El enredo catalán desde el oasis vasco
Los papeles del nacionalismo vasco y el catalán se han invertido: la estabilidad está hoy en Euskadi. Ortuzar: “Cataluña debe pasar página, necesita un Gobierno que gestione y en paralelo encuentre una salida al procés”
Un buen reportaje sobre el 14-F debería comenzar en Queralbs, el pueblo de veraneo de los Pujol en los Pirineos, no muy lejos de Andorra. O en los aledaños de la plaza Francesc Macià, en el Eixample barcelonés, cerca de la sede de La Vanguardia, el diario que durante un tiempo pareció patrocinar ...
Un buen reportaje sobre el 14-F debería comenzar en Queralbs, el pueblo de veraneo de los Pujol en los Pirineos, no muy lejos de Andorra. O en los aledaños de la plaza Francesc Macià, en el Eixample barcelonés, cerca de la sede de La Vanguardia, el diario que durante un tiempo pareció patrocinar el viaje de la burguesía catalana del seny a la rauxa. O Diagonal abajo, en las torres de La Caixa, que tras un largo silencio acabó haciendo algo que los anglosajones definen como votar con los pies: se marchó a Valencia. Y sin embargo este reportaje empieza cerca de las planchas de titanio del Guggenheim: en la ría de Bilbao, imagen especular del desaparecido oasis catalán. En Sabin Etxea, la histórica sede del PNV: en el austero despacho de su presidente, Andoni Ortuzar, y el hombre sin el que casi nada se mueve en el País Vasco. Desde Bilbao se mira hacia las elecciones catalanas con atento desinterés: tras el ruido del Plan Ibarretxe y el final de ETA, en la política vasca cotizan al alza el pacto y la estabilidad: la sociedad rehúye aventurerismos y ha encontrado también estabilidad económica (dentro del lío pandémico) e influencia en Madrid.
Contar Cataluña desde Euskadi no es fácil: el camino está lleno de comparaciones odiosas, de espejos deformantes o directamente rotos. Por esta pieza desfilan empresarios y sindicatos, abertzales y exdirigentes de PP y PSOE, portavoces del Ejecutivo vasco y diputados nacionalistas en Madrid, sociólogos y politólogos: una docena de fuentes concluyen que Cataluña y País Vasco son dos relojes que no dan la misma hora, y subrayan que sus papeles se han invertido. Hace 25 años José Antonio Ardanza reprochaba a Jordi Pujol un “toque altivo” cuando se refería al País Vasco; ahora los dirigentes vascos hacen todo lo posible porque ese toque altivo no aparezca, pero a veces aparece. Hace 25 años Cataluña era un remanso de estabilidad política, con una economía industrial pujante y un poderoso influjo sobre Madrid: esos son, en frasco pequeño —el PIB y la población de Euskadi son aproximadamente un tercio de Cataluña—, los aromas que desprende la política vasca en los alrededores de la ría.
“La política española no ha estado a la altura: el ‘procés’ activó un nacionalismo español que justifica las reacciones represivas e intransigentes del Estado”Andoni Ortuzar, presidente del PNV
Económicamente, Cataluña está lejos de ser el Titanic que algunos auguraban: la decadencia industrial es evidente —con Nissan como arquetipo del batacazo— y la huida de centenares de empresas ha hecho mucho daño, pero la economía catalana sigue siendo potente, aunque la covid (y sus efectos sobre sectores como el turismo, fundamental para Cataluña) ha hecho todavía más daño que el procés y la inestabilidad. Cataluña boxea últimamente por debajo de su peso y con Euskadi sucede lo contrario, en parte por el concierto económico, en parte por la estabilidad sociopolítica, que aparecerá una y otra vez en los próximos párrafos. La renta por habitante de los vascos asciende a unos 34.000 euros al año: un 10% más que la de los catalanes. El paro en Cataluña roza el 14%, casi cuatro puntos más que en Euskadi. La Administración catalana está mucho más endeudada; la gran mayoría de los indicadores socioeconómicos reflejan una anemia que va de la mano de los déficit de gestión acumulados en el último lustro y que contrasta con el horizonte despejado de la economía vasca. Eso se expresa en indicadores que van más allá de lo estrictamente económico. La gestión de la pandemia arroja resultados mediocres; Cataluña es la sexta autonomía con más fallecidos por habitante, según el exceso de mortalidad, en un país con una de las peores cifras en todo el mundo; Euskadi, por otro lado, tampoco está para tirar cohetes por ese flanco. Pero este reportaje no es una cuenta de pérdidas y ganancias: es una mirada al enredo catalán desde Euskadi: desde sus partidos, desde las instituciones y desde la sociedad civil.
Bilbao: Ortuzar, al grano
“La política española no ha estado a la altura: el procés activó un nacionalismo español que justifica las reacciones represivas e intransigentes del Estado”. Andoni Ortuzar ofrece un café, se sienta tras una mesa maciza y dispara titulares con desarmante facilidad. No se anda con rodeos. No esconde sus simpatías por el soberanismo, pero también hay leña para Barcelona: “En la gestión del procés ha primado el cortoplacismo; en Barcelona había una lucha por la hegemonía que se envolvía en banderas y símbolos, y en Madrid se usó Cataluña para convertir el Congreso en un parque temático de la confrontación política sin reparos a la hora de utilizar una justicia que no ha sido capaz de hacer la transición que sí han hecho los demás poderes del Estado. Rajoy renunció a cualquier tipo de aproximación política a ese berenjenal y en los momentos más tensos usó la fuerza o la justicia o una combinación de ambas, con un clima de opinión exaltado”. “La clase política catalana subcontrató el procés en la calle. Los líderes se pusieron detrás de la manifestación tras las Diadas de hace 10 años. Se hacía extraño ver a la burguesía en la calle, por la combinación de un sentimiento de agravio que viene del cepillado del Estatut, el Madrid ens roba y la torpeza del Estado. Pero esa preponderancia del activismo sobre la política se les fue de las manos”.
Ortuzar subraya que el nacionalismo vasco nunca abrazó la unilateralidad. “Nos pueden gustar más o menos las normas, pero las acatamos”. Y reseña otras diferencias. “La principal es ETA: con ETA matando no podíamos cegarnos con la coyuntura, como hizo Cataluña. La segunda es que el PNV nunca subcontrató en la calle la acción política. La tercera es que por tamaño nunca tuvimos la aspiración de modernizar España y por lo tanto tampoco tuvimos la frustración de los catalanes, porque los vascos esperábamos poco del Estado. Pero lo fundamental es que Euskadi sabe muy bien cómo actúa el Estado cuando se lo propone: cierra periódicos, ilegaliza partidos y usa la justicia como ariete, por no hablar de cosas peores. Los catalanes pensaron que Madrid no se iba a atrever a replicar esa respuesta: se equivocaron, y mira que les avisamos”.
“El independentismo catalán ha sido completamente irresponsable adoptando la vía unilateral sin los apoyos necesarios”Enrique Portocarrero, Círculo de Empresarios Vascos
“Después de cruzar el Rubicón de la unilateralidad, lo que vino estaba cantado”, rememora. Ortuzar se desmarca del independentismo del todo o nada, y su partido ha apoyado —con la boca pequeña— al PDeCAT. Pero el pasado reciente se ve con cierta —solo cierta— incomodidad: “Los partidos no midieron bien, quizá faltó el liderazgo y el sentido de institucionalidad que en momentos clave el PNV sí supo tener: cuando el Congreso da el portazo al Plan Ibarretxe y el Constitucional se lo carga, fuimos a elecciones; Puigdemont siguió adelante”. ¿Y el futuro? “Al día siguiente de las elecciones, Cataluña tiene que soltar lastre. Necesita un Gobierno que haga compatibles dos cosas: gestionar de una vez y encontrar vías de diálogo para encauzar el conflicto político. Buena parte de los vascos y los catalanes nos sentimos vascos y catalanes, y punto. No tengo nada contra España, pero me siento vasco: ¿Cómo podemos articular una fórmula de convivencia para los próximos 10 o 20 años a la vista de que el café para todos se cargó el pacto constitucional? ¿Cómo?”, se pregunta.
Vitoria (y Madrid)
Vitoria no se da los aires de Bilbao, pero incluso semiconfinada es una ciudad coqueta, con mucho encanto. En la sede del Gobierno vasco, el portavoz del Ejecutivo, Bingen Zupiria, hila un discurso en el que destaca dos contrastes entre Cataluña y Euskadi. “La violencia de ETA es tan evidente que no hace falta explicarla: el miedo marca la política o la no política de esos años de plomo y también la fase posterior. Cuando se disuelve ETA la sociedad vasca sigue siendo nacionalista, pero ya no tolera las aventuras”. El segundo contraste es “la forma institucionalizada de hacer política” en Euskadi, con un PNV “lleno de contrapesos, que tiene el papel que algún día jugó CiU”. El PNV hizo poco más o menos el camino contrario al de aquel partido de Pujol: “Después de Ibarretxe, el PNV pierde el poder: la sociedad vasca castiga la inestabilidad. Es un momento de crisis muy seria, también económica. Ahí Iñigo Urkullu consigue volver a pactar con los socialistas, y junto con el fin de ETA eso crea el marco de estabilidad en el que estamos. Los momentos de grave crisis requieren potentes liderazgos. La política catalana abusó de estratagemas retóricas y cedió el liderazgo a la calle: eso nunca lo hubieran permitido Ortuzar ni Urkullu. Cataluña necesita un giro, una catarsis, pero eso no es nada fácil sin calma, menos aún sin liderazgos fuertes”.
Aún en el PNV, Aitor Esteban, la voz en Madrid del partido, rechaza de plano “hacer juegos de espejos entre Cataluña y Euskadi”. Se resiste a dar consejos, pero apuesta por volver al diálogo a partir del 14-F “sin posiciones maximalistas, a sabiendas de que los dos bandos han de ceder”, e invita a “acabar cediendo sin tener miedo a las críticas”, en un mensaje teledirigido al PSOE y al independentismo. Y deja una reflexión final: “Para mí lo más sorprendente del procés fue la lectura del resultado del referéndum. El Estado aplicó el 155 y dio la sensación de que a nadie le urgía que Cataluña recuperara sus instituciones: al PNV eso le hubiera hecho moverse enseguida. Pero no estamos para dar lecciones: también metimos la pata en su día”.
El punto de vista ‘abertzale’
Jon Iñarritu es un joven diputado de EH Bildu en el Congreso. Su partido va la mano de ERC en lo que se denomina vía amplia hacia la independencia. Frente a quienes creen que el procés fue una maniobra del pospujolismo que acabó con la antigua Convergència abrazando la unilateralidad, Iñarritu pone la carga de la prueba en Madrid: “Fue el Estado quien tomó una postura unilateral ante las sucesivas propuestas de diálogo; los independentistas respondieron convocando la consulta porque tenían ese mandato desde las elecciones. La respuesta del Estado en términos represivos ha sido negativa para Cataluña, pero también perjudica la imagen de España”, zanja. El líder de Bildu, Arnaldo Otegi, ha hecho campaña en Cataluña a favor de ERC: “La batalla de Cataluña también es la nuestra”. Pero en el País Vasco las distancias son evidentes. “Euskadi está en otra fase. No hay en el País Vasco ningún proceso independentista en marcha: el PNV está en otra onda, y EH Bildu no renuncia a la independencia pero pone el acento en el eje ideológico, en las propuestas de izquierda”, según la versión de Iñarritu. ¿La solución? “Acabar con las medidas represivas, pero esa es una bola de nieve difícil de parar: es posible que los partidos independentistas hayan cedido a la presión de la calle, pero también el Estado dejó las cosas en manos de la justicia, y la justicia española está como está”.
PP y PSOE
Eduardo Madina, exdiputado del PSOE, archirrival —en su día— de Pedro Sánchez, procedente de una familia de históricos militantes socialistas vascos y víctima de un atentado de ETA en 2002, asegura que ambas comunidades “protagonizan dos caminos inversos”. “Durante décadas la sociedad vasca miraba a Cataluña como modelo de convivencia —la estabilidad e influencia del pujolismo, el empuje de Pasqual Maragall, aquellos Juegos, la bicapitalidad— mientras Euskadi era un lago de sangre y un nido de exaltados.
“Hace 10 años el PNV entendió que tensionar a la sociedad vasca le llevaba al desastre. CiU tomó el camino contrario”Borja Sémper (exdirigente del PP vasco)
Ahora sucede lo contrario: “el País Vasco ha sacado conclusiones de su pasado y vive obsesionada por conservar su estabilidad, y Cataluña ha suspendido el principio de realidad y vive los estertores de una ficción alucinógena; el nacionalismo catalán calculó mal sus fuerzas y las del Estado, pero no consigue bajarse de esa película”. Euskadi está en otro estadio: “El 30% del censo no se acuerda de ETA. El PNV ha optado por ir engullendo competencias vía Estatuto, y siempre garantizándose la financiación de esas competencias, algo que Cataluña nunca hizo: el concierto y la financiación catalana son una pieza clave en este mecano. El nacionalismo vasco está en pleno vaciamiento del Estado en Euskadi a través del Estatuto, mientras los catalanes eligen la vía revolucionaria: no han sabido ver que hay otro camino, el de los licenciados en Deusto.
“Y los llamados partidos constitucionalistas no han sabido adaptarse tras el final de ETA: ni el PP ni el PSOE tienen un programa sólido en Euskadi”, se queja. Borja Sémper, exdirigente del PP vasco, subraya que las trayectorias divergentes de CiU y el PNV explican muchas cosas: “Hace 10 años el PNV entendió que tensionar a la sociedad vasca le llevaba al desastre. CiU tomó el camino contrario y viró desde ese extraño equilibrio entre la reivindicación permanente y el pacto con el Estado hacia el camino a ninguna parte del unilateralismo. La descapitalización de los liderazgos políticos catalanes y las reacciones hiperventiladas en Madrid tampoco han ayudado”.
El socialista Ramón Jáuregui, que fue ministro en Madrid y vicelehendakari en Euskadi, admite desde San Sebastián un “pesimismo recalcitrante” sobre Cataluña. “No me entra en la cabeza cómo los catalanes decidieron abandonar el oasis para adentrarse en una incierta travesía del desierto. Y no acierto a ver una salida en una sociedad fracturada al 50%, con los activistas marcando el ritmo a los partidos y la tensión brutal que persiste en gran parte por los presos”. “En el País Vasco, el final de ETA, con esa victoria tan democrática sobre el terrorismo, el viraje del PNV y el anhelo de estabilidad en la sociedad hicieron posible un viraje; hasta el mundo abertzale se alistó a eso. Pero en Cataluña no se dan las condiciones, está todo patas arriba; falta sosiego”, según ese brillante análisis.
Sindicatos y empresarios
Unai Sordo, vizcaíno, líder de CC OO y buen conocedor de la sociopolítica vasca, subraya que el separatismo catalán “se adentró en un momento populista hasta que la jugada se les fue de las manos; el PNV se alejó de esa vía cuando vislumbró que algún sindicato tenía esa tentación”. “El nacionalismo vasco es mil veces más pragmático”, remata. Pero quizá el grupo que con más atención mira hacia Barcelona en este momento es el empresariado. “Es muy preocupante que el 19% de la economía española lleve años en combustión”, arranca Enrique Portocarrero, director del Círculo de Empresarios Vascos. “El independentismo catalán ha sido completamente irresponsable adoptando la vía unilateral sin los apoyos necesarios. A medio plazo es inevitable que el movimiento social que lo ha sostenido se desinfle. Pero deberíamos contribuir todos para que ese medio plazo sea lo más corto posible: Cataluña necesita un Gobierno que gobierne”.
Politología
Braulio Gómez, director del Deustobarómetro, apunta que los perfiles sociológicos de ambas sociedades son muy distintos. “El independentismo se ha adormecido en Euskadi. El 70% del voto es para partidos nacionalistas y la gente quiere más autogobierno, pero la sociedad rehúye todo lo que suene a lío: ni siquiera los más cafeteros sueñan con una independencia en el corto o incluso el medio plazo; en Cataluña el soberanismo cosecha menos apoyos, alrededor del 50%, y sin embargo hay más gente que quiere la independencia, y la quiere cuanto antes”. Las encuestas, además, demuestran que Cataluña “no interesa a los vascos”. “Ni ahora, con las elecciones, ni en la fase más tensa la ciudadanía vasca creyó que el procés fuera a llegar a ninguna parte”. ¿Y Madrid? “Al PNV le vino estupendamente la moción de censura contra Rajoy: ha apoyado al PSOE a cambio de competencias, ha ganado influencia y ha generado una narrativa que funciona, porque de esa manera contiene al bloque de la ultraderecha: el apoyo no tiene costes en casa, como le sucedía en su día a CiU”. La politóloga Cristina Ruiz Bujedo añade que “la sensibilidad romántica del nacionalismo vasco se esfumó por el terrorismo, pero aún tiene fuerza en Cataluña. Eso sí, la fatiga empieza a ser evidente, más aún con la pandemia. El deseo de independencia pierde fuelle en favor de demandas más mundanas: la gente quiere mejor gestión”.
Coda: Chaves Nogales y Josep Pla
“El separatismo es una rara substancia que se usa en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en Cataluña como aglutinante de los conservadores”, escribía hace 85 años Manuel Chaves Nogales en ¿Qué pasa en Cataluña?. “Entre una manifestación y otra alguien debería gobernar”, añadía en un texto que sigue fresco como una lechuga. La eterna pregunta se la hizo Josep Pla hace mucho, mucho tiempo: “Tot això qui ho paga? [¿Todo esto quién lo paga?]”. Al final de la charla con este diario en Sabin Etxea, Andoni Ortuzar deja, a su manera, una cuestión similar en el aire: “La ciudadanía vasca quiere más autogobierno porque cree que se está gestionando bien. Cataluña lleva años centrada más en el procés que en la gestión. En plena pandemia eso es difícil de defender”.