Harmony Korine: “Jordi Mollà y yo nos comunicamos durante un año con fotos de iguanas haciendo sus necesidades”
El cineasta acaba de sacar adelante ‘AGGRO DR1FT’, película experimental filmada con cámaras térmicas que provocó la espantada de parte del público en su presentación en Venecia
Harmony Korine (Bolinas, California, 50 años) ha perdido el interés en el cine tradicional. Desde su hogar en Miami, el cineasta comparte el entusiasmo por lo que percibe como una nueva energía más allá de lo que considerábamos películas. Su último proyecto, AGGRO DR1FT, de hecho, es más que una película. “No estoy seguro de poder llamarlo así. En realidad, todavía no sé qué es exactamente”, explica por videollamada.
Este artefacto visual, presentado fuera de concurso en la última edición del Festival de Ve...
Harmony Korine (Bolinas, California, 50 años) ha perdido el interés en el cine tradicional. Desde su hogar en Miami, el cineasta comparte el entusiasmo por lo que percibe como una nueva energía más allá de lo que considerábamos películas. Su último proyecto, AGGRO DR1FT, de hecho, es más que una película. “No estoy seguro de poder llamarlo así. En realidad, todavía no sé qué es exactamente”, explica por videollamada.
Este artefacto visual, presentado fuera de concurso en la última edición del Festival de Venecia, ha causado revuelo. Trata sobre un sicario en busca de venganza en un Miami apocalíptico, pero el argumento es lo de menos. Filmado con cámaras térmicas de la NASA y protagonizado por Jordi Mollà y el rapero Travis Scott, AGGRO DR1FT navega entre el mundo de los videojuegos, el anime y la imagen real-digital de las adaptaciones de Disney de sus clásicos animados. Esto, apoyado en un sofisticado trabajo de posproducción con inteligencia artificial que consigue unas imágenes abstractas poderosas. Como sumergirse en una versión psicodélica de un videojuego de la saga Grand Theft Auto.
Korine lo ve como un intento de explorar lo que va después de las películas y una respuesta a la confusión que, cree, está experimentando la industria del entretenimiento con respecto a la tecnología: “Entiendo la inteligencia artificial como una herramienta creativa, como un pincel o un color. No digo que no la haya, pero ahora mismo no veo una amenaza existencial”, dice, en referencia velada a las inquietudes que la IA ha generado en diversos sectores del arte. AGGRO DR1FT se presenta también como el primer adelanto de EDGLRD, miniestudio compuesto por desarrolladores de videojuegos, programadores, skaters, hackers y músicos. ¿Una plataforma alternativa en el capitalismo de plataformas?
“Los creativos necesitan un nuevo canal para desarrollarse instintivamente, que puedan crear contenido sin una distribución lineal. No depender de un sistema que ya no funciona ni hace feliz a nadie”, dice. Entretenimiento, economía de la atención y turbocapitalismo. Las reacciones iniciales a la propuesta han sido diversas, con parte del público saliendo espantado de la sala y otra aplaudiendo al final durante 10 minutos: para muchos, es el regreso de un visionario; para otros, hay serias dudas sobre la autenticidad de toda esta empresa.
Desde su irrupción a mediados de los noventa con el guion de Kids (1995), Harmony Korine ha desafiado los límites de las narrativas y las convenciones de eso tan amorfo a lo que se llamó cine independiente. Le interesan los marginados, los antihéroes que luchan por su espacio, por su pequeña utopía aunque sea a través de la destrucción. Gummo (1997), su debut como director, se construía a partir de ruinas: era un deslavazado montaje de viñetas inconexas que se adelantaba a la fragmentación y la velocidad con la que nos relacionamos actualmente con las imágenes gracias a internet. Su representación feísta de unos adolescentes en un pueblo rural de Nashville devastado por un huracán dio lugar a una imagen icónica que ahora sería un TikTok viral: Jacob Reynolds comiendo espaguetis en una bañera.
Gummo mezclaba con acierto los hallazgos del cine-diario de Jonas Mekas, los inadaptados de Alan Clarke, la MTV, los videos de skate y la comedia slapstick de Los tres chiflados. Una mirada tierna y nada paternalista, como de trovador contemporáneo, hacia lo grotesco de esos Estados Unidos que acariciaban el cambio de milenio. Algo tuvo que ver su novia de entonces, la actriz Chloë Sevigny, que además de actuar se ocupó del ya mítico diseño de vestuario. El impacto de Gummo le valió la admiración confesa de Godard.
Su siguiente largo, Julien-Donkey Boy (1999), ahondaba en esa atmosfera cada vez más enrarecida que se anticipaba a las texturas ásperas de mucho del videoarte y cine de vanguardia que estaba por llegar en nuevo siglo, amparándose en el polémico movimiento Dogma 95 de Lars von Trier y Thomas Vinterberg, y saltándose muchas de sus reglas. La capacidad de Korine para capturar el zeitgeist, la energía y estética del momento, iba de la mano con una actitud cada vez más autodestructiva. Alguien llegó a decir que en sus apariciones televisivas parecía Charles Chaplin bajo los efectos del ácido.
En esa época dejó inacabado uno de sus proyectos más inclasificables: Fight Harm. Consistía en ir increpando a desconocidos por la calle para iniciar una pelea mientras dos cámaras lo grababan. Las reglas eran sencillas: la persona escogida tenía que ser físicamente más grande que Korine y él debía recibir siempre el primer puñetazo. “Creo que mis películas son o comedias o de terror. O ambas cosas. Tenía en mente a W.C. Fields y ese tipo de gag en el que alguien resbala con un plátano. Quería llevar al límite el género, pero se me fue de las manos y acabé fatal. Fue una época muy oscura”.
Tocar fondo hizo que casi abandonara el cine. Pero en 2007, resucitado por sus amigos, su hermano, el cineasta Werner Herzog y la galerista francesa Agnès B., nos obsequió con la que probablemente sea su obra más incomprendida y a la vez más nítida visualmente hablando: Mister Lonely. La historia de un imitador de Michael Jackson en busca de su verdadera identidad era una luminosa narración más o menos clásica, algo inusual hasta el momento. “Casi nadie la vio. Me parece un milagro que exista. Pero, ¿sabes qué? Tiene algunas imágenes impresionantes, como las monjas en bicicletas volando por los aires. Esa escena podría ser la cosa más hermosa que haya filmado”.
Trash Humpers (2009) lo volvió a situar en ese lugar inclasificable donde Korine parece sentirse como pez en el agua. Sin planteamiento-nudo-desenlace, replicaba la sensación de encontrar un VHS en la basura donde descubres las grabaciones de tres enmascarados dedicados a deambular por un suburbio y destrozarlo todo. Retando la distribución convencional gracias al sello de música Warp Records, tuvo una edición en cinta de vídeo de segunda mano con la carátula intervenida por el propio Korine y otra más limitada a cinco unidades en celuloide de 35 mm: una trolleada en toda regla. Su fotografía rugosa precedió el fetichismo por esa textura analógica que se ha popularizado estos años, sobre todo en publicidad, mundo al que Korine no es ajeno. Sus trabajos para marcas de moda como Gucci o Proenza Schouler y sus videoclips para estrellas del pop le han mantenido a flote. “Es un formato bastante complicado. Odio la mayoría de los videos musicales. Algunos que he hecho, como el de Rihanna (Needed Me, 2016), me gustan, pero en general los detesto. Creo que es porque los cantantes quieren verse cantando la letra. Y también la imagen de la estrella, que tienes que cuidar. ¡Es aburrido!”.
Y llegó Spring Breakers (2012), antítesis del aburrimiento. La película es un insuperable resumen de la estética de los años diez. Una orgía de neones, música de Skrillex, Britney Spears, bikinis, MTV (sí, otra vez) y pasamontañas rosas, sublimando ese Magaluf que organizan los universitarios estadounidenses cada primavera en Florida. En el preestreno en Madrid acudieron junto al director las protagonistas, las superestrellas Disney Selena Gomez y Vanessa Hudgens, junto a Rachel Korine, actual mujer de Harmony, en un evento presentado por Raquel Sánchez Silva. Una experiencia casi de cine expandido. “Me costó sacar Spring Breakers adelante. Quería una narración líquida, frenética. Fue un experimento donde apliqué algunas técnicas de mis trabajos publicitarios. ¡Y funcionó! Ahora, con perspectiva, veo cuánto ha influido en la cultura popular”.
Si todo es Harmony Korine, nada es Harmony Korine. En The Beach Bum (2018), su penúltima película, una comedia musical chiflada protagonizada por un histriónico poeta y alter ego interpretado por Matthew McConaughey, se intuía que, en la década de la marca personal, Korine había decidido reconciliarse con su personaje. Si en Gummo nada más empezar los protagonistas de Gummo ahogaban a un gato en un barril, The Beach Bum nos da la bienvenida con un McConaughey abrazando y mimando un tierno gatito blanco.
Padre de dos hijos y promocionando su nueva reinvención, hoy el director parece cómodo en este 2023 donde la línea que separa al artista del creador de contenido parece cada vez más difusa. “Es muy difícil descifrar que está pasando ahora. Estamos en un momento que podríamos llamar de post-significado. Mi socio en EDGLRD, Matt Holt [director de la publicación The Paris Review], y yo discutimos mucho sobre cómo evolucionan los videojuegos, el anime y la animación, incluso la manera en que consumimos música”, dice. Describe el confuso aceleracionismo y el enloquecido consumo de imágenes de nuestra época: “Se ha superado el entretenimiento lineal al que estábamos acostumbrados. Siempre me ha interesado crear imágenes que vayan más allá de cualquier explicación, por eso es muy excitante este momento para mí, siento que por primera vez la tecnología se acerca a los sueños, que gracias a ella podemos pasar directamente de ondas cerebrales a imágenes y gráficos”.
Esa manera antilógica de entender los procesos influyó también en el modo en el que se topó con Jordi Mollà y decidió ofrecerle el papel principal de AGGRO DR1FT. “Jordi me encantó en Dos policías rebeldes II y Blow. Su apariencia, su voz, su carisma... Resultó que vivía a tres puertas de mi casa en Miami. Alguien le dio mi número de teléfono y empezó a enviarme por WhatsApp fotos de iguanas que hacían sus necesidades en mi terraza. Decidí subir a mi moto de agua y tomar fotos de las iguanas cagando también en su terraza. Durante un año tuvimos una conversación básicamente solo a través de fotografías de iguanas. Cuando al fin lo conocí en persona lo amé al instante”.
AGGRO DR1FT se sitúa en un punto intermedio, en un glitch, entre la obsolescencia del cine tal y como lo entendíamos y la duda acerca de si hay emoción en cómo los videojuegos están transformando la manera de contar historias. La voz en off imperturbable de Mollà y muchos de los diálogos se repiten constantemente, como si fueran personajes no jugables (NPC), deambulando en una atmósfera crepuscular, en parte gracias a un impresionante diseño de sonido apoyado por una banda sonora compuesta por Araabmuzik, responsable de muchos de los hallazgos de la película.
“Estamos siendo testigos del último suspiro de lo que fue y, al mismo tiempo, del nacimiento de algo nuevo a partir de sus cenizas. Crecí con el cine. Veía y hacía películas desde adolescente. Las amo. Lo que quiero decir es que tal vez hay algo novedoso en el horizonte”. En realidad, AGGRO DR1FT da la impresión de ser menos rupturista y vanguardista de lo que aspira a ser. Sus cuidadas y ultraviolentas imágenes, donde “la violencia actúa casi como una danza que se extiende a lo largo de la película”, muestran un respeto por cierta tradición dentro del cine experimental. A su manera gamberra, lisérgica y muy Generación X, AGGRO DR1FT se suma a las reflexiones sobre el cine contemporáneo que Martin Scorsese o Víctor Erice han abordado recientemente, evitando cualquier nostalgia y buscando un aliado en el inmenso flujo de imágenes digitales y en la gamificación de la realidad.
Además de recibir, el pasado agosto, el Leopardo de Honor a toda su carrera en el festival de Locarno, Korine acaba de inaugurar una exposición de pinturas al óleo para Hauser and Wirth en Los Ángeles. Están basadas en capturas de AGGRO DR1FT, una muestra que funciona como teaser de la película y en la que juega con el concepto de exposición inmersiva. “La pintura es otra forma de entretenimiento. Pintar es un proceso solitario entre el artista y el lienzo, pero al final, cuando la gente va a un museo o galería, quiere entretenimiento”. Pese al aparente cinismo que pueda desprender sus palabras, todavía hay esperanza para los cinéfilos dispuestos a dejarse sorprender: “Sigo creyendo en la poesía. Todavía seguiré en el cine. Terrence Malick ha escrito un guion precioso y quiere que lo dirija. Me encantaría hacerlo. Es uno de mis héroes”.
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