La derecha española no le tose a Trump

Las voces conservadoras contra el proyecto del líder republicano son una minoría menguante en España. “El mundo liberal es un desierto”, afirma el politólogo Oriol Bartomeus

Elon Musk celebra la investidura de Donald Trump con un gesto hacia la multitud que ha sido interpretado por muchos como un saludo nazi o fascista, durante un acto en Washington.Foto: CONTACTO vía Europa Press (CONTACTO vía Europa Press) | Vídeo: EPV

Juan Carlos Girauta se considera a sí mismo un “liberal”. Más concretamente, un “liberal clásico”. Y estos días, pese a los que alertan del riesgo que supone Donald Trump para la democracia liberal, está eufórico. Exdiputado de Ciudadanos, hoy europarlamentario de Vox, su cuenta en la red social X es un frenesí de mensajes de apoyo a Trump y Elon Musk: ahora se mofa de qu...

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Juan Carlos Girauta se considera a sí mismo un “liberal”. Más concretamente, un “liberal clásico”. Y estos días, pese a los que alertan del riesgo que supone Donald Trump para la democracia liberal, está eufórico. Exdiputado de Ciudadanos, hoy europarlamentario de Vox, su cuenta en la red social X es un frenesí de mensajes de apoyo a Trump y Elon Musk: ahora se mofa de quienes dicen que Musk hizo un saludo nazi, antes llama “tiranuelo” al canciller alemán Olaf Scholz —enfrentado al dueño de Tesla— y siempre elogia al nuevo presidente de EE UU, del que celebra su triunfo sobre el “progrerío” y el “wokerío.

Este respaldo férreo a Trump está lejos de ser una excepción en la derecha española. Para oír muestras de apoyo, basta con poner la oreja. Para ver rechazo, hay que rebuscar. “En toda Europa la familia liberal-conservadora ha asumido que el orden nacido en 1945 ha caído, pero carece de proyecto de nuevo orden, o no se atreve a defenderlo, obnubilado por el nacionalismo antiinmigración y su promesa de recuperación de la grandeza perdida, con Trump como máxima expresión. En España el problema se agrava por causas históricas: casi no hay anclaje liberal y sí rémoras posfranquistas. Mira el caso de Ciudadanos, que quiso ser liberal y acabó en nacionalista español. Apenas queda nada en la estela de [el abogado liberal Antonio] Garrigues”, expone Carlos Rodríguez López-Brea, profesor de Historia de la Universidad Carlos III especializado en democracia cristiana. “Así que la derecha, incluida la que se dice liberal, ni siquiera ve contradicción en apoyar a Trump. Y si la ve, se calla”, añade.

Abundan los que defienden sin ambages al dúo Trump-Musk. Ahí entran Vox, su fundación Disenso y su órgano de propaganda, La Gaceta. También Alvise Pérez (Se Acabo la Fiesta), que presume de que Trump toma medidas que él defiende —como salir de la OMS― y afirma, en respuesta escrita a EL PAÍS, que respalda su “lucha contra el movimiento woke, aunque añade que se le opondrá si sus medidas perjudican a España. La nómina española de trumpistas es variopionta: agitadores como Javier Negre, Vito Quiles y Wall Street Wolverine —creador de contenido viral pro Trump—; conspiranoicos como Rafael Palacios —que no se traga que sea casual que el regreso de Trump coincida con la muerte del icono del movimiento por el derecho al aborto Cecile Richards—; economistas por el Estado mínimo como Daniel Lacalle; organizaciones católicas como Hazte Oír y NEOS —liderada por Jaime Mayor Oreja—; y grupos dedicados a la “batalla cultural”, como Pie en Pared, cuyos referentes son el citado Girauta, el también exdiputado de Ciudadanos Marcos de Quinto y Esperanza Aguirre, antigua líder del PP en Madrid. “Trump es un motivo de esperanza”, titula Aguirre un artículo en The Objective.

El partido de Aguirre, el PP, ha fijado como posición oficial una acogida a Trump que enfatiza la necesidad de cooperación EE UU-España, sin recrearse en halagos, pero sin criticarlo. El equilibrio previsible en un partido que se considera de Estado, pero que sabe que el hombre de Trump en España es Santiago Abascal. Tras la amenaza de Trump de poner “aranceles del 100%” a los productos españoles, Isabel Díaz Ayuso cargó contra el Gobierno español, al que acusó de no esmerarse en sintonizar con la Administración de EE UU, discurso adoptado ya por todo el PP que evita cualquier cuestionamiento a la Casa Blanca. Figuras alguna vez críticas con Trump, como Esteban González Pons o Cayetana Álvarez de Toledo, eluden ahora mostrar oposición. También FAES, la fundación de José María Aznar, que tras la victoria de Trump emitió una dura nota contra su “populismo”, ha bajado ahora el perfil.

José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo, en el campus de FAES del año pasado.Marta Fernández Jara (Europa Press)

Entonces, ¿quién le tose a Trump fuera de la izquierda? Pocos abiertamente, y siempre con matices. En el PP, el exministro de Exteriores José Manuel García-Margallo, alejado de la primera línea, lo ve un riesgo para la democracia liberal. El Instituto Juan de Mariana, que defiende el recetario económico de Javier Milei, recela de los anunciados aranceles, aunque en suma ve “más claros que oscuros”, explica por escrito su director, Manuel Llamas. Desde parecida visión el economista ultraliberal Juan Ramón Rallo advierte a sus cientos de miles de seguidores contra los aranceles, lo mismo que hace —dentro de un discurso general de admiración por Trump— la exdiputada de Vox en el Congreso Macarena Olona. El listado no es exhaustivo, como tampoco lo era el de los favorables a Trump, pero evidencia que, en conjunto, el anti-trumpismo declarado es minoritario, si no marginal.

Los porqués de la falta de respuesta

Lluís Orriols, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III, detecta una “falta de respuesta ideológica” a la extrema derecha. “La batalla cultural en torno a cualquier cosa, el nuevo debate centrado en inmigración y feminismo, ha desorientado a todos, no solo a la derecha tradicional. Los progresistas se oponen, pero sin acertar con la respuesta, que se limita a dar la alarma. Los liberales, siempre escasos en España, y los conservadores, incapaces de un rearme ideológico, se debaten entre el perfil bajo y la imitación a la ultraderecha”, explica el autor de Democracia de trincheras (Península, 2023), que destaca como excepción al think tank liberal Instituto Ostrom.

La derecha tradicional europea está en retroceso. Donde aspira a ganar es evitando la confrontación [con los ultras], esperando a que le toque gobernar sin más, por ser la mejor situada. Este es el caso de [Alberto Núñez] Feijóo, cuya alternativa se basa en un antisanchismo vacío. ¿Y qué hay más opuesto a Sánchez que Trump? Es probable que a [Borja] Sémper le desagrade Trump, pero expresarlo rompería el discurso del partido. Por eso, o se callan o toman partido por Trump, como hace Ayuso”, explica Rodríguez López-Brea, que añade: “Cualquier contradicción u objeción por apoyar a un líder autoritario se diluye porque manda la confrontación. Y Trump es pura confrontación”.

Coincide Carmen Lumbierres, profesora de Ciencias Políticas de la UNED: “En una sociedad polarizada, el liberalismo centrista pierde su espacio. Quedan los conservadores, que intentan sobrevivir acercándose a la ultraderecha, en parte porque la izquierda los empuja al levantar barreras insalvables”. El PP, desarrolla Lumbierres, está atrapado entre su “imposibilidad” de pactar con el PSOE y su constatación de que las “fuerzas autoritarias se presentan como la opción de futuro para gestionar un mundo en rápida transformación”. “Así las cosas, los alicientes para hacer causa de la defensa del Estado de derecho y del bienestar y marcar diferencias con Trump son mínimos”, añade.

Rodríguez López-Brea señala dos factores que desincentivan a que el PP se esmere en diferenciarse. El primero es que “no hay presión de la sociedad civil”, dice. Así lo ve también Oriol Bartomeus, director del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Nadie se atreve a levantar la voz. El mundo liberal es un desierto, pero el problema no se queda ahí. Antes del auge ultra, el PSOE y el PP se convencieron de que vivíamos en una era post-ideológica en la que solo importaba la compol [comunicación política]. Ahora llega la internacional reaccionaria con un mensaje contundente y nadie tiene asidero al que agarrarse”, señala Bartomeus.

El segundo factor que cita Rodríguez López-Brea es que las bases conservadoras podrían no ser tan permeables como se suele dar por hecho al discurso sobre la democracia en riesgo que suele emplearse contra Trump. Con datos del CIS de 2024, más de la mitad de los votantes del PP (59,2%) y Vox (53,9%) cree que el Estado debe garantizar “la seguridad y el orden” incluso limitando “derechos y libertades”, porcentajes superiores a los de los votantes del PSOE (42,7%) y Sumar (27,5%), si bien los resultados podrían estar marcados por la reciente experiencia del covid.

Ante la pregunta por la disposición a vivir en un país “poco democrático” si da “mejor calidad de vida”, el promedio de los porcentajes de votantes a favor en el PP (25,9%) y Vox (44%) alcanza casi el 35%, frente a un 11,7% en la izquierda. Un tercer dato del CIS de 2024: la media de los porcentajes de votantes del PP (84,2%) y Vox (73,5%) que creen que la democracia es preferible “siempre” se queda en un 78,8%, 11,2 puntos por debajo del 90% en el campo progresista, datos que concuerdan con los de 2021 incluidos por Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pompeu Fabra, en su ensayo De votantes a hooligans (Catarata, 2023).

El precio de la imitación

Orriols cree que a medio y largo plazo dar satisfacción a las peores pulsiones del electorado conservador es letal para la derecha tradicional. De hecho, hay estudios —entre ellos ¿Funciona la adaptación?, publicado en 2022 por Cambridge University Press, que analiza estrategias partidistas y trasvases de voto entre 1976 y 2017 en 12 países europeos— que indican que los extremistas ganan apoyos cuando son imitados por los grandes partidos. “Pero no hay que limitar el análisis solo a lo electoral. Aunque el Partido Republicano estadounidense acumula gran cantidad de poder tras radicalizarse, como partido ligado a una tradición histórica ha sido derrotado ideológicamente por el populismo nacionalista”, dice.

“Apenas queda nada sobre lo que un conservador o un liberal digan: ‘Esto no’. Y cada vez hay menos líneas rojas, también en Alemania y Francia, donde antes eran claras. Lo que prima es la confrontación con la izquierda. La fascinación cada vez mayor que provoca Trump en el PP, y en buena parte de la derecha, es una muestra de esta tendencia”, afirma Vicente Valentim, investigador de la Universidad de Oxford. Autor del ensayo La normalización de la derecha radical (Oxford University Press, 2024), Valentim sostiene que la “validación” de Trump por parte de varias de las empresas más importantes del mundo, especialmente las big tech, contribuirá a derribar “las pocas resistencias que quedan”.

La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en una reunión del G7 en 2024. Guglielmo Mangiapane (REUTERS)

Uno de esos conservadores que aún muestran resistencias es el exministro Margallo (PP), que cita al menos tres preocupaciones sobre Trump: una política exterior que amenaza el “orden internacional liberal”; un proteccionismo que puede ser lesivo para el libre mercado; y una falta de “tolerancia y moderación” en su libreto democrático. Margallo no centra sus inquietudes en sus actitudes amenazantes hacia Canadá, Panamá o Dinamarca, que ve como tomas de posición de máximos de un negociador duro, y no cree que Musk hiciera el saludo fascista. “Él coge el corazón y se lo saca”, interpreta el exministro, que sí se alarma ante los conflictos de interés del empresario-político Musk, ante su apoyo a Alternativa para Alemania (AfD) y ante el riesgo de retroceso de la “democracia liberal” en EE UU, similar al que —a su juicio— Pedro Sánchez causa en España. Ante la pregunta de si el PP marca con suficiente firmeza sus diferencias con el trumpismo, responde: “Creo que sí y espero que sí”.

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