Abascal se encastilla al frente de un Vox que han abandonado ya casi todos sus fundadores
La salida de Monasterio se suma a un goteo de bajas provocadas por los modos autoritarios más que por discrepancias ideológicas
La renuncia de Rocío Monasterio al acta de diputada autonómica por Madrid tras su destitución fulminante como presidenta de la Comisión Ejecutiva Provincial (CEP) de Vox es solo la última de un incesante goteo de bajas en el partido ultra. La exsecretaria del grupo parlamentario y excandidata a la Junta de Andalucía, Macarena Olona; el exportavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros; la exeurodiputada Mazaly Aguilar o los exdiputados Víctor Sánchez del Real, Rubén Manso o Juan Luis Steegmann son solo algunos de los más conocidos. Aunque varios de ellos se identificaban con el ala más liberal del partido, en política económica, y Steegmann denunció una deriva “neofalangista” en la carta de despedida que dirigió a sus compañeros, todos coinciden en que el desencadenante de su salida no fueron tanto las discrepancias ideológicas sino la forma autoritaria de conducir al partido.
En la breve comparecencia que realizó ante la prensa para anunciar su dimisión, Monasterio recordó este martes en tono de reproche que su comité provincial era el último que quedaba en España votado y elegido por todos los afiliados, mientras que la dirección nacional tiene ahora “la potestad de elegir a dedo” a su sucesor, “gracias a las enmiendas presentadas a los estatutos [de Vox], que han dejado de lado la democracia interna que habíamos venido a defender”.
Con el argumento de evitar disputas intestinas, el líder del partido, Santiago Abascal, eliminó progresivamente las elecciones primarias: en 2019, las que servían para seleccionar a los integrantes de las listas electorales a cargos públicos; y luego, las destinadas a elegir a los comités provinciales que, a falta de estructura autonómica, forman la red territorial del partido. Esas reformas le han permitido ahora descabezar, sin debate interno ni consulta a las bases, la provincia con más afiliados y mayor implantación territorial de la formación, con 227 concejales en las pasadas elecciones municipales.
Ante la falta de canales de debate democrático, la única válvula de escape posible para las tensiones internas ha sido la fuga. Aunque no tuviera el eco en los medios de comunicación de lo sucedido en Madrid, hace tres semanas que la dirección nacional de Vox fulminó a Ana Vega, presidenta del partido en Alicante, una de las provincias donde históricamente ha obtenido mejores resultados electorales. Desde el verano, el goteo de salidas ha incluido a un diputado autonómico de Baleares y otra de Canarias, así como tres concejales del ayuntamiento de Albacete, entre otros, sin contar con los altos cargos que se dieron de baja disconformes con la ruptura de los gobiernos autonómicos de Castilla y León, Aragón, Comunidad Valenciana, Murcia y Extremadura; una decisión que Abascal consultó con los cuatro vicepresidentes, pero no con los consejeros afectados.
El resultado de esta dinámica, según destaca uno veterano militante de Vox, es que del núcleo que fundó el partido hace diez años ya solo quedan dos personas en la dirección: Santiago Abascal y Javier Ortega Smith. Pero este último, puño de hierro del primero durante años, ha sido progresivamente degradado del puesto de secretario general al de vicepresidente y luego a simple vocal de la ejecutiva. Peor aún le ha ido a la guardia pretoriana de Ortega: su compañero de toga en el juicio del procés en el Supremo, Pedro Fernández, devolvió el carné del partido tras ser apeado del Comité Ejecutivo Nacional, aunque conserva su acta de diputado en el Congreso por Zaragoza.
La mano de Ariza
“Abascal se ha rodeado de un sanedrín que en la práctica dirige el partido y cada vez es más difícil acceder a él”, alegan los críticos. Ante la pregunta de quién manda en Vox, muchos comparten la opinión de Olona: la “mano que mueve la cuna” es la del empresario Julio Ariza, patrón mediático de Vox y exdueño del conglomerado Intereconomía que, tras quebrar con una deuda de 20 millones con Hacienda, resucitó rebautizado como El Toro TV.
Un antiguo empleado Ariza, Kiko Méndez-Monasterio, pasa por ser el hombre fuerte de Vox en la sombra. Aunque no ocupa ningún puesto orgánico y ni siquiera consta que esté afiliado, Abascal le encargó que negociara en nombre del partido su participación en los gobiernos autonómicos con el PP y algunos de los principales responsables de Vox, como el vicesecretario de Acción Política, Ignacio de Hoces, pasan por ser peones suyos. En el grupo parlamentario de Vox en el Congreso tiene dos parientes: su hermana Lourdes Méndez Monasterio, diputada por Murcia, y su sobrina Rocío de Meer, por Almería.
Pero la mayor influencia de Kiko Méndez-Monasterio deriva de que, junto al jefe de Gabinete de Abascal, Enrique Cabanas, es una de las dos personas que acompañan siempre al líder y, en una organización piramidal como Vox, el poder se mide por la cercanía a quien tiene la capacidad de decidir. Además, es socio de Gabriel Ariza, hijo de Julio Ariza, en la empresa Tizona Comunicación.
El Tribunal de Cuentas ya hizo una advertencia a Vox por adjudicar a esta empresa más de medio millón de euros en contratos opacos y sin concurso público en 2019. El partido respondió que Tizona le prestaba “servicios generales de asesoramiento político cuyo carácter en factura es difícil de precisar”, que incluirían “desde la elaboración de un discurso a la orientación de la estrategia”. Para explicar por qué no se abría este contrato a la competencia, alegó que “el servicio que se recibe es inseparable de la persona”; es decir, de Méndez-Monasterio.
La influencia real de Julio Ariza en Vox es difícil de medir, pero lo cierto es que gran parte de los principales cuadros del partido trabajaron para él: desde el exgerente Juan José Aizcorbe; hasta el portavoz nacional, José Antonio Fúster, un antiguo periodista de Intereconomía que se presentó en el número ocho en la lista de Vox a la Asamblea de Madrid hace solo 16 meses y ha experimentado desde entonces una carrera meteórica, hasta llegar a desbancar a Rocío Monasterio como presidente regional de la formación.
El hecho de que algunos de los principales centros de poder del partido no formen parte de su estructura orgánica no constituye ninguna novedad: a pesar de que Abascal ha convertido sus vínculos con el húngaro Viktor Orbán o el argentino Javier Milei en uno de sus puntos fuertes, Vox carece de un responsable de relaciones internacionales. Esta tarea se ha externalizado en la fundación Disenso, sobre cuyo funcionamiento no tienen ningún control los afiliados al partido, aunque este le ha trasvasado más de 10 millones de euros. Y en la propia Tizona Comunicación.
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