Recuperar al pasado para ganar al futuro. Es lo que pretende la segunda ola de recuperación de variedades ancestrales en peligro de extinción. Y hay tarea, porque España posee un amplio y diverso patrimonio ampelográfico autóctono, con más de 400 variedades de vid registradas, gran parte oculto, olvidado, infravalorado o casi desaparecido. Un tesoro de nuestra diversidad genética y una riqueza botánica que no solo ofrece personalidad y potencial enológico a nuestros vinos, sino que puede resultar decisivo a la hora de afrontar los efectos del cambio climático, el mayor reto que tiene actualmente la viticultura, ya que suelen ser cepas resistentes a las altas temperaturas, la sequía, las plagas y enfermedades.
Es lo que ocurre con variedades como la pirene, recuperada por la Familia Torres dentro de un ambicioso programa que incluye uvas como garró, querol, moneu y forcada, presentes en el vino Clos Ancestral. Este esfuerzo de recuperación se repite, con mayor o menor intensidad, en otras partes de la geografía vitivinícola española. Como en Galicia, con espadeiro, sousón, carabuñeira, brancellao o ferrón; en Castilla y León, con estaladiña, bruñal, y colorado rescatada por Javier Sanz en La Seca (Valladolid) entre cepas centenarias de verdejo prefiloxérico; en Rioja, con maturana tinta y turuntes; en La Mancha, con moravia y tinto fragoso; en Cataluña, además de las mencionadas de la Familia Torres, con sumoll, picapoll y mandó; en Valencia, también con la mencionada mandó y arcos; en Canarias, con bastardo, vijariego y sabro; en Aragón, con alcañón y parraleta, rescatadas por la bodega El Grillo y la Luna; en Andalucía, con romé, entre otras.
Un listado que crece, a veces sorteando las trabas de algún Consejo Regulador más proclive a facilitar la autorización de variedades foráneas que a potenciar la recuperación de las propias. En todo caso, merece la pena destacar el notable esfuerzo por rescatar y poner en valor uvas autóctonas que aportan singularidad y calidad a los vinos españoles. Como lo demuestran estos cinco tintos singulares que miran al futuro con esperanza.
Mengoba Estaladiña 2021
Grégory Pérez es un bordelés de raíces hispanas que ha encontrado su hábitat vitivinícola (y vital) en El Bierzo. De su parcela de Estaladiña en Espanillo nace este soberbio tinto fermentado con raspón y criado con sus lías en depósito de cemento donde permanece unos 10 meses. Una elaboración tradicional, puesta al día enológicamente, parte de su proyecto de pequeñas elaboraciones, con la que consigue un singular, complejo y personalísimo perfil aromático en el que armonizan las frutas silvestres con las notas florales (violeta), los balsámicos de las hierbas de campo, con un fondo de bollería y especias. En boca resalta su perfecto equilibrio, el sabor intenso, y el largo final.
· Mengoba, San Juan de Carracedo (León) · Teléfono: 649 940 800 · Web: mengoba.com · DO: No tiene · Cepas: estaladiña · Tipo: tinto crianza, 13% · Precio: 40 euros · Puntuación: 9,4/10
Pirene 2021
Es el resultado de un proyecto experimental de recuperación de variedades ancestrales que inició la Familia Torres hace casi cuatro décadas. Está elaborado con la variedad pirene, uva procedente de la finca de Sant Miquel de Tremp, en el Prepirineo catalán, a 930 metros de altura, que sobrevivió a la filoxera y que se adapta muy bien a las condiciones climáticas extremas. Parte del vino hace la maloláctica en madera, con posterior crianza de cuatro meses en barrica y fudre de segundo uso. Una oferta aromática rica en carga frutal roja madura sobre la que se desarrolla una amplia gama de notas tostadas, especias, y hierbas silvestres. Sabroso y fresco, impone en el paladar su suave textura.
· Familia Torres, Vilafranca del Penedès (Barcelona) · Teléfono: 938 177 400 · Web: torres.es · DO: No tiene · Cepas: pirene · Tipo: tinta crianza, 14% · Precio: 47 euros · Puntuación: 9,3/10
Goliardo Espadeiro 2018
Rodri Méndez, junto a Raúl Pérez, fundaron en 2005 la bodega Forjas del Salnés, con el objetivo de recuperar variedades casi extinguidas de Rías Baixas, particularmente tintas, lo que ha supuesto un gran desafío. Pero los resultados son espectaculares, como lo demuestra su Goliardo Espadeiro. El vino procede de cepas con edades comprendidas entre 45 y 180 años, plantadas cerca del mar sobre suelo arenoso con canto rodado. Fermenta en barricas abiertas, con posterior crianza de 12 meses en barricas de 225 y 500 litros. Aroma fragante a frutillos silvestres (mora, grosella), con notas balsámicas y recuerdos de tostados y especias. Sabroso y fresco, refleja la tierra, la uva y el autor.
Situada en el macizo del Garraf —tierra dura, calcárea y pobre que confiere potencia y acidez los vinos—, la bodega Can Rafols dels Caus, la creación de Carlos Esteva ha recuperado la variedad autóctona sumoll para uno de sus vinos de culto. Uva procedente de cepas viejas con más de 50 años, resistente y poco productiva, que cultiva en la viña Els Oliverons, cuyo mosto fermenta y madura en botas de castaño, donde permanece durante unos cuatro meses. Consigue así un tinto elegante, fresco, de marcada personalidad, impresionante aroma a compota de frutillos rojos, notas de retama y tenues recuerdos especiados. Boca amplia, jugoso, de vibrante textura envolvente, y final sutilmente salino.
Impresionante labor la de Valentí Roqueta, enólogo y responsable de la bodega familiar Abadal. Tras recuperar la blanca picapoll, vuelve a hacerlo con la tinta mandó a partir de unas pocas viñas muy viejas. La elaboración enológica de precisión, que incluye la crianza en barrica y en ánfora de arcilla durante 12 meses, enriquece su personalísimo perfil, dotando al vino de complejidad y textura. El resultado es un tinto de paleta aromática frutal, donde los sugerentes perfumes florares se complementan con notas de sotobosque y sus frescores balsámicos, acompañados por el elegante toque de especias y brioche. Estilizado, engañosamente liviano, deja un largo y sensual recuerdo.
Javier Sanz Cantalapiedra, un referente vitivinícola en la región, pertenece a la cuarta generación de una familia dedicada al cultivo de la vid y a la elaboración de vinos de calidad. Con la variedad bruñal procedente de los Arribes del Duero, pero adaptada al suelo y clima de los viñedos de La Seca (Valladolid), elabora un tinto fermentado y criado en barricas de roble francés y americano durante cuatro meses. En la nariz destaca por la intensidad de su fruta roja madura y las notas hierbas balsámicas silvestres en un fondo de especias leves y tostados de madera. Y en boca resulta goloso y fresco gracias a la buena acidez que prolonga el gusto, y realza su final delicadamente amargo.
Periodista, escritor, y crítico enogastronómico. Premio Nacional de Gastronomía 2002. Es crítico enológico de EL PAÍS desde finales de los ochenta. En 1989 participó en la fundación de Slow Food, donde ha sido vicepresidente internacional y presidente nacional. Es autor de libros como 'El Libro del Vino' y 'El Libro de los Aguardientes y Licores'.