El enlace fue el doctor Max Rinkel, quien consiguió introducir el primer suministro de LSD en Estados Unidos. Fue en 1949 y la CIA financió su adquisición desde la farmacéutica suiza Sandoz. A partir de aquí, los instantes de experimentación se sucedieron uno tras otro, llegando a la demencia. Sin ir más lejos, la intención de envenenar los depósitos de agua de Moscú con LSD durante la Guerra Fría o su utilización en los interrogatorios como suero de la verdad, fueron algunas de las posibilidades que se barajaron ante el potencial que presentaba la droga. Para ello, se hicieron experimentos con personas involuntarias, violando el código de Núremberg para la ética médica. El caso del doctor Frank Olson es un ejemplo. Olson era un científico del Ejército que fue utilizado como cobaya por la CIA en noviembre de 1953. Le metieron LSD en la bebida y no pudo soportar el viaje. Las secuelas acabaron con él de madrugada, estrellado sobre el asfalto húmedo de la noche neoyorquina. Sin previo aviso, Frank Olson se lanzó desde una de las ventanas del Statler Hilton.

Los viajes con ácido ya empezaban a formar parte de los riesgos laborales de los agentes de la CIA, así como del personal del Ejército especializado en la guerra biológica. La locura y la muerte se combinaban con la sospecha en aquellos días agitados en los que la paranoia convivía con la demencia. Nos lo cuentan los periodistas norteamericanos Martin A. Lee y Bruce Shlain en Sueños de ácido (Página Indómita), un libro de culto que constituye una profunda investigación sobre el tema; la crónica definitiva que traspasa la dimensión científica para alcanzar el campo de la historia social en una época dominada por el ácido lisérgico; un tiempo donde grupos contestatarios entraron en acción, unificando militancia y entretenimiento, dando trabajo a la CIA, cuyos agentes se infiltraron como piojos en las melenas de una juventud con ganas de cambiar el mundo.

“Queremos el mundo y lo queremos ahora”, cantaba Jim Morrison al frente de The Doors, uno de los grupos más significativos de la escena californiana y cuyo nombre está tomado del título del ensayo de Aldous Huxley (The Doors of Perception, Las puertas de la percepción) que, a su vez, tiene su origen en una cita de William Blake, el poeta visionario que en 1793 dejó escrito: “Si las puertas de la percepción se purificaran, todo se le aparecería al hombre como es, infinito”.

De esta manera, llegamos al último instante, cuando el germen de la destrucción que alberga la dinámica de la historia se adelanta al sabotaje de la CIA y Charles Manson riega de sangre el sueño ácido, a lo que se suma lo ocurrido el 6 de diciembre de 1969, mientras los Rolling Stones actuaban sobre el escenario de Altamont y un joven moría acuchillado por uno de los Ángeles del Infierno. Fue el final del sueño psicodélico cuya rubrica la pusieron los Beatles, meses después, en abril de 1970, cuando anunciaron su separación con un testamento de título significativo: Let It Be. Hay que recordar que tres años antes habían publicado su viaje lisérgico: Sgt.Pepper’s.

Con todo, la desconexión de la realidad por medio de las drogas psicoactivas siguió teniendo su predicamento. En España, Antonio Escohotado ha dedicado conferencias, capítulos de libros, incluso programas de televisión a los efectos del LSD. Porque la percepción distorsionada del tiempo y de las imágenes que contiene el espacio, así como la alteración de los sentidos, no es algo nuevo. Hoy en día, se ha vuelto a ensayar el potencial clínico de dichas propiedades alucinógenas en pacientes con depresión.

Al final, el azar viene a ser lo más parecido a una fórmula algebraica cuya interpretación determina el orden de lo imprevisto. Por eso, la casualidad y la mala o buena fortuna consiguen encontrarse al final del camino igual a dos líneas paralelas que se cruzan en el infinito. Así, las altas temperaturas convierten los lugares húmedos en ambientes propicios para que hongos filamentosos broten sobre los cereales y produzcan micotoxinas y alcaloides. El polvo rojizo resultante de moler el cereal quedará oculto en la harina maldita, por lo cual nadie relacionará su locura con la ingesta de pan negro, tal y como ocurrió en Pont-Saint-Esprit, pueblo de Francia donde sus habitantes conocieron de forma involuntaria la atracción de la muerte.


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