Limones de Novales, el cítrico del norte
La plantación ecológica La Flor de Limón recupera en Cantabria un cultivo centenario, que se recolecta todo el año, y produce además cítricos exóticos como lima kaffir y caviar cítrico
Los cítricos se asocian con el Levante, pero en el Norte de España también nacen esplendorosos. Limones grandes, carnosos y aromáticos, de potente acidez. Así es el producto estrella de Novales, un pueblo de Cantabria donde todas las casas tienen un limonero. En la ruta del Camino de Santiago, peregrinos y comerciantes apreciaban ya hace siglos los frutos de esta zona. De la costa cercana a Novales partían cargamentos a Inglaterra, Francia y Países Bajos y en los barcos se usaban limones para la limpieza del agua y combatir el escorbuto durante las travesías marítimas.
Ahora, un proyecto moderno de bioagricultura alimenta una tradición limonera de 500 años. La Flor de Limón, primera plantación ecológica certificada de la tierruca, lanzó el año pasado la primera cosecha y alimenta el interés nacional e internacional con catas y visitas guiadas. Y no solo producen hermosos limones (que pueden llegar a pesar medio kilo), cultivan frutas exóticas como el caviar cítrico (finger lime, originario de Australia) y la asiática lima kaffir.
“En nuestra tierra se dan tan bien los cítricos que obtenemos limones frescos durante las cuatro estaciones del año”, dicen orgullosos los tres emprendedores de La Flor de Limón, Lidia Mena, su marido, Emilio Cuesta y su hermano, Guillermo Mena. El recuerdo a la barca del abuelo pescador ha dado nombre a su proyecto de negocio rural por el que aparcaron sus profesiones (radiodiagnóstico, ingeniería y guarda forestal) para centrarse en “la agricultura regenerativa y responsable”.
Además de la fruta fresca, en La Flor del Limón hay mucho por exprimir. Su tienda física y online ofrece mermelada, limón deshidratado en rodajas y en polvo (ideales para cócteles, asados, cremas y postres) y, lo más reciente, un limoncello novaliego llamado Sincio (la palabra cántabra para el deseo y el apetito), nada empalagoso. La clave está en la pulpa y las pieles del limón de Novales: la acidez prevalece sobre el dulzor. “Para nosotros está claro que un buen limón ha de tener buena pegada, una acidez notable pero equilibrada y una cáscara con un aroma que se perciba a distancia”, aseguran los productores. En cartera, una limonada natural. Y cada vez más, sus productos están en las cocinas de restaurantes cántabros, en heladerías artesanas y ultramarinos gourmets.
El espesor de la piel, que es más gruesa que el de la mayoría de variedades, conserva los limones de Novales frescos durante más tiempo y con un sabor más intenso. “Su gran parte blanca o albedo, lo que llamamos pan de limón, creemos que tiene buenas posibilidades gastronómicas”, apunta Lidia Mena, mientras enseña la extensa huerta de La Flor de Limón, en un entorno privilegiado. Un valle protegido de los vientos por las montañas que lo rodean. “Disfrutamos de un microclima que, junto con la composición del suelo (rico debido a su pasado minero) y la cercanía del mar, genera unas condiciones ideales para que crezcan los cítricos”, explica. La tierra, muy roja, está nutrida con hierro y zinc. “Hay muchos tratamientos que no tenemos que realizar porque la tierra es excelente. Nuestros árboles están muy vitaminados”. Y efectivamente, da gusto ver los árboles. Junto a castaños, laureles, fresnos y avellanos, lucen sus hojas brillantes cientos de cítricos. En los dominios de La Flor de Limón hay plantados 450 limoneros, 20 árboles de lima kaffir (con hojas de intensa fragancia) y 50 arbustos de caviar cítrico, con pinchos y hojas que protegen los frutos, casi del tamaño de una aceituna y complicados de recoger. “A mano”, recalca Emilio Cuesta mostrando sus rasguños.
Plantar cítricos exóticos en Novales ha sido una idea atrevida, pero ha dado muy buen resultado. “Tenemos ya hileras de kiwis y queremos introducir otras especies, ejemplares de naranjos, aguacates, mano de Buda… Entre las raíces de los árboles se crean sinergias”, aseguran los productores. “Nuestra visión de cultivo ecológico ha derivado a la agricultura regenerativa. Creamos un manto y compost, de forma que el suelo esté bien cubierto y que si llueve mucho no haya escorrentías que perjudiquen los árboles. El método de siega es con zonas de hierba alta para dejar alojamiento a los insectos. Tenemos muchos: saltamontes, mariquitas que nos frenan las plagas de pulgón, hormigas que ordeñan a las mariquitas… Nos esforzamos para mantener un ecosistema sano y sostenible”. Esa es la filosofía de esta empresa familiar, integrada en la red cántabra de empresas sostenibles De Granja en Granja, de Slow Food Cantabria. “Luchamos por la IGP (Indicación Geográfica Protegida) Limón de Novales”, cuenta la productora —y también escultora en madera—, Lidia Mena, quien ha enfocado su vida en un producto enraizado en la cultura de su tierra.
“El limón de Novales ha dado identidad a nuestro pequeño pueblo desde siempre. Por eso cada vecino disfruta de él a su manera. Las recetas, remedios y usos del limón son muy variados”. En esta localidad con menos de 500 habitantes, ubicada en el municipio de Alfoz de Lloredo, próxima a la costa occidental de Cantabria, y con casonas de pasado indiano (de triunfadores emigrantes en América), abundan tanto los limones que incluso hay un monumento al cítrico frente al Ayuntamiento. Este apoya cada año la fiesta Limones Solidarios, con donaciones de cítricos locales para personas desfavorecidas.
Y la omnipresencia de los limoneros se remonta en el tiempo. Es lo que cuenta un historiador cántabro, José Ortiz Sal, en un libro de próximo lanzamiento sobre la tradición limonera de Novales.
“La producción de limones en Novales y en los pueblos de alrededor comenzó seguramente a destacar en el siglo XVI. Los limones se comercializaban en el mercado de Santillana del Mar o se vendían directamente en el pueblo. Y hay constancia documental de su antiguo uso como obsequio institucional. En 1598 los representantes del Alfoz de Lloredo decidieron regalar `seis pies de limones’ a un funcionario de la Corona por agilizar el expediente que les permitió realizar una importante obra pública para controlar la presencia de lobos en un monte de la zona”, relata Ortiz.
“La actividad limonera continuó en los siglos siguientes. El cultivo era generalizado entre los vecinos del pueblo, en el siglo XVIII había 700 limoneros en las huertas de Novales. Pero algunas familias fueron aglutinando mayor producción y fraguando de generación en generación una tradición comercial que llegó a su apogeo en el siglo XIX. Alentados por el apogeo de las exposiciones agrícolas y por las facilidades del transporte por ferrocarril, los hermanos Fernando y Eugenio Ceballos y su cuñado, Nicolás Obregón, se lanzaron a la aventura de exportar grandes cantidades de limón a tierras de Castilla y también a Bilbao y a algunos países de Europa. Antonio Correa, hombre de confianza del marqués de Comillas y administrador de la Tabacalera en Manila, fue en su juventud comercializador de limoneros de clases Novales y compaginaba esta actividad con su profesión de médico. En las exposiciones del siglo XIX los limones de Novales llamaban la atención por su gran tamaño y su calidad les permitía competir con los cítricos de las regiones más productivas del Mediterráneo español”, asegura el historiador.
“Los mercados locales de Torrelavega y Cabezón de la Sal fueron importantes en la comercialización del limón de Novales. Las renoveras, mujeres del pueblo que acudían a estos mercados primero con sus burros y luego en autobús, llevaban productos de varias huertas del pueblo”, relata Ortiz. “Fue una actividad que duró mucho tiempo y aún se practicaba en los años sesenta y setenta”. E incluso después. Lidia Mena recuerda cómo de pequeña veía a gente de su familia y vecinos, marchar con una cesta cargada con limones de su huerta y los vendían en la cercana Torrelavega. Era una opción de ingresos extras. Lo suyo es profesional: la recuperación de un floreciente pasado nada agridulce.
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