Andrés Gertrúdix, el actor discreto: “No tengo redes sociales. No es algo de lo que me vanaglorie, pero vivo muy a gusto”
Le ha visto en la mitad del cine independiente español reciente y en superproducciones de Bayona, Sorogoyen o Agustín Díaz Yanes, con el que repite en ‘Un fantasma en la batalla’. Pero no es una estrella porque, simplemente, no le apetece
Acumula tres décadas ante las cámaras, pero aún no ha cumplido los cincuenta años. Ha aparecido en superproducciones, en cintas premiadas, en películas de autor, en lo mejor del underground y hasta en comedias familiares, pero Google todavía no autocompleta correctamente su apellido. Andrés Gertrúdix (Madrid, 1977) es seguramente el más respetado y requerido de los actores españoles a los que el público no atosiga por la calle. “La gente que se me acerca es muy amable, normalmente son bastante cinéfilos”, explica el intérprete, que con Un fantasma en la batalla (estrenada en salas este pasado viernes, pocos días antes de su llegada a Netflix) suma un nuevo papel en una carrera consolidada que no le impide llevar “la vida de cualquier tío de mi edad con dos niños”.
En el largometraje dirigido por Agustín Díaz Yanes, que narra la historia de una agente que se interna durante años en ETA (fue ideada y rodada a la par que la taquillera La infiltrada), se pone en la piel del teniente coronel de la Guardia Civil que dirige la operación antiterrorista, donde “no hay buenos ni malos por naturaleza: la película consigue que les juzguemos por sus actos”. Un personaje viril y moralmente ambiguo que queda lejos de aquel tímido adolescente que descubrimos en La pistola de mi hermano, ópera prima de Ray Loriga como director, que también supuso la primera incursión en el cine del actor cuando apenas llevaba unos meses estudiando interpretación. “En el casting hablamos de Pavement y de Sonic Youth y congeniamos”, recuerda.
Desde aquella cinta de espíritu grunge hasta el thriller de espías con alcance global que presentó hace unos días en el Festival de San Sebastián, y que debería suponer un paso adelante en su popularidad aunque esta no le preocupe en absoluto, Andrés Gertrúdix supera los 80 créditos en una de las carreras más diversas de la industria. En ella hay desde pelotazos como El orfanato y El bola al thriller policiaco de Que dios nos perdone o la serie La novia gitana; de la comedia para toda la familia El bus de la vida al underground de culto como 10.000 noches en ninguna parte. Y mucho cine de autor, en el que podemos considerarle casi un muso, y que va de Las altas presiones a Morir, por la que fue nominado al Goya. ¿Se considera un actor de éxito? “Éxito es haber trabajado en películas que a mí me gustan como espectador”.
¿Cómo se lleva con la promoción? No es interpretar, pero es parte de nuestro trabajo, lo visibiliza y le da sentido a lo que haces. Las ganas de hacer promoción deben ir unidas a considerar que has formado parte de algo que vale la pena, y quieres que se hable de ello. Puede ser por el sentido artístico sin más, pero en el caso de Un fantasma en la batalla se suma el histórico. No es fácil hablar de lo que cuenta esta película porque nos remite a un periodo muy duro, cuyo dolor y cuyas víctimas todavía están muy recientes. Pero proyectos como este invitan al diálogo.
A ETA se la utiliza constantemente en el debate público, ¿teme que la cinta pueda caer en ese uso? Si somos serios, hay determinadas cuestiones que no se deberían tratar con intereses particulares. A ETA la derrotan las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero sobre todo una sociedad que quiere paz. Que haya una izquierda abertzale que se presenta a las elecciones sobre la base de la no violencia es un triunfo de la sociedad. A ETA se la seguirá utilizando, porque hay muchas dinámicas de populismo en la política española, pero no debería ser un arma arrojadiza. ETA es algo del pasado, marcó un momento muy duro que se superó, y debemos poner el foco en cómo se superó y en lo que eso significa en cuanto a convivencia.
Su personaje no es ningún santo. En esta historia se ha procurado que los personajes no fueran buenos o malos por naturaleza, sino que los juzguemos por sus acciones. Creo que el guion tiene algo muy bueno, que es que los personajes, aparte de cumplir su función en el género, en el noir de espías, tienen una parte humana. El foco de la película está puesto en la lucha contra ETA, en concreto en la Operación Santuario, que tenía el objetivo de descubrir sus zulos, pero no podemos obviar que hubo una parte de esa lucha que acabó juzgada y condenada, tanto legal como socialmente, porque todos entendemos que una democracia no puede combatir el terrorismo de cualquier manera.
¿Cómo valora la coincidencia con La infiltrada? Son películas complementarias sobre la misma historia, se narran desde sitios diferentes y, como ha dicho Agustín Díaz Yanes durante toda la promoción, anda que no hay películas sobre Vietnam y al final cuentan lo mismo. Dentro de lo que ocurrió hay historias muy atractivas desde el punto de vista cinematográfico, y como demostró La infiltrada, el público las demanda. Mi enhorabuena por el éxito. Lo que tengo claro es que la cultura no compite, además nunca se sabe lo que va a pasar por las películas. Mira Arrebato.
Cinéfilo antes que actor
Gertrúdix habla con apasionamiento de la obra de culto de Iván Zulueta, de la que le habló Ray Loriga mientras rodaban la primera película de ambos hace casi treinta años. Por casualidad la ponían aquellos días en la Filmoteca y la vieron juntos. “Yo debía tener 19, y se convirtió en una referencia”. A aquel visionado le siguieron muchos más: “Diría que es la peli que más veces he visto, pero ahora la superan las infantiles que veo con mis hijos”. La curiosidad cinéfila no le ha abandonado: al salir de la entrevista vuelve a la Filmoteca para ver Funeral parade of roses, un documental japonés de 1969 sobre una pionera comunidad de mujeres trans.
¿Qué relación tiene con la vocación? No parece haber sido ese típico niño que soñaba con ser una estrella. Ese niño soñaba con ser medio centro del Atlético de Madrid, pero no reunía las condiciones. Y de adolescente descubrió que le gustaba salir con sus amigos a ver conciertos. Siempre me han gustado mucho la música y la lectura, eran mis maneras de relacionarme con el mundo. Nunca me planteé ser actor, pero me fui a hacer tercero de BUP a Estados Unidos, a un pueblo de Michigan de cuatro mil habitantes, y ahí me apunté a teatro. La clase preparó una función de Hello Dolly, me presenté y me dieron un papelito. Cuando me vi en el escenario descubrí que me encantaba y que había algo que me salía natural, que era capaz de transmitir.
¿De Estados Unidos se trajo la idea de ser intérprete?Sobre todo el poder haber visto en concierto a Nirvana, a los Lemonheards, a Smashin Pumpkins… Cuando volví a España acabé el instituto, empecé periodismo y vi que no era lo mío. Ese mismo febrero me presenté en la escuela de Juan Carlos Corazza y en mayo me cogieron para La pistola de mi hermano. En las primeras pelis que hacía, iba aplicando el método según lo aprendía. No me dio tiempo a cogerle el miedo o el respeto necesario a la profesión, eso me ha venido después. Mi entrada en este mundo no es que fuera accidentada, porque ya estaba estudiando y me encantaba el cine, pero sí muy rápida.
Desde luego no da la impresión de tener la personalidad de lo que podríamos llamar el típico actor. Pues seguramente no, porque soy tímido y más de quedarme en el segundo plano que de tener el foco. No tengo redes sociales, por ejemplo. No es algo de lo que me vanaglorie, pero vivo muy a gusto. Creo que tengo una exposición mediática acorde a mi trabajo, no aspiro a tener más, la exposición personal no me interesa. Venderme me da apuro.
Quizá haya compañeros que envidien la vida lleva con una carrera tan asentada. Mi vida es absolutamente normal. Tengo dos niños, mi vida son mis hijos, mis amigos, mi familia. Este es mi trabajo, que me apasiona, y tengo grandes amigos en la profesión, pero mantengo igual a mis amigos del cole. Para mí, ser un tío como cualquier otro es básico, porque me gusta esta vida. Tengo la suerte de trabajar en lo que me gusta, y eso conlleva una cierta exposición. Celebro tener esta carrera, porque lo que valoro de verdad es haber trabajado en películas que a mí me gustan como espectador. Sé que hay compañeros que valoran mucho más esa parte pública a lo mejor tanto o más que actuar. Si es lo que quieren, me alegro por ellos. Tampoco es algo matemático, me he encontrado gente de muchísimo éxito que son personas normales y a quien con mucha menos exposición se mete de lleno en esa dinámica.
¿Por qué películas le han preguntado más personas? El orfanato está en el top, claro. La pistola… también, y Morir, porque mucha gente la ha querido ver y no es tan fácil [la cinta, dirigida por Fernando Franco, no está en plataformas]. También por 10.000 noches en ninguna parte.
A quien le gusta esa película [firmada por Ramón Salazar en 2013] le gusta mucho, es una obra con cierto culto. Fue un rodaje totalmente underground. Cuando rodamos en París éramos seis en el equipo. Ahí nos veías a Lola Dueñas y a mí corriendo por el metro, el director de fotografía grabando como podía, la alarma de seguridad sonando… Recuerdo que cortamos como pudimos la Torre Eiffel, obviamente sin permiso, uno de producción arriba de las escaleras y otro abajo, y Lola y yo subiendo y bajando sin parar, la gente flipaba. Menos mal que Lola es maravillosa, es una punki, y nos lanzamos los dos a por ello. Creíamos en lo que estábamos haciendo.
¿Es de los que prefiere no enterarse de las malas críticas? Ocurre una cosa curiosa: cuando se estrena la peli siempre te dicen que no está mal. Luego la ve más gente y ya dicen que cierta cosa muy bien pero que no han entrado en otra. Y luego con los años la gente se sincera y te dice: esta peli es insoportable. Quizás por eso no soy de venirme arriba con lo bueno ni de venirme abajo con lo malo.
Estará acostumbrado a todas las opciones, se ha hecho adulto delante de una cámara. Es curioso porque yo hasta hace nada tenía la sensación de que era el niño de los rodajes, y ahora tengo 48 años y hace 30 que empecé. Desde luego ya no soy un niño y no me he dado ni cuenta. Pero está bien envejecer, hay que darle valor. Como actor, creo que cuantos más años cumplo mi físico cuenta más de mí, y hay que abrazar eso sin ocultarlo.
Quizás el punto de inflexión es empezar a hacer de padre. No he hecho muchos, quiero hacer más. Creo que el primero fue en Purgatorio, pero la que más recuerdo es Volveréis, porque el niño que hacía de mi hijo, maravilloso, es compañero de clase de mi hija, así que tengo mucha relación con él y con su familia. Quiero hacer más padres porque la paternidad actual está mucho más comprometida con la crianza, con una idea de igualdad, al menos los padres con los que yo me relaciono y el que a mí me gustaría ser. Esa paternidad, esa masculinidad, hay que contarla en el cine.
‘Que desaste he hecho hoy’
Probablemente el de interpretar es el trabajo más romantizado que existe. Quizás parte de su encanto consista en que el espectador se crea que actores y actrices están viviendo lo que sucede en la pantalla de verdad, y que siempre están guapos, bien iluminados y preparados para lo que llegue. La realidad del oficio es mucho más ambivalente, claro. Andrés Gertrúdix la sigue disfrutando, aunque “cada día te la estás jugando”.
¿Hay momentos en los rodajes en los que duda de su elección profesional? Los disfruto mucho, aunque a veces se sufra. Incluso cuando estoy pasando mucho frío o mucho calor, miro a mi alrededor y digo: qué suerte, estoy haciendo lo que me gusta. Hay momentos muy duros más allá de las condiciones, sabes que no puedes fallar y que depende de ti que se entienda lo que un equipo enorme quiere contar. Esa responsabilidad la vas adquiriendo con el tiempo. Hay días en que te vas a casa y dices: qué desastre he hecho hoy, pero llega el montador y ni se nota. Y días en que crees que has estado sublime y luego lo que has rodado se queda fuera. Un rodaje tiene todo eso.
¿Se acostumbra uno a que le digan que no en los castings? Siempre hay más noes que síes, en cualquier carrera. Me considero un actor con mucha suerte, he conocido a compañeros mucho más talentosos que yo que por diferentes circunstancias no han tenido oportunidad de desarrollar ese talento. Te acostumbras a la incertidumbre, es inhumano vivir nervioso pensado en si aparecerá algo cuando acabes con lo que estás. Confías en que sí y sigues adelante. Y si no, ya veremos. Pero sí, este es un trabajo ingrato en muchos momentos, sobre todo por su inestabilidad.
¿Qué espera del futuro? Trabajar con más directoras, hasta ahora no son muchas. Me encantaría ser parte de esas miradas femeninas, es algo que echo de menos en mi carrera.
¿Ser actor es lo más importante que ha logrado?Lo más importante que he logrado es querer y ser querido. Y si nos ponemos menos abstractos, mis dos hijos, Estela y Mauro, que molan mogollón.