La filantropía, un pilar del cambio

El capital filantrópico suele tener un rendimiento financiero bajo. Sin embargo, los beneficios sociales resultan muy altos. Asume más riesgos que los desembolsos clásicos y aporta fondos que no espera recuperar. Para estos inversores la riqueza no es un fin en sí mismo, sino un medio de transformar la sociedad, en este caso a través de las infraestructuras

Guzaliia Filimonova (GETTY IMAGES)

Es un privilegio ver dibujar a Norman Foster. Quizá el arquitecto más influyente de los últimos 50 años. Primero —es zurdo— coloca el Sol sobre la infraestructura (un puente, un museo, un aeropuerto); luego sitúa la orientación del viento; las coordenadas básicas (norte, sur, este, oeste), y, como en un juego de matrioshka, suele dibujar —con lápices Pentel— una mano que levanta la imagen para dejarla ver por dentro. Colorea al igual que un niño, colorea al igual que un genio. Norman Foster ha creado proyectos tan únicos como un puerto de drones que transporta sangre a poblados remotos de África. Son infraestructuras o formas de involucrarse en la vida desde la filantropía.

Por lo general, las infraestructuras exigen un capital inicial alto, asumir riesgo, una posible rentabilidad en años y, según el país concreto, aceptar incertidumbres regulatorias. Semeja dar la vuelta al Cabo de Hornos con un rudimentario sextante. La Escuela Kennedy de Harvard estima que el valor de los activos que gestionan 156.894 organizaciones filantrópicas de 22 países es de 1,5 billones de dólares (1,4 billones de euros), repartidos entre Estados Unidos (60%) y Europa (37%). Los bancos de desarrollo poseen de cuatro a cinco billones. A años luz, cierto, de los 150 billones de la banca comercial. “Pero que sea un nicho no le resta importancia: si se utiliza de forma estratégica y se centra en áreas esenciales, el capital filantrópico puede tener un impacto descomunal”, reflexiona David Meredith, socio de McKinsey & Company en la oficina de Londres. “Es importante utilizar estratégicamente las cantidades pequeñas de capital filantrópico disponibles”, zanja.

Las infraestructuras —se ha esbozado antes— tienen el problema clásico de ser caras, rentables a largo plazo (cuando lo son), exigen cumplir una normativa compleja y la financiación privada suele buscar apoyo público para entrar. A solas resulta casi inasumible para las compañías. Hacen falta manos para cerrar esa grieta. Únicamente en África resulta imprescindible —acorde con McKinsey & Company— invertir en infraestructuras unos 750.000 millones de dólares (685.000 millones de euros) al año. La pandemia, el shock del coste de los alimentos y la intensificación de la crisis climática aventan lejos los números.

Juan Maria Coy Vergara (GETTY IMAGES)

Productividad social

Aunque el capital filantrópico suele tener unos rendimientos financieros bajos, los sociales sí resultan muy altos. En la realidad, pueden asumir más riesgos que las inversiones clásicas. Primero aportando ese capital de arranque que la fundación no espera recuperar. Además, y esto es trascendente, cada vez trabajan más con bancos de desarrollo y agencias similares. No son un dibujo aislado. “Los emprendedores abordan la filantropía con un enfoque muy complementario al de los actores públicos, ya que pueden asumir riesgos y probar enfoques innovadores”, refrenda Pablo Torralba, responsable de banca privada de Edmond de Rothschild en España. “Para esta nueva generación de agentes del cambio, la riqueza no es un fin en sí mismo, sino un medio de transformar la sociedad”, describe. Quedan ejemplos. El fondo Bezos para la tierra; la Alianza Global de Energía para el Planeta financiada por la Fundación Ikea o la Fundación Rockefeller (el año pasado comprometió 1.000 millones de dólares para impulsar la transacción global climática y sus infraestructuras).También think tanks y organizaciones activistas (Environmental Funders Network, Philanthropy for Climate o European Philanthropy Coalition for Climate), pero hay que ser pacientes. Llevará tiempo.

Aunque en un entorno complejo y competitivo, el capital filantrópico gana su particular carrera en la financiación de las infraestructuras. Al no tener ánimo de lucro, la rentabilidad exigida, detalla Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank, es sustancialmente menor; la mayoría de los inversores, incluidos los fondos de capital riesgo en infraestructuras y, por supuesto, las firmas cotizadas, exigen retornos más rápidos de los rendimientos y plazos. Y sobre todo en las naciones emergentes los Gobiernos carecen de la capacidad financiera, humana y material para poner en marcha estas iniciativas. “Sin embargo, las ONG y entidades filantrópicas sí tienen esas posibilidades e involucran, además, a las comunidades locales”, subraya.

Ni quieren ser unicornios que solo buscan rendimiento, ni un poni de feria sostenido con subvenciones y con un valor real limitado. Este es el equilibrio entre inversión filantrópica e infraestructuras. Es hora de hallar un camino intermedio. La financiación combinada. En los últimos tres lustros —según Schroders— ha movilizado más de 200.000 millones de dólares (182.000 millones de euros) para proyectos en países en desarrollo, con una media de 85 operaciones al año y la gran mayoría dedicada a las estrategias climáticas. ¿Reconocen esas dos palabras? Significa desplazar capital privado hacia proyectos sociales y ambientales con impacto elevado que pueden pasar desapercibidos para el mercado. “Permite reunir diferentes fuentes de capital, público, filantrópico y privado, en un objetivo compartido: cambiar la trayectoria económica de un país o salvaguardar el mundo natural”, explica Christoph Courth, director de servicios filantrópicos en Pictet Wealth Management. “Lo bueno es que se puede adaptar más el factor riesgo al incorporar una fundación”, apunta Guillermo Casanovas, profesor del Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de Esade. Compañías españolas —detalla— como Gawa Capital trabajan en esta inversión de impacto y han gestionado (según su web) 204 millones de euros en comunidades de bajos ingresos.

De regreso a nuestro sector, Converge —la principal red mundial de esta clase de finanzas— confirma que se efectuaron 233 operaciones de financiación combinada (no energéticas) entre 2014 y 2023, con un volumen total de 54.000 millones de dólares (49.000 millones de euros) a partir de transacciones medias de 65 millones. “Ahí surgen áreas de transporte, telecomunicaciones, agua y saneamiento, vivienda, turismo, industria manufacturera o comercio”, detalla Schroders.

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Evolución del modelo

Ese término es una receta para las infraestructuras, un mundo distinto flota en el aire. “Creemos que ya es hora de que se produzca un cambio en el equilibrio entre los agentes de los sectores público y privado en la estructura de financiación combinada”, advierte Alessandra Nibbio Bonnet, responsable en esta materia de Schroders. Y añade: “Estamos convencidos de que el primer paso en el camino hacia una “financiación combinada 2.0 es una mixta que atraiga capital privado a gran escala”. Detrás surge un cambio cultural. Porque entran en juego las fundaciones con el fin de sostener las infraestructuras en su etapa más dura. Al comienzo. Sin embargo, defiende Nibbio Bonnet, vamos bien orientados. El 68% de los fondos de financiación combinada están manejados por gestores privados, indica la OCDE. Existen más cambios. El sextante mide con precisión la distancia hacia las estrellas. La financiación comercial —captar recursos para operaciones a crédito— creció globalmente un 140% en 2023 hasta los 4.900 millones de dólares. La estrategia combinada se puede utilizar de una manera más eficaz: las operaciones de infraestructura con financiación de este tipo atrajeron 40 centavos de capital privado por cada dólar de dinero público entre 2013 y 2023. Son los datos del informe Infraestructure Monitor 2023 del Banco Mundial.

Aunque nadie puede ponerle cifra al crecimiento de las infraestructuras y la filantropía, pervive ese deseo de que las relaciones sean más profundas. Sin embargo, allí donde las manos acarician la tierra, Ferrovial admite que no “plantean sus colaboraciones desde la óptica del capital filantrópico”, y FCC Construcción destinó (aseguran) un millón de libras de la ampliación de la autovía A465 que está desarrollando en Gales (Reino Unido) a “acciones sociales y del medio ambiente”. Es igual que cuando un tornado toca suelo: pierde fuerza. También está en la historia que la filantropía pertenece antes a la cultura anglosajona que a la española. Queda tener fe. “Hoy inversión y capital filantrópico están cada vez más alineados”, comenta Christoph Courth, de Pictet Wealth Management. Y avanza: “Más que un alivio fugaz, puede reconocer las grietas e imperfecciones en el sistema y buscar respuestas innovadoras”.

Es el momento de fijarse en el dibujo de Norman Foster y detenerse en su sol. En este relato estarían los Bancos Multilaterales de Desarrollo: el año pasado destinaron la cifra récord de 125.000 millones de dólares (114.000 millones de euros) para combatir la crisis climática en el planeta. Quizá el gran avance sea trabajar en red. Un informe publicado por la revista Energy, Sustainability and Society compara la sostenibilidad energética de Brasil y de Nigeria, las mayores economías de Latinoamérica y África, respectivamente. Desde 2019, las renovables han contribuido a un 80% del suministro energético gracias a la financiación del Banco de Desarrollo de Brasil y fondos filantrópicos públicos y privados. Y lo mismo se puede decir en Nigeria. Cae el sol sobre la cristalera de la casa de Foster en Massachusetts. Apura los rayos finales para dar color a la última infraestructura surgida de su imaginación. El sol se alza para todos.

Tomás Serebrisky: “Las emisiones de bonos sostenibles sin duda contribuyen al desarrollo”

La memoria de Tomás Serebrisky, gerente de Infraestructura y Energía del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es economía. Tiene un doctorado por la Universidad de Chicago y se licenció summa cum laude en la Universidad de San Andrés (Argentina). Tomás Serebrisky trabajó durante una década en el Banco Mundial, sin embargo, su prestigio procede de ser el coeditor de la publicación esencial del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2020: De estructuras a servicios: el camino hacia una mejor infraestructura en América Latina y el Caribe. El creador de las preguntas, la persona de las respuestas.
Pregunta. Las infraestructuras son caras y el capital privado no puede acometer en solitario el precio ni el riesgo. ¿Qué papel representan los inversores filantrópicos?
Respuesta. Estos temas son fundamentales para la agenda de infraestructuras en América Latina y el Caribe: la colaboración público-privada, la sostenibilidad y la resiliencia de nuestros activos. La región enfrenta una brecha de infraestructuras que requiere inversiones superiores a 250.000 millones de dólares [228.00 millones de euros] anuales. Ni el sector público, ni el privado, pueden asumir esta carga de manera independiente, pero juntos pueden abordar estos desafíos. América Latina y el Caribe ha sido la región en desarrollo que mayor capital privado ha atraído hacia la infraestructura pública en los últimos 30 años, con más de 760.000 millones de dólares [694.000 millones de euros] invertidos.
P. ¿Puede llenar el capital filantrópico la grieta que necesitan estas inversiones en infraestructuras?
R. Existe una gran oportunidad para alinear las enormes necesidades de inversión en infraestructura sostenible con el apetito de financiadores interesados en instrumentos sostenibles. Un ejemplo es el creciente mercado de bonos temáticos, que puede contribuir mucho al desarrollo de infraestructuras sostenibles. Actualmente, un tercio de la emisión total de bonos en América Latina y el Caribe resulta sostenible, representando ya el 5% del mercado global. Brasil, Chile y México ya están aprovechando estos recursos. Nuestro desafío es acercar estos instrumentos al sector de infraestructuras mediante proyectos bien estructurados que puedan acceder a estos fondos.
P. La financiación combinada parece que no se está utilizando mucho, o no en todas sus posibilidades. ¿Por qué? 
R. En América Latina y el Caribe, en lo que respecta a infraestructura, el acceso a mejores fuentes de financiamiento, incluidos esquemas de financiación combinada, no se limita por falta de interés de los inversores ni por la carencia de acceso a capital. El reto principal es preparar proyectos de infraestructura que representen la mejor alternativa en el uso de los recursos públicos y que, al mismo tiempo, sean atractivos para el sector privado. Resulta fundamental establecer esquemas adecuados de reparto y disminución de riesgos para fomentar el desarrollo de infraestructuras eficientes, innovadoras, sostenibles, inclusivas y resilientes.
P. ¿Cómo se puede atraer capital privado para cerrar la brecha?
R. Chile fue el primer país del continente americano en emitir bonos verdes, y entre 2019 y 2022 lanzó más de 31.000 millones de dólares. Desde el BID, apoyamos a Chile para fortalecer los componentes de sostenibilidad en sus licitaciones, situando al país como un referente junto a Brasil en el desarrollo de asociaciones público-privadas eficientes y sostenibles. Este es un ejemplo claro de qué forma la sostenibilidad puede transformarse en una oportunidad para cerrar las brechas de infraestructuras, aprovechando el creciente interés de los inversores.


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