Elena de Borbón cumple 60 años: ¿qué esconde la sonrisa de la infanta a la que no dejaron reinar?
La primogénita de Juan Carlos I y doña Sofía estaba llamada a ser reina, pero un artículo de la Constitución del 78 se lo impidió por ser mujer. ¿Tímida o altiva? ¿Distante o campechana? Pocos lo saben. La hermana mayor de Felipe VI lleva seis décadas perfeccionado el arte de mantenerse en un segundo plano
Cuando el palacio de la Zarzuela anunció el compromiso de Elena de Borbón y Grecia y Jaime de Marichalar Sáenz de Tejada, el 23 de noviembre de 1994, una aristócrata poco cortesana tuvo la tentación de regalar a la futura novia una biografía de Carlos IV, el rey que aprobó la Pragmática Sanción de 1789: una ley que establecía que las mujeres solo podían reinar en España si no tenían hermanos varones. La esencia de esa norma está vigente en el artículo 57.1 de la Constitución, dando preferencia al ho...
Cuando el palacio de la Zarzuela anunció el compromiso de Elena de Borbón y Grecia y Jaime de Marichalar Sáenz de Tejada, el 23 de noviembre de 1994, una aristócrata poco cortesana tuvo la tentación de regalar a la futura novia una biografía de Carlos IV, el rey que aprobó la Pragmática Sanción de 1789: una ley que establecía que las mujeres solo podían reinar en España si no tenían hermanos varones. La esencia de esa norma está vigente en el artículo 57.1 de la Constitución, dando preferencia al hombre sobre la mujer en la sucesión del trono. “Me parecía divertido regalarle un libro sobre el antepasado que truncó su destino”, explica la díscola noble en conversación con EL PAÍS. “Pero, finalmente, mi marido me convenció de que no lo hiciera”, aclara.
A la primogénita de los reyes Juan Carlos y Sofía, que el próximo miércoles 20 de diciembre cumple 60 años, no le habría hecho gracia ese obsequio nupcial. Su entorno la define con frases como “la más Borbón de los Borbones”, “la más española”, “la más fiel a la Corona” o “la más obediente de la familia del Rey”. A su padre nunca se le pasó por la cabeza que ella fuera a reinar. El rey emérito la apartó del trono desde su nacimiento y fue el primer interesado en que se mantuviera la prevalencia del hombre sobre la mujer en la Constitución del 78. Tanto él como el conde de Barcelona habían tenido hermanas mayores y, por tanto, la modificación de ese artículo sobre la sucesión podía representar un problema para su legitimación como herederos de la dinastía. Dicen que la infanta nunca ha hecho preguntas al respecto, que nunca se ha quejado sobre su destino fallido. Al contrario, lleva seis décadas perfeccionado el arte de mantenerse en un segundo plano. Durante años ha ocupado el segundo lugar en la línea de sucesión. Hoy ostenta el tercero después de sus sobrinas, la princesa Leonor y la infanta Sofía.
Todas las fuentes consultadas repiten una y otra vez que doña Elena es “la más Borbón”. Le gustan los caballos, los toros, la vela, el campo y las buenas comidas. Se prodiga más por las corridas y los circuitos hípicos que por los teatros y museos. “No va a ir a la ópera para que todo el mundo la vea. No le hace falta eso. Le da absolutamente igual. Pero es más culta de lo que cree la gente”, señala la princesa Beatriz de Orleans a EL PAÍS. El parecido físico de la infanta con la María Luisa de Borbón-Parma que pintaba Goya es tan asombroso como la similitud entre Juan Carlos I y Carlos IV. Sus familiares y amigos aseguran que su carácter —regio y temperamental— se asemeja al del rey emérito y al de su hermana mayor, Pilar de Borbón, fallecida en 2020. “Tiene una enorme personalidad, un carácter muy fuerte. Es muy noble y directa y por eso muchas veces no encaja. Pero es muy buena persona, un encanto cuando está en confianza”, continúa Orleans, que la conoce desde que era una niña. Y añade: “Para mostrarse tal como es, tiene que saber que la gente que la ve la quiere. Es muy complicado para una persona de su nivel saber si alguien se acerca por interés o esnobismo. Por eso ella se mantiene en su dimensión”.
Cuando Elena de Borbón y Grecia entra en un sitio, su presencia se nota. En público es como una esfinge custodiando un enigma irresoluble, una Mona Lisa de sonrisa ambigua. ¿Está sonriendo? ¿O es una mera ilusión? David Rocasolano, primo de la reina Letizia, la definió como una mujer “muy tímida que carece de instinto para el trato social por haber crecido en un ambiente demasiado encorsetado”. De voz monótona y desapasionada, expresión fría, mirada siempre estática y espalda recta, algunos confunden sus gestos con altivez, indiferencia o antipatía. “No sé si será una cuestión de excesiva timidez. Es una señora que no habla prácticamente nada. Incluso, al saludar, muestra su parquedad mecánica, como si al estrechar su mano se activara un mecanismo que pusiera a rodar un disco en su interior. Un disco donde solo han grabado tres palabras: ‘Hola, ¿cómo estás?”, añadía Rocasolano en su libro Adiós, princesa.
La duquesa de Lugo está muy unida a su hermana, Cristina de Borbón, aunque son muy diferentes. “Elena era una niña muy seria”, recuerda el fotógrafo Gianni Ferrari, que la retrató en numerosas ocasiones en los años setenta y ochenta. “Cristina era la más simpática”. Hoy, es difícil saber cómo es realmente o en qué piensa. Su entorno más íntimo la protege con celo. “Te agradezco tu invitación, pero nunca he hablado de mis primas, sé que no les gustaría”, se excusa María Zurita, hija de la infanta Margarita. “Para mí, doña Elena y doña Cristina son sagradas. Prefiero no decir nada”, responde el modista Lorenzo Caprile, amigo de las infantas desde hace décadas. La hermana de Felipe VI sabe ganarse la lealtad de los suyos. “Tiene una gran cualidad de los Borbón. No ha tenido una vida fácil, pero nunca se queja. Eso es impresionante, nunca la he oído quejarse”, subraya Beatriz de Orleans.
Podría lamentarse sobre su poca suerte en el amor, pero aparentemente nunca lo ha hecho. Quienes la conocen creen que habría sido más feliz casándose con alguno de los jinetes olímpicos con los que tuvo una estrecha amistad en su juventud: Alfredo Fernández Durán, Luis Astolfi o Cayetano Martínez de Irujo. Pero ninguno de ellos quiso sacrificar su carrera deportiva y su libertad para casarse con una infanta de España. “Elena es muy buena persona, muy tenaz y muy luchadora en lo que se propone conseguir o hacer, pero la recuerdo muy infanta. Vivía en otra estratosfera. Había un decalaje muy grande”, reconoce Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la duquesa de Alba, en conversación con EL PAÍS. “Yo, que hasta los 27 años no conocí lo que era tener un vecino e iba de palacio en palacio y de finca en finca, tenía más contacto con la realidad que ella. Elena pensaba que era normal y le costaba admitir que ni ella ni su familia lo eran. Supongo que lo normal habría sido quitarse el título de infanta del todo y vivir como una persona corriente, pero eso tiene un coste muy alto”, añade el duque de Arjona.
Juan Carlos I y la reina Sofía estaban encantados con la idea de una boda entre su hija y el hijo favorito de la duquesa de Alba. A Cayetana Fitz-James Stuart también le entusiasmaba esa idea. El rey emérito llegó a bromear con doña Cayetana al decirle, en un acto público, la frase “¡Vamos a ser familia!”. Cayetano Martínez de Irujo salió despavorido de aquel contubernio. Luego, doña Elena lo intentó con el arquitecto malagueño Alfredo Santos, pero la relación tampoco cuajó. En noviembre de 1994, el palacio de la Zarzuela anunció su compromiso con el aristócrata Jaime de Marichalar. Aquel empleado de banca con aspecto de dandi y gustos afrancesados no era el jinete de sus sueños, pero al menos estaba dispuesto a formar parte de la Familia Real. “Es cariñoso y tenaz; no ha parado hasta convencerme”, admitió la novia, de 30 años, en la pedida de mano. El novio, de 31, fue incapaz de enunciar un solo atributo de su prometida: “Sus cualidades son tantas que no terminaríamos nunca”. “¿Cuándo decidieron casarse?”, les preguntaron los periodistas. “Hace mucho tiempo, pero lo hemos mantenido en secreto”, respondió él. “Lo decidimos hace un mes”, apostilló ella.
La boda, celebrada en la catedral de Sevilla el 18 de marzo de 1995, fue el primer enlace real en España en casi 90 años. Los sevillanos salieron en masa a la calle para vitorear a la pareja. Tras una luna de miel en Australia, el matrimonio vivió unos años de aparente felicidad en París, aumentada por la llegada de sus dos hijos, Felipe, nacido en 1998, y Victoria, en 2000. Jaime de Marichalar, ya convertido en duque de Lugo, introdujo a su esposa en el lujo parisino de Lacroix, Chanel y Dior, elevando a la infanta al olimpo de las mujeres más elegantes de Europa. Los problemas maritales empezaron a aflorar cuando se mudaron a Madrid, en 1998. A él le gustaba mucho la vida social y salir por la noche. Ella, el primer miembro de la Familia Real en tener un trabajo, la primera infanta en ir a la universidad, prefería madrugar para ir a trabajar. Diplomada en Profesorado de Educación General Básica, había fundado una guardería en el elitista barrio de El Viso, donde daba clases de inglés a niños de cuatro años. Borja Prado, hijo del antiguo administrador privado de su padre y amigo de la familia, era copropietario de aquella nursery para ricos.
En 2001, la prensa empezó a especular sobre la crisis matrimonial de los Lugo, pero en diciembre de ese año Marichalar sufrió una isquemia cerebral mientras hacía deporte en el gimnasio. La pareja viajó a Nueva York para que el aristócrata pudiera seguir una rehabilitación. Tuvieron que pasar otros seis años para que dieran el paso de separarse. El 13 de noviembre de 2007, la Casa Real anunció el “cese temporal de la convivencia” de los duques. Elena de Borbón abandonó el domicilio conyugal en el barrio de Salamanca (hoy vive en un lujoso piso en la zona de Niño Jesús) y desde 2008 trabaja en la Fundación Mapfre como directora de proyectos. Según publicó la revista Tiempo, su salario oscilaba entre 180.000 y 200.000 euros brutos anuales.
“Su trabajo se ha centrado principalmente en proyectos de ayuda social para mejorar las condiciones de vida de los colectivos más desfavorecidos”, explica una portavoz de Fundación Mapfre a EL PAÍS. Esta misma fuente asegura que la infanta está muy implicada en la organización de eventos solidarios y el desarrollo de actividades con personas con discapacidad intelectual y salud mental (también es presidenta de honor del Comité Paralímpico Español). Viaja de forma regular para ver los programas sociales que Mapfre desarrolla en 25 países, centrados en la erradicación de la pobreza, la educación y la nutrición de niños y jóvenes. Este año ha visitado más de 15 proyectos en Brasil y Estados Unidos.
El caso Nóos y la abdicación de Juan Carlos I en 2014 han causado una profunda fractura en el seno de los Borbones. Felipe VI recortó la Familia Real, apartando a sus hermanas de la foto oficial, y en 2015 retiró el título de duquesa de Palma a su hermana Cristina, salpicada por el escándalo de corrupción de Iñaki Urdangarin. En 2020, don Felipe quitó al rey emérito su asignación personal por sus supuestas cuentas en Suiza. Doña Elena sigue siendo fiel a su hermano, pero nunca ha dejado de mostrar su apoyo a su padre y a su hermana. La duquesa de Lugo viaja con regularidad a Abu Dabi y Suiza para verlos. Y cuando don Juan Carlos viene a España para regatear, ella es la única que se traslada a Sanxenxo, en Galicia, para visitarlo y compartir comidas y jornadas de vela. Se prevé que el emérito viaje en estos días a España para celebrar el 60º cumpleaños de su primogénita.
Felipe de Marichalar, el hijo mayor de doña Elena, vive en Abu Dabi, bajo la tutela de su abuelo. Victoria, la segunda, trabaja como influencer en Madrid, con la aprobación de su padre y las dudas de su madre. “El niño está muy bien con su abuelo. Y la niña tiene 23 años, es guapa y tiene éxito. La gente la juzga muy mal, pero cualquier chica de su edad lleva esa vida. No es nada dramático”, concluye Beatriz de Orleans. La relación entre la infanta y su exmarido es correcta, pero distante. Algunos medios también han especulado con que Elena de Borbón se lleva mal con la reina Letizia. “Nadie puede llevarse mal con Elena. Sería como llevarse mal con un árbol, o con el viento”, escribió David Rocasolano en su libro. “Nunca la he visto ni alegre ni triste. Ni irascible ni pletórica. Lo que he visto es una persona callada, educada, parsimoniosa, inalterable, ausente, ensimismada”, afirmó el primo de doña Letizia. Cualidades perfectas para alguien que quiere mantenerse en un discreto segundo lugar.