Chanel, la vida después de Eurovisión: “No soy un títere”
Todo empezó envuelto en una polémica convertida casi en debate nacional, pero acabó con lágrimas de felicidad por el tercer puesto en Eurovisión. Chanel ha elevado la canción ‘SloMo’ a los altares de la música. No ha sido fácil para esta catalana nacida en Cuba y ella sabe que le queda mucho camino para convertirse en la estrella que quiere ser. Está claro: este es su momento. Así lo piensa aprovechar.
“Te voy a contar un secreto. Algo que no le he dicho a nadie más”, confiesa con una sonrisa traviesa Chanel Terrero (La Habana, 31 años) —a partir de ahora, simplemente Chanel— cómodamente sentada en una silla de diseño de cuero en la sala de reuniones de Pan Creative Studio, la agencia que se encargó de pulir su imagen para Eurovisión. Fuera hace calor y los señoriales árboles del barrio madrileño de las Salesas se balancean a la vez que ella, una mujer menuda e hiperactiva vestida con un peto Levi’s y un top corto...
“Te voy a contar un secreto. Algo que no le he dicho a nadie más”, confiesa con una sonrisa traviesa Chanel Terrero (La Habana, 31 años) —a partir de ahora, simplemente Chanel— cómodamente sentada en una silla de diseño de cuero en la sala de reuniones de Pan Creative Studio, la agencia que se encargó de pulir su imagen para Eurovisión. Fuera hace calor y los señoriales árboles del barrio madrileño de las Salesas se balancean a la vez que ella, una mujer menuda e hiperactiva vestida con un peto Levi’s y un top corto marrón que parece una chiquilla. Su estampa en la intimidad está muy alejada de la diva de rompe y rasga ataviada con un bodi negro lleno de tachuelas brillantes, diseñado por Palomo Spain, que consiguió un tercer puesto, el mejor resultado de España en el Festival de Eurovisión en los últimos 27 años. Pero la diva sigue ahí dentro: “Estoy aprendiendo a ser una business woman, como dice Nathy Peluso. Hay muchas cosas que me quedan por aprender, muchas que todavía no controlo. Pero yo soy la líder de mi equipo. No soy un títere”, dice sin perder dulzura. El secreto que quería confesar es el siguiente: “La semana que hice la actuación en Turín estaba muy enferma. Obviamente no era covid, porque nos hacíamos pruebas todos los días. Pero me levantaba cada mañana tiritando, con fiebre, mal, y no se lo dije a nadie porque sabía que, en cuanto diese la voz de alarma, se iba a liar, y lo último que quería era que nada interfiriese en aquel momento”.
“Aquel momento” fue la culminación de cuatro meses en los que construyó lo que otras tardan años: una identidad artística y fama internacional. Al día siguiente de su triunfo en Turín, Chanel, lejos de descansar y a pesar de que no se encontraba bien y de que sus ojos acusaban una aguda conjuntivitis, actuó con gafas de sol y la energía que le quedaba ante más de 9.000 personas en la plaza Mayor de Madrid, ciudad que celebraba sus fiestas patronales. Saludó al alcalde, José Luis Martínez Almeida; a la portavoz de Ciudadanos, Begoña Villacís, y se hizo selfis con todos y cada uno de los que se lo pidieron (Almeida y Villacís incluidos). Pero es que a la mañana siguiente tampoco pudo echarse a dormir, como le pedía el cuerpo. En una jornada maratoniana de entrevistas estipulada por contrato con Televisión Española, estuvo atendiendo con la mejor cara a los periodistas, que le hacían una y otra vez preguntas similares.
Aunque Chanel jamás abandona su retórica de trabajadora incansable, cuando se le pregunta si los que la rodeaban tiraron demasiado de ella, cuenta: “Hubo un día en el que llegué a casa después de una semana entera de viajar, ensayar y rodar. Me eché en la cama y me entró un ataque de llanto. Es verdad que agarro bien las riendas y generalmente me digo: ‘Soy fuerte’, pero hubo un punto en el que físicamente me caía. Aquel día literalmente no me podía desvestir. Ahí sí pensé: ‘Se pasan o, bueno, se pasa la situación”, explica sobre los momentos más duros de un maratón que comenzó en enero de este año, cuando Tony Sánchez-Ohlsson, un asesor externo de RTVE que desde hace años ofrece canciones al Festival de Eurovisión y que la conocía de su faceta como actriz en musicales, le dijo: “Tenemos una canción que te pega muchísimo”.
No se equivocaba, está claro; pero en ese momento, aunque la cantante, actriz y bailarina era conocida en su circuito artístico por tener un perfil completo dificilísimo de conseguir (canta bien, baila muy bien, actúa sobresalientemente, según palabras de Nacho Cano, su gran valedor); había participado en grandes éxitos de taquilla como El Rey León, Mamma Mia o Flashdance, e iba a protagonizar La Malinche, la faraónica obra sobre la historia colonial de México que obsesiona desde hace años al compositor de Mecano, ella era para el gran público una total desconocida sin canciones propias.
Cuatro días después de su polémico triunfo en el Benidorm Fest, Javier Doria, responsable de artistas y repertorio de BMG (compañía que gestiona el catálogo de Nacho Cano), estaba llamando a las puertas de Pan Creative Studio. Eran las jornadas más duras del linchamiento público, cuando las acusaciones racistas y la crueldad de la que solo son capaces las redes sociales asediaban a la chica de origen cubano pero corazón catalán —y viceversa— que iba a representar a España ante toda Europa. La misión era revertir la situación. “Cuando nos presentaron el reto, nos pareció interesantísimo, pero también difícil”, cuenta Melania Pan, directora de la agencia, “pero cuando la conocimos a ella, no tuvimos ninguna duda de que al final se ganaría al público”. La vistieron con ropa de los mejores diseñadores (no todo el mundo puede ir de Balenciaga a El Hormiguero); pusieron a su disposición a Rubén Mármol, uno de los maquilladores más respetados del mundo por los grandes fotógrafos de moda, y se ocuparon de que sus bailarines estuvieran al mismo nivel estilístico. De febrero a mayo, la cantante no descansó ni un solo día. No era algo nuevo para ella, pues venía de una profesión en la que dos pases diarios de dos horas y media de duración seis días a la semana en un total de 200 representaciones por temporada son lo habitual. El nivel de exigencia lo resume perfectamente Raquel Caurin, una de sus bailarinas, curtida durante años en las giras internacionales de Joaquín Cortés: “Yo estaba acostumbrada a trabajar igual de duro en espectáculos que abarcan meses, pero es que aquí, para una canción de tres minutos, hemos trabajado al mismo nivel”.
Sentada en una silla, con ojos cansados después de una larga reunión en la que ha estado hablando de sus proyectos futuros, entre los que se encuentra aparecer en la próxima temporada de UPA Dance, Chanel reconoce que cuando por fin pudo cerrar la puerta a las multitudes y marcharse de viaje 10 días con su pareja se sintió muy extraña: “Fue como echar el freno de mano a un coche que va a toda velocidad. Dormí a pierna suelta, comí cosas ricas y me bañé en el mar, porque soy muy disfrutona. Pero era muy consciente de que al regresar tendría que volver a arrancar a tope”. Tras la breve pausa, no le quedaba más remedio que hacer frente a la pregunta que nunca se quiso hacer cuando estaba subida a la locomotora Eurovisión: “Y ahora ¿qué?”.
SloMo lleva ya 24 millones de reproducciones en Spotify. Pero en realidad no le pertenece. “Que la canción no sea mía no es un problema. Es como cuando en los musicales interpretas un personaje. Simplemente lo haces tuyo”, dice la cantante, que se enfrenta ahora a otro maratón en el que las actuaciones veraniegas son un peaje necesario, pero cuyo objetivo final es tener más de un tema, a ser posible varios, que interpretar antes de que acabe el año. Ella asume con naturalidad que si Eurovisión es el festival europeo de la canción es precisamente porque lo que se presenta a concurso son canciones, no artistas.
“Puede llegar a suceder que un tema presentado no tenga un cantante que lo interprete, como fue el caso”, explica Leroy Sánchez, el compositor de esta tonada que, antes que a Chanel, ofreció a Jennifer Lopez. Sánchez salió con 17 años hacia Miami desde Abechuco, un pequeño pueblo de Álava donde ya componía canciones que subía a YouTube. “Cuando fue la oleada de odio, lo peor se lo llevó Chanel, ¡pero no sabes las burradas que me decían por ser vasco!”, comenta risueño por teléfono desde Los Ángeles. Exabruptos similares tuvieron que aguantar Josh Huerta y Exon Narcos, los bailarines de origen latinoamericano, y la propia Chanel, quien ya vivió episodios racistas cuando era una niña y los compañeros de gimnasia rítmica la rechazaban por “negra”: “Es curiosa esta profesión. Mi color de piel, que en otros momentos me cerró puertas, pues quizá me las abrió para musicales como El Rey León”.
Todos los miembros del equipo están unidos por un espíritu aventurero e internacional que también representa perfectamente Leroy Sánchez, quien se mudó a Estados Unidos en busca de su sueño: componer para las estrellas. Más tarde, en la ciudad de las estrellas, consiguió entrar en el circuito de compositores que se reúnen en grupos de brainstormings musicales para crear canciones que pasan al catálogo de las editoras y que aspiran a convertirse en hits. De este tipo de sesiones salen las canciones de Beyoncé, por ejemplo, o las de Anitta, en las que Sánchez ha participado. Todos los compositores quieren formar parte de ese olimpo, pero solo unos pocos lo consiguen: “Cuenta la leyenda que una de las compositoras de Firework, el gran hit de Katy Perry, cobra cinco millones al año por derechos de autor”, comenta ante la insistencia de la periodista en saber cuánto dinero ha dado o va a dar SloMo, canción que compuso conjuntamente con otros cuatro creadores: “¡Quién sabe cuántas veces la pueden estar poniendo en una televisión alemana!”.
Sí tiene claro que su vínculo con Chanel no se acaba después de este éxito. Ella le denomina “mi ángel”, y el sentimiento es recíproco, a pesar de que cuando presentó SloMo a BMG, propietaria actual de la canción, no la conocía de nada. Sánchez recuerda que en la edición anterior de Eurovisión había vivido una experiencia amarga con otra composición suya que cedió a Blas Cantó, pero que no fue tratada como él quería, así que esta vez fue tajante: “Tengo muchísima fe en este tema y lo estoy guardando con todo mi ser, pero, si os acaba gustando, quiero que sepáis que solo va a concursar si se hace como yo diga”. Así que fue él quien eligió a Chanel. “Cuando la escuché, su voz resaltó entre el resto de las candidatas, tenía un tono muy diferente, muy cálido, pero a la vez muy sexi. Entonces dije: ‘Vale, sabe cantar, guay, pero quiero ver el lenguaje corporal”. Y ahí entró en la ecuación Kyle Hanagami, el coreógrafo que abandonó su prometedora carrera como economista en Berkley para bailar y al que Sánchez conoció en un cumpleaños en Los Ángeles. Desde entonces, autodidactas los dos, son inseparables. “Cuando Chanel hizo por primera vez la coreografía, le dije que iba a ser muy difícil, por los movimientos en el suelo, y le pregunté si quería cambiarla. Dijo que no, y me mostró que no tenía miedo a parecer idiota para acabar pareciendo genial. Hay muchos artistas que no están dispuestos a eso y que quieren parecer geniales desde el principio”, cuenta Kyle desde Canarias, adonde ha volado desde Estados Unidos para volver a pulir la coreografía antes de la actuación de la cantante en el Carnaval de Tenerife. “Arriesgamos con Chanel, es verdad, pero es que de pronto todo encajaba a la perfección. Y ella es un amor…”, apunta Sánchez.
Chanel es, en efecto, una persona a la que muchos de sus antiguos compañeros definen como afectuosa, amable y cuidadora. Ella misma admite que su principal defecto es querer agradar a los demás y no saber decir no. “Mi madre me ha dicho muchas veces eso de ‘eres demasiado buena”. La cantante cuenta que quizá esa necesidad de agradar le viene de los años en que pasó de la gimnasia rítmica al ballet: “Ahí me trataron muy bien y fui muy feliz, pero siempre sentía que no era suficiente, que tenía que dar más”. Ahora admite que trata de sobreponerse también a esos límites y, como han hecho las divas que admira, controlar totalmente su propia carrera: “Cuando era más joven me vi muchos documentales de Beyoncé y siempre admiraba su forma de trabajar, porque, claro, yo soy muy risueña, enseguida me intento poner en la piel de otras personas y me impactaba mucho ver cómo ella, sin faltar al respeto a nadie, daba órdenes: esto está mal aquí, estos planos hay que volver a grabarlos, nos quedamos aquí 12 horas más si hace falta”.
Ahora que ya no mantiene vínculo contractual con Televisión Española ni con BMG, al menos de momento, más allá de SloMo, ha empezado a tomar decisiones unilaterales. La primera es ir a grabar canciones para un futuro disco a Los Ángeles con su amigo Leroy: “No puedo decir todavía cómo será, pero obviamente, por mi legado y mis gustos, la huella latina será muy fuerte”. Y esta vez sí figurará como autora: “He aprendido, y no a mal rollo. Esto es como una relación de pareja. Cuando se acaba y pasa el tiempo, te das cuenta de las cosas que vas a permitir y las que ya no te valen”, explica. Entre las cosas que ha aprendido también menciona una y otra vez que no quiere volver a revelar detalles de su vida personal (quién es su novio, por ejemplo) ni hablar de su familia. Cuando aún sí se prestaba a ello, trascendió la historia mil veces contada de su madre, que se vino de Cuba a España por amor en 1994 —y que la llamó Chanel porque su perfume favorito era el Nº 5—, y que su abuela es una de las personas más importantes de su vida. “Pero cuando los periodistas se presentaron en su casa, me di cuenta de que eso había que pararlo”, dice con un mohín que se acerca al enfado.
El día que regresó de Turín, a pesar del aturdimiento y el cansancio, Chanel ya tenía claro que nada de lo que le había pasado iba a cambiar sus planes de estrenar como protagonista el musical de Nacho Cano La Malinche. Y así se lo contó a este periódico en los camerinos de Televisión Española, antes de la actuación en la plaza Mayor. Lo mantiene. Ella vivió las horas más bajas de ese proyecto, que se vio envuelto en una gran polémica por la línea argumental del espectáculo —la historia de amor entre La Malinche, una indígena americana, y Hernán Cortés— y por el controvertido plan, abortado luego, de levantar una pirámide de inspiración azteca y 29 metros de altura en el barrio de Hortaleza (Madrid) para alojar la obra (finalmente está previsto que se estrene en Ifema en septiembre). “Claro que nos afectaba porque eran cosas que nos parecían injustas. Nosotros desde dentro veíamos la pureza, las ganas y la ilusión, los años que Nacho había echado en ese proyecto, y era muy frustrante vivir todo eso”. Cuando se le pregunta si ha pensado que, irónicamente, ella, a quien Nacho Cano estaba dando una oportunidad, es quien le va a dar la oportunidad al musical de resurgir con más fuerza que nunca, contesta con modestia: “No lo veo así”.
La única familia de la que quiere hablar ahora es de los miembros de su equipo, de los que no va a prescindir mientras sea posible, aunque los contratos anteriores se hayan acabado y los nuevos —de los que no quieren dar detalles— aún no se hayan firmado. Los bailarines corroboran que confían en ese pacto de lealtad. “En esta profesión te guías mucho por las energías y entre nosotros todo fluye muy bien. Lo que se ha visto en el escenario es la mejor prueba de lo bien que nos llevamos. Y es muy difícil encontrar estas dinámicas en esta profesión, en la que hay muchos egos”, explica Josh Huerta el mismo día en que todos se han vuelto a reunir después del receso pos-Eurovisión. Kyle Hanagami tampoco se baja del tren porque insiste en que el futuro de Chanel es convertirse en una estrella global: “No es un sueño pequeño, pero ¿alguien me va a decir que no lo vamos a lograr?”.