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Paul Preston: “Franco no ganó por brillantez militar. Quería exterminar al pueblo republicano”

Autor de la biografía canónica del dictador, el historiador británico lleva más de medio siglo inmerso en el estudio de la Guerra Civil, la dictadura y la Transición

Paul Preston (Liverpool, 79 años) admite que cada vez le gusta menos hablar de un personaje como Franco, al que después de dedicarle tantos años de estudio es incapaz de encontrar algún ángulo atractivo. Pero el historiador, una de las personas con mayor conocimiento de la España previa a la Guerra Civil, de esa contienda y de las décadas que siguieron a ella, acepta a regañadientes que su voz es imprescindible para entender esa época.

Autor de tres biografías ...

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Paul Preston (Liverpool, 79 años) admite que cada vez le gusta menos hablar de un personaje como Franco, al que después de dedicarle tantos años de estudio es incapaz de encontrar algún ángulo atractivo. Pero el historiador, una de las personas con mayor conocimiento de la España previa a la Guerra Civil, de esa contienda y de las décadas que siguieron a ella, acepta a regañadientes que su voz es imprescindible para entender esa época.

Autor de tres biografías magistrales, Franco: Caudillo de España; Juan Carlos: el Rey de un Pueblo; y El Zorro Rojo. La vida de Santiago Carrillo, ha trabajado en constantes actualizaciones sobre la primera, a medida que la historiografía iba iluminando sombras del dictador. Preston cree que queda poco por contar sobre su figura, pero que sigue siendo necesario combatir los mitos en torno a ella.

Pregunta. ¿Ha variado la percepción de la figura de Franco, dentro y fuera de España?

Respuesta. Desde luego, en el mundo anglosajón, al menos antes de la publicación de mi biografía, gozaba todavía de buena prensa. Aquí había un establishment político anticomunista que siempre tuvo mucha simpatía por Franco. Durante mucho tiempo se ha hablado de hasta qué punto Franco triunfó por la ayuda de Hitler y Mussolini. Y de eso no hay ninguna duda. Pero no se ha contado lo suficiente la ayuda que tuvo de la política británica. El objetivo de la famosa “política de no intervención” era neutralizar a la República y ayudar así al golpe militar de Franco.

P. Han sido entonces 50 años de demolición de mitos consolidados en torno al personaje.

R. La gente que quiso estudiar conmigo era ya de izquierdas y antifranquista. Entre todos colaboramos a que se pudiesen conocer todas las cosas malignas que hacía Franco. Pero está claro que había todo un legado tóxico sobre el personaje contra el que hubo que hacer un esfuerzo.

P. Empezando por la leyenda del militar y estratega brillante…

R. Ese es un claro ejemplo. Él quiso ganar una guerra civil, pero no la ganó por brillantez militar. Su objetivo, como dijo en entrevistas, fue conquistar España centímetro por centímetro. Lo que quería era exterminar al pueblo republicano, y eso supuso la eliminación de una cantidad de conciudadanos que fue de una crueldad masiva.

Si le comparas con grandes figuras de la época como Rommel o Montgomery, no está a la altura. La educación en las academias militares estaba 50 años por detrás del resto de Europa, porque España no había participado en las grandes guerras. Fue una suerte para el país, sí, pero eso hizo que los militares tuvieran una mentalidad de guerra colonial. Eso hizo Franco: tratar a la población del sur de la misma forma en que había tratado a los marroquíes cuando estaba en África. Con crueldad.

P. Ha reconocido usted, a lo largo de años de revisión de la biografía de Franco, que no supo dimensionar en un principio el grado de corrupción tanto de él como del régimen.

R. Exactamente, el régimen que crea es un régimen de pillaje. Existía el mito, que yo también me creí cuando comencé a estudiar su figura, en los años setenta y ochenta del siglo pasado, de que Franco era un hombre por encima de la avaricia. Más tarde, en ediciones más actualizadas de mi biografía, o en mi libro Un pueblo traicionado, ya hablo claramente de la corrupción y del enriquecimiento de Franco y de su familia, que es alucinante. Y no es que esto sea mérito mío, ya escribió un libro entero sobre este asunto Ángel Viñas.

P. Muchos de los mitos en torno a Franco, que perduran en segmentos de la población y hasta reviven, responden a una máquina de propaganda eficaz.

R. Creo que no se ha reconocido lo suficiente, y quizá esto sea obsesión mía, el gran lavado de cerebro que puso en marcha en todo el país a partir de 1939. Todo esto de las fake news no es un invento de Donald Trump, es algo que han hecho muchos regímenes. Pero con Franco fue a gran escala. Contaba con el control de los medios de comunicación. Dominaba el sistema de educación a través de la Iglesia. Tuvo casi 38 años para crear la imagen de salvador de España, del centinela que nunca duerme, siempre mirando por la seguridad de todos los españoles. Todo eso es mentira, por supuesto.

P. ¿Fue obra suya? ¿Tenía esa capacidad estratégica e intelectual?

R. Era mediocre intelectualmente, pero tenía alrededor suyo todo un aparato. Contó al principio con un grupo de falangistas que ayudaron mucho en la construcción del nuevo régimen. Se ayudó luego bastante de intelectuales como Dionisio Ridruejo o Fermín Yzurdiaga, ninguno de ellos de mi devoción, pero gente muy inteligente. Y luego hay que reconocer algo que me cuesta mucho decir, pero es cierto: hay que reconocer que Franco tenía una astucia alucinante. Una gran contribución en la ruina de Mussolini fue el propio Franco, que logró convencer al italiano de que la grandeza del fascismo que tanto proclamaba debía demostrarse ayudando a que los rebeldes ganaran la Guerra Civil. A mí no me gusta hacer especulaciones, pero sí que creo que es muy probable que si todo el material de guerra italiano que usó y dejó en España lo hubiera usado en el norte de África, la derrota de los italianos a manos de los británicos no habría sido tan fácil.

P. Y sin embargo, usted no se siente cómodo a la hora de definir a Franco como fascista, un adjetivo que se ha incorporado de modo casi perenne a la dialéctica política.

R. El uso de la palabra fascista es un problema para mí. Si me preguntas qué es un fascista te diría que la demostración más clara es el Partito Nazionale Fascista de Mussolini. Todo lo demás, es diferente. El problema del vocablo es que se utiliza como un insulto. Hoy decimos que Trump es un fascista. Pero claro, yo soy un catedrático de universidad. Cuando yo estaba en la Queen Mary University of London daba un curso sobre la naturaleza del fascismo, y siempre preguntaba hasta qué punto el nazismo es fascismo, porque el problema es que se trata de algo muchísimo peor. Y el franquismo, en muchos aspectos, también fue peor.

Además, el fascismo tenía una retórica de acabar con todo lo viejo, algo que no tenía Franco, que apoyaba el latifundismo y la aristocracia. Su parte sangrienta, que muchos asocian al fascismo, viene en su caso de ser un militar colonialista, un africanista. Sin África no me entiendo a mí mismo, decía. Igual que los militares belgas o británicos de la época. Por eso me incomoda utilizar con Franco la palabra fascista.

P. Hay una percepción, entre simpatizantes de aquel régimen y hasta en personas con buena fe, de que todo lo que hizo Franco no fue comparable, en dimensión, a una figura como Hitler.

R. Una de las cosas que distingue a Hitler de Franco, por ejemplo, es la escala de sus operaciones. El porcentaje de conciudadanos alemanes (y sé que se trata de un tema delicado), me refiero al número de alemanes no judíos que el nazismo mató, fue porcentualmente menor que el de ciudadanos españoles que mató el franquismo, tanto durante la guerra como en el régimen posterior. En su famosa entrevista con el periodista estadounidense Jay Allen, pocos días después de que comenzara la sublevación, Franco le dijo: “Salvaré a España del marxismo a cualquier precio... Pronto, muy pronto, mis tropas habrán pacificado el país y enseguida todo esto parecerá solo un mal sueño”. Y cuando Allen replicó: “¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?“, un Franco sonriente le respondió: ”He dicho a cualquier precio".

Es muy difícil ver sangre directa en las manos de Franco. Siempre hay instrumentos que lo hacen por él. Su responsabilidad en el bombardeo de Guernica es muchísima, pero resulta imposible encontrar una orden directa que parta de él. Los detalles de esa atrocidad masiva los compuso [Wolfram] von Richtofen [el jefe de la Legión Cóndor alemana].

P. A la hora de enjuiciar el franquismo, sus defensores se acogen a una segunda fase del régimen, que consideran más autoritaria que dictatorial, en la que el país creció.

R. Eso es correcto desde un punto de vista objetivo, porque evidentemente hay un desarrollo cronológico del franquismo. No es lo mismo su funcionamiento durante la II Guerra Mundial que inmediatamente después. En esa primera fase, cuando los ojos del mundo están pendientes de otras cosas, se producen atrocidades en España, una represión espantosa, los campos de concentración. Fue una época horrible.

A partir de 1945, sin embargo, Franco tiene que cambiar su imagen para su propia supervivencia, y ahí el equipo que le rodea demuestra ser genial. Se cambia a todos los ministros, la Falange, que antes era abiertamente fascista con la FET y de las JONS [Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista], se convierte en el Movimiento, algo burócrata que pasa a chupar del Estado. Se va modificando a los ojos de otros países. Con matices, por supuesto, porque hay conservadores británicos, franceses o americanos que piensan que Franco es una maravilla, pero hay otros elementos, como un Gobierno laborista en el Reino Unido que lo aborrece. Pero que también son pragmáticos.

P. Y luego está la circunstancia providencial, para Franco, se entiende, de la importancia que se atribuye a España en la Guerra Fría.

R. Todos los militares en Occidente piensan en España como un portaviones con acceso al Atlántico y al Mediterráneo. Y creen que, en el caso de una invasión soviética, el único sitio donde podría pararse sería en los Pirineos. Esa idea le permite a Franco seguir sobreviviendo, pero para eso también le toca contribuir algo. Por eso se crea, con la Ley de Sucesión, la imagen de que España en realidad no es un régimen fascista sino una monarquía. Aunque si uno lee los detalles se trate de algo irrisorio, como cuando detalla los motivos por los que Franco tiene derecho a nombrar a su propio sucesor de sangre real. El genio detrás de todo eso es Carrero Blanco, que le convence de que él es más que un rey, porque ha creado un reino.

Con el Pacto de Madrid, a los estadounidenses les interesa rearmar a España como parte de su estrategia de defensa contra una supuesta beligerancia soviética. Y ahí es donde empieza a entrar el dinero, sobre todo desde Estados Unidos.

Hacia finales de los años cincuenta, principios de los sesenta, llega un momento en que hace falta cambiar, porque la economía necesita gente mejor formada. Yo no tengo problemas con los que dicen que el franquismo de los años cuarenta no es el mismo que el de los cincuenta o el de los sesenta. Claro que no, tiene que evolucionar.

P. ¿Hay alguna revisión en la historiografía actual que sea más magnánima con Franco?

R. La mayoría de los trabajos que me llegan, bien porque me los envían, bien porque yo mismo los adquiero, son bastante críticos. Las grandes biografías, y las obras más detalladas, son en general muy críticas con la figura de Franco. Otra cosa es la desconexión que puede haber entre la materia de estudio, y las cosas que luego la gente está dispuesta a tragarse. Es lo mismo que ha ocurrido aquí en el Reino Unido, con personajes como Nigel Farage o Boris Johnson, que no han dejado de fabricar mentiras. Yo apuntaría a defectos en los sistemas de educación. Y las redes sociales, que han dado autenticidad y legitimidad a cualquier tontería.

Hace poco comía con un gran amigo que, hasta cierto punto, es el Paul Preston de Italia. Un inglés radicado en ese país cuya opinión es muy cotizada allí. Se lamentaba de lo mismo, de cómo era posible que Georgia Meloni dijera ciertas cosas y la gente no la cuestionara. Y nuestra conclusión era la misma: las redes sociales y su impacto tan inmediato.

P. Ahora que hay una ultraderecha nostálgica de Franco que proclama su apoyo a Israel, es bueno preguntarse por el antisemitismo del dictador.

R. Por supuesto que era antisemita, pero aquí de nuevo fue un experto en manipular la imagen. Hizo un esfuerzo por dar la impresión de que el coraje de una serie de cónsules españoles en Europa del este que sí habían salvado judíos, en Hungría, Rumania o en Bulgaria, era en realidad mérito suyo, se lo atribuyó. Pero luego uno lee los artículos que escribía en el diario Arriba, bajo el seudónimo de Jakin Boor, y son de un antisemitismo enloquecido, casi son nazis.

En parte es fruto de la educación católica de su época, pero tampoco se le ha dado la importancia debida a la Entente Internacional Anticomunista, fundada en Ginebra. Primo de Rivera regaló a Franco, a Mola y a un grupo reducido de generales una suscripción a la revista de esta organización. Y constantemente les remitía informes que hablaban de la maldad judía. España es uno de los pocos países donde todavía se puede comprar el Protocolo de los Sabios de Sion [un alegato antisemita falso creado en la Rusia Zarista]. Yo recuerdo puestos, en la Feria del Libro de Madrid, vinculados a la Falange, donde se podía encontrar ese libro. Y en ediciones que parecían modernas.

P. ¿Nos han contado a los españoles todos los detalles de la relación entre Franco y Juan Carlos I?

R. Eso es muy curioso, cuando dices eso de “nos han contado”. ¿De quién hablas? ¿Quién puede contarlo, si no es el propio Juan Carlos I? Yo ya había leído mucho de ese tema porque hice la biografía de ambos. Al principio de todo, cuando era un niño, Juan Carlos era un rehén. Se notaba porque hablaba de muchas personas, ya de adolescente, como de un segundo padre. Había tenido, según él, un montón de segundos padres. Porque su propio padre le había abandonado, al utilizarlo como un peón en el gran juego del ajedrez para salvar la monarquía.

Pero también se ve que Franco, que nunca tuvo un hijo, empezó a tomarle cierto cariño, a pesar de que nunca dejó de marear a la familia de los Borbones. Hay un momento, bastante antes del año 1969, en que ya confiaba a Carrero Blanco que Juan Carlos iba a ser su sucesor. El ministro secretario general del Movimiento, José Utrera Molina, intentó convencer a Franco de que no se fiara de él, pero el dictador no le hizo caso. Creía realmente que todo estaba atado y bien atado.

P. ¿Era franquista el rey Juan Carlos?

R. Algo que se ha dicho muchísimo es que Juan Carlos nunca permitía que nadie hablara mal de Franco en su presencia. En la primera versión de la biografía que hice de él no quise entrevistarle, porque sabía que podía influirme, con la simpatía arrolladora que tenía.

Cuando salió el libro, lo leyó, le gustó, y me invitó a comer. Fue casi un día entero, y resultó fantástico. Me hablaba de Franco, no de un modo crítico, pero sí con humor. Es decir, no fue un franquista convencido. ¿Era demócrata? No lo sé, pero sí era muy consciente de que si no ayudaba a crear un régimen democrático en España, la Monarquía no iba a sobrevivir. No tenía opción. Pero a Franco le trató siempre con gran respeto. Incluso después de su muerte, trató a su mujer y a su hija con gran respeto.

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