Cuando el carisma y la vehemencia son los únicos argumentos (y convencen)
Los políticos populistas y ciertos autores científicos tienen algo en común: adornan lo que no saben y lo defienden hasta las últimas consecuencias
Muchas veces nos sorprende cómo diversos personajes triunfan con discursos simples, fantasiosos, algunas veces terribles o cargados de contradicciones, pero gracias a su carisma y vehemencia consiguen convencer al electorado. Ahora estamos viviendo un resurgimiento de los líderes populistas que arrasan en las elecciones en diferentes países y esperemos que la cosa no vaya a más. Puesto...
Muchas veces nos sorprende cómo diversos personajes triunfan con discursos simples, fantasiosos, algunas veces terribles o cargados de contradicciones, pero gracias a su carisma y vehemencia consiguen convencer al electorado. Ahora estamos viviendo un resurgimiento de los líderes populistas que arrasan en las elecciones en diferentes países y esperemos que la cosa no vaya a más. Puestos a ser gobernados, es preferible la competencia al carisma y la justicia social a la vehemencia. Este problema no solo sucede en política, también puede pasar en la ciencia, y la propia ciencia también lo ha estudiado.
En 1973 el doctor Myron L. Fox, del Albert Einstein College de Medicina de Nueva York, impartió una conferencia titulada La teoría matemática de juegos y su aplicación en formación médica. Fox era un especialista en matemáticas aplicadas al comportamiento humano y antiguo alumno de uno de los creadores de la teoría de juegos. En aquella charla hizo gala de un estilo vivo y ágil, captando la atención del público y salpicando su discurso con notas de humor. Después de una intervención de una hora aproximadamente, el conferenciante contestó las preguntas del público. Acabada la conferencia, los asistentes tuvieron que rellenar una encuesta con preguntas sobre la claridad de su exposición y los conceptos transmitidos, y sobre si había estimulado su reflexión. El conferenciante recibió la aprobación de la mayoría de los asistentes, todos médicos o estudiantes de Medicina. Estas encuestas sirvieron como base para un estudio que fue publicado en la revista Journal of Medical Education.
Y aquí vino la peculiaridad del asunto. Myron L. Fox no era un matemático especialista en teoría de juegos ni había estudiado con ninguno de sus creadores. Era un actor llamado Michael Fox. Su único contacto con la ciencia había sido interpretar al veterinario del perro de Colombo en la famosa serie de televisión. Su aspecto encajaba con la apariencia típica de un médico en una serie americana de los años setenta. Como buen actor, asumía que sabía lo que estaba diciendo, aunque realmente no decía nada. Su público no era un público general, sino un público al que se le suponía una preparación previa, pero la mayoría no se dio cuenta del engaño. El envoltorio convincente no dejó ver que el paquete estaba vacío. Un estudio similar se repitió décadas más tarde por si algún tipo de condicionamiento hubiera sesgado las conclusiones del primer estudio, pero los resultados fueron prácticamente idénticos.
Para ser un científico o político bien valorado no hace falta saber, sino adornar lo que no se sabe y defenderlo hasta el final
Lo más inquietante es que se puede prescindir de las habilidades escénicas y centrar el engaño en la palabra escrita. En 1996, el profesor de Física de la Universidad de Nueva York Alan Sokal envió un artículo a la revista de ciencias sociales Social Text titulado La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica. El artículo pasó todos los filtros de los revisores y fue publicado en el número de primavera/verano de ese mismo año. En él, el físico sostenía la tesis de que la gravedad existía porque la sociedad creía en ella, que si la gente dejara de creer en ella no tendría efecto. El mismo día en que fue publicado, Sokal publicó en otra revista, Lingua Franca, que todo había sido un engaño para demostrar que se puede publicar un artículo científico vacío de cualquier contenido si suena bien. Convendría decir que Sokal jugó con ventaja, ya que la revista se definía como posmodernista, y como tal, contraria a las ciencias empíricas. Su artículo se presentaba como un ataque al empirismo. Por lo tanto, Sokal trató de convencer a los editores de algo que confirmaba sus creencias previas, por lo que se apoyó en lo que se conoce como falacia de confirmación para que su estrategia tuviera éxito.
Independientemente de este caso, donde el engaño fue pergeñado para denunciar una impostura intelectual (este fue el título del libro que publicaron el año siguiente el propio Sokal y su colega Bricmont para denunciar el mal uso de determinados conceptos científicos por parte de algunos intelectuales posmodernos), todos los días se retiran publicaciones científicas que han logrado convencer a revisores y editores, pero que realmente son un fraude. Para ser un profesor valorado por los alumnos o un científico con mucha producción no hace falta saber, ser bueno u honesto. Es suficiente con adornar lo que no se sabe y defenderlo con vehemencia. Acuérdese en las próximas elecciones.
El actor, el científico y el perro del teniente Colombo
Si tiene curiosidad por conocer el aspecto del falso científico Michael Fox puede hacerlo poniendo “Columbo dog” en cualquier buscador de internet. La escena de Peter Falk/Colombo con su veterinario y su perro Basset aparece en el primer capítulo de la segunda temporada, titulada Étude in Black. La escena es una de las icónicas de la serie y de las más queridas por animalistas y entusiastas de las mascotas, ya que en realidad, y en la trama, era un perro rescatado de la perrera por el propio Peter Falk porque estaba mayor y enfermo y quería darle un final digno. Su diálogo con el veterinario versa sobre darle un trato digno en sus últimos días y sobre qué nombre ponerle. Al final se decide por Dog. Muy de Colombo.
J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.